A principios de mayo de 1945 —apenas unos días después de que el Ejército Rojo tomara Berlín— el primer ministro británico, Winston Churchill, ordenó a su personal de planificación conjunta en la oficina de guerra que elaborara una masiva ofensiva terrestre, aérea y naval contra la Unión Soviética.
Como resultado se creó el plan Operación Impensable, cuyo objetivo era imponer a Rusia «la voluntad de los Estados Unidos y del Imperio británico».
Churchill estaba preocupado por el enorme tamaño de las fuerzas soviéticas desplegadas en Europa al final de la guerra y por los posibles planes del líder soviético Iósif Stalin de expandir la influencia comunista a otros países.
El plan de guerra fue desarrollado por el brigadier Geoffrey Thompson, excomandante de la Real Artillería con experiencia en el terreno de Europa del Este.
Su plan de batalla preveía un avance masivo de las divisiones británicas y norteamericanas hacia Berlín y más allá, empujando al Ejército Rojo hacia los ríos Óder y Neisse, a unos 90 kilómetros al este de la capital alemana.
«La fecha de apertura de las hostilidades es el 1 de julio de 1945«, escribió Thompson. El asalto inicial debía ir seguido de un enfrentamiento culminante en el campo alrededor de la actual población de Pila, en el noroeste de Polonia.
Esta batalla se pensaba como un enfrentamiento de tanques a gran escala, mucho mayor que la batalla de Kursk, la mayor ofensiva de tanques de la historia, con 6.000 vehículos. En la Operación Impensable iban a participar más de 8.000 de blindados y se utilizarían fuerzas estadounidenses, británicas, canadienses y polacas, explica The Telegraph.
Sin embargo, para los aliados occidentales las probabilidades de ganar eran pocas. Los soviéticos tenían 170 divisiones disponibles en la zona, mientras que los estadounidenses y británicos solo podían reunir 47. Thompson calculó que para derrotar al Ejército Rojo se necesitarían fuerzas adicionales y propuso el rearme tanto de las tropas de la Wehrmacht como de las SS. Esta propuesta añadiría otras 10 divisiones al Ejército occidental.
Thompson creía que detener las exportaciones a Rusia desde Occidente paralizaría al Ejército Rojo: en 1945, la Unión Soviética dependía de Estados Unidos para obtener explosivos, caucho, aluminio y cobre.
«Deberíamos apostar todo a una gran batalla en la que deberíamos enfrentarnos a grandes dificultades», aseguró Thompson a Churchill al evaluar las capacidades de las fuerzas soviéticas.
El principal asesor militar del primer ministro, el general Hastings Ismay, se mostró escéptico con el plan de batalla. Incluso protestó en contra de usar la Wehrmacht y las SS.
Tal política era «absolutamente imposible de contemplar por los líderes de los países democráticos», declaró.
Recordó a sus colegas militares que el Gobierno se había pasado los últimos cinco años diciendo a la opinión pública británica que los rusos «habían hecho la mayor parte de la lucha y soportado un sufrimiento indecible«. Atacar a estos antiguos aliados tan pronto después del final de la guerra sería «catastrófico» para la moral.
18 de diciembre 2020, 18:56 GMT
El mariscal de campo sir Alan Brooke consideraba la propuesta de Thompson como un acto de suprema locura y calificaba de «bastante imposible» la posibilidad de éxito.
«Nuestra opinión es que una vez iniciadas las hostilidades, estaría más allá de nuestro poder obtener un éxito rápido pero limitado y deberíamos comprometernos a una guerra prolongada contra grandes dificultades», escribió en nombre de los jefes de estado mayor a Churchill.
La oposición de los jefes de estado mayor británicos ha obligado a abandonar el plan que fue rechazado oficialmente el 8 de junio de 1945.
Churchill lamentó la suspensión porque temía una posible tercera guerra mundial en caso de no asestar un golpe definitivo a las ambiciones territoriales de Stalin. Creía que el Ejército Rojo se volvería invencible, según escribe el diario The Telegraph citando los documentos de los Archivos Nacionales del Reino Unido.