Algo importante hay en sus mensajes cuando acaban escociendo tanto. Alguna fibra seria toca si, como suele ocurrir muchas de las veces que habla, Pablo Iglesias consigue poner de acuerdo a tanta gente en contra suya. Muchos de los que se hacen los ofendidos con las cosas que dice, quizás lo que lleven peor es que saben que pocas veces carecen de fundamento.

¿Que hay de inexacto en lo que dijo el líder de Podemos en la entrevista que el diario Ara publicó el pasado lunes 8 de febrero?: «No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España -afirmó- cuando los líderes catalanes de los dos partidos que gobiernan Catalunya, el uno está en la cárcel y otro en Bruselas.»

¿Dónde esta la deslealtad que periódicos como El País le atribuyen a esta frase? ¿Acaso es leal el quilombo de la justicia, el olor a podrido de las todavía vigentes cloacas, acaso es normalidad democrática encarcelar jóvenes raperos porque no gusta lo que escriben o lo que cantan? Quienes califican de desleales las manifestaciones de Iglesias quizás podrían estar dotados de autoridad moral para emplear ese término, aunque en este caso sea improcedente, si al menos en alguna ocasión lo hubieran hecho para referirse a asuntos como la corrupción sistémica del PP o a tantos ataques a nuestro sistema de libertades como a diario promueven los fascistas de Vox con absoluta impunidad.

Quienes escriben los encendidos editoriales de El País deben sufrir un acentuado complejo de inferioridad. Encuentro complicado que alguno de ellos supere a Iglesias en lecturas, formación, capacidad de trabajo y sobre todo en valentía, porque el actual vicepresidente del Gobierno firma lo que escribe y expresa lo que piensa a cara descubierta, mientras que los editoriales son anónimos. Insultar en un editorial es cobardía, por mucho que el director de la publicación se responsabilice de su contenido.

Alguien tiene de vez en cuando que decir estas cosas. Como no le debo nada al líder de Podemos y me consta que a veces no le gustan las cosas que escribo, me permito expresar aquí lo que mucha gente piensa y se calla por miedo a que le llamen pelotas o sectario. Alguna vez se escribirá la historia de este ensañamiento. La historia de la rabia mediática y política contra la voz más representativa de una formación cuya existencia resultó higiénica desde su fundación y, como el tiempo demostrará, está resultando clave para arrancar derechos a favor de los sectores más débiles de la sociedad española. No es de recibo que los medios den pábulo a los fascistas de Abascal y a las insensateces de Casado mientras los cañones se orientan siempre hacia todo lo que huele a Podemos.

Iglesias sabe que actuar y hablar como lo hace tiene un precio y parece dispuesto a pagarlo. «Es la primera vez que un vicepresidente de gobierno dice cosas impropias del papel constitucional que desempeña», argumenta tanto fariseo como anda por las redacciones y los platós sembrando la discordia. ¿La primera vez? Pues ya era hora, ¿no? También es la primera vez que existe un gobierno de coalición y las discrepancias entre los miembros del ejecutivo, eso que los periódicos se empeñan en titular «choques» parece que, al menos de momento, lo que están haciendo es reforzar y consolidar a ese gobierno.

«¡Que se presenten a las elecciones –decían-. Que entren a formar parte de las instituciones si quieren cambiar las cosas.» Pues vale, pues ya han entrado, y una vez dentro, cuando se remangan y se aprestan a cambiar esas cosas, los veteranos del bipartidismo y sus correas de transmisión no paran de ponerles zancadillas en cada esquina, invocando el carácter institucional de su cargo al tiempo que exigen comedimiento y mesura a la hora de expresarse en público. «Es que esto siempre se ha hecho así, no como vosotros queréis que se haga», insisten. No les entra en la cabeza que si han conseguido estar donde están, es justo para que las cosas no sigan haciéndose como siempre se han hecho. Ni para decir las mismas banalidades y lugares comunes que siempre se han dicho.

Sé que exponer este tipo de reflexiones para defender que un vicepresidente del gobierno se salga del guión según algunos y diga las cosas que hay que decir aunque nunca antes se haya hecho, llevará a más de uno a preguntarse qué intereses ocultos hay detrás, que a qué aspiro. Pues miren ustedes: a nada. Es muy posible que este artículo me proporcione más disgustos que alegrías, pero es un placer haberlo podido escribir. Y tal como está el patio mediático, casi un privilegio.