Se necesita imaginación para suponer que el Emperador Constantino el año 303 reuniera un pequeño equipo redactor y les encargara escribir los cuatro Evangelios y varios textos más, todos ellos falsificados, con el fin de implantar en todo el Imperio su nueva religión, el Cristianismo.
Pero conforme avanza el relato, el autor se encarga de demostrar que la trama que expone en este libro no es una ficción, ni una invención suya, sino la exacta descripción de lo que sucedió. Para ello aporta pruebas documentales irrefutables, presentes en los propios textos, en el Evangelio de Marcos, en el de Mateo, en el de Lucas, en el de Juan y en varios escritos más del Nuevo Testamento,que demuestran que todos ellos son obra de la misma persona, de uno de los miembros del equipo redactor reunido por Constantino.
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