La reforma impositiva de la Administración Biden toma cuerpo. A falta de conocer el grado de ambición y los pormenores, el aumento de la presión tributaria recaerá sobre las rentas altas, las más favorecidas financieramente de la Gran Pandemia.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, responde preguntas mientras realiza su primera conferencia de prensa formal en el Salón Este de la Casa Blanca, en Washington. — Leah Millis / REUTERS
El equipo económico de Joe Biden baraja los naipes de una reforma fiscal de la que todavía se desconoce el calado y las cartas que asumirán los cambios tributarios. Pero la partida tendrá varios componentes sobre la mesa. Uno de ellos es que será el mapa impositivo que modelará el ciclo de negocios poscovid. Otro, que dará cumplimiento a la promesa electoral del dirigente demócrata de aumentar la presión fiscal a los ricos. Y un tercero, que seguirá la convicción del propio Biden de la necesidad de elevar las obligaciones con el Tesoro americano de los ingresos superiores a los 400.000 dólares anuales. Sobre estas tres premisas girará el viraje a la histórica doble rebaja impositiva –de rentas y sociedades– de la Administración Trump –con modificación del complejo Código Fiscal estadounidense de por medio– de 2017 que benefició a las clases más pudientes del país más rico del mundo y que ha ejercido de combustible adicional para que, una vez más, hayan sido el estrato social que más se ha beneficiado financieramente de la travesía por la Gran Pandemia. El acopio de riqueza es de tal dimensión, que Bharat Ramamurti, uno de los asesores del Consejo Económico Nacional (NEC, según sus siglas en inglés) acaba de avanzar a Bloomberg que no se descarta que la cantidad estipulada como base impositiva para aumentar los gravámenes del IRPF americano –los 400.000 dólares anuales– no sea un baremo individual, sino de ingresos familiares. Ni que la reforma lleve aparejada una nueva revisión del complejo Código Fiscal, aunque puedan tramitarse en el Congreso por piezas legislativas separadas.
El planteamiento inicial que opera en la sala de máquinas de la Casa Blanca se basa en evidencias de la ampliación de la desigualdad de ingresos y en el respaldo de la opinión pública a un cambio sustancial en el sistema tributario americano. «El año 2020 mostró las numerosas fragilidades de nuestra sociedad», enfatiza Heather Boushey, otra de las economistas del NEC, a lo que su une la «dramática caída de ingresos larvada por la doble rebaja impositiva republicana de 2017», lo que ha propiciado que el presidente –explica esta asesora– «se haya sentado a sopesar qué tipología y rediseño de mapa tributario demanda el país». Elevar los gravámenes sobre las rentas altas y las ganancias de capital, reducir las amplias y numerosas exenciones a las empresas y una expansión de capacidad impositiva de los estados «ayudarían a establecer un orden de prioridad sobre la recaudación para destinar, también por orden preferente, hacia infraestructuras, planes para combatir el cambio climático, los servicios de asistencia social o a inversiones en educación y sanidad», afirma Boushey. Una lectura que también está en el debate legislativo. Porque desde el Senado, su Comité Financiero, ha iniciado una investigación sobre el impacto de la covid-19 en el empleo y la inversión con la actual estructura impositiva estadounidense.
La transformación del modelo tributario también deja otros retazos. Tanto del subdirector del NEC, David Kamin, como de Lily Batchelder, asistente en materia impositiva de la secretaria del Tesoro Janet Yellen. Una contribución mínima de pago de impuestos a las empresas, conceder a los estados capacidad recaudatoria sobre activos bursátiles y patrimonio inmobiliario a precios de mercado, lo que les debe conferir una mayor asunción de responsabilidades tributarias, y un aumento en el impuesto de la renta a los ingresos altos. Además de la «idea de eliminar de forma efectiva las masivas lagunas fiscales que existen sobre las grandes riquezas y que les permiten escapar del pago de impuestos, sobre todo por las ganancias de capital, pero también sobre los ingresos ordinarios, una de las deficiencias palpables de nuestro sistema», aclara Kamin, lo que supone que «acabar con los obsequios que el modelo traslada a las clases más pudientes y a las corporaciones empresariales americanas» y con una parte sustancial de la reforma fiscal de la era Trump. «En estos momentos, sopesamos todos los gravámenes altos del espectro», anticipa Boushey.
Salto espectacular de riqueza en la clase alta
La nada velada declaración de intenciones de la Administración Biden se sustenta en el enorme recorrido alcista de la riqueza de los más ricos. Pero también en la amplia brecha de desigualdad, de género, de salarios y racial, uno de los asuntos, este último, que más preocupa al inquilino demócrata de la Casa Blanca para restablecer la paz social estadounidense, la prioridad marcada en el top de su agenda política. El patrimonio del 10% de las familias más ricas de EEUU se elevó en 8 billones de dólares el pasado ejercicio, cifra algo inferior a la suma de los PIB de Japón y de Alemania, tercera y cuartas economías globales, según datos de la Reserva Federal. Sin embargo, si se añaden cálculos como los del think tank Economic Policy Institute, el panorama resulta aún más agravante. Porque el 1% de los hogares más pudientes engrosaron 4 billones de dólares en sus cuentas bancarias, esencialmente de los excelentes beneficios de activos bursátiles que les deparó un año que acabó registrando récords de cotización a pesar de la crisis sanitaria y de las súbitas y profundas caídas en las primeras semanas de la epidemia. Aunque también por la lenta pero constante –aunque volátil– revalorización de los inmuebles y de los tipos de interés en zonas próximas a cero que catapultaron sus carteras de inversión. En contraste, el estudio refleja que el 80% de las pérdidas laborales en 2020 se concentraron en el 25% de asalariados con menor poder retributivo. La ya asumida recuperación en K asimétrica en EEUU –con un programa de estímulo, el tercero, de 1,9 billones de dólares y que, en conjunto, las tres inyecciones de ayudas, superan los 5 billones, más del triple de los desembolsos que la Casa Blanca movilizó tras el credit crunch de 2008– debe abordar la debilidad a la que ha conducido la covid-19 entre las clases bajas y en la amplia clase media americana, anticipa el equipo de Biden.
Como congresista, el presidente demócrata contribuyó con su voto contrario a que, a finales de 2012, la intención del entonces inquilino del Despacho Oval, George W. Bush, de convertir en permanente el 82% de las rebajas fiscales impulsadas durante su todavía primer mandato cayera en saco roto. Entre su equipo económico arrecia la doctrina de la senadora y rival de Biden en las primarias demócratas, Elizabeth Warren, de que el sistema impositivo americano «gane en progresividad» para perpetuar una estructura legislativa que abarque tres generaciones, y de que los cambios fiscales «son una herramienta sustancial» de la necesaria transformación social del país.
Los investigadores señalan que las familias más ricas de EEUU usan instrumentos para eludir y evadir impuestos
A esta teoría también contribuyen otras aportaciones. Como la que aporta el Internal Revenue Services (IRS), la instancia federal encargada de la recaudación fiscal y del cumplimiento de las leyes tributarias y que proclama la fuga del 21% de sus rentas en los hogares del 1% más rico de EEUU. También amparada por académicos y economistas. Como lo corrobora un working paper del IRS publicado recientemente por Wall Street Journal, que alerta, además, de que seis puntos de esas huidas de las obligaciones tributarias están asociadas a sofisticados mecanismos de evasión que no suelen ser detectados por los auditores y los servicios tributarios federales. La investigación del IRS ha sido respaldada por investigadores de la London School of Economics, Carnegie Mellon, y de Berkeley, la universidad californiana, que inciden en que las familias más ricas de EEUU usan un abanico de instrumental financiero para mantener en secreto su riqueza y eludir y evadir impuestos. Bien en paraísos fiscales o mediante cuentas en centros offshore. El tramo alto de pagos impositivos está situado, según datos de 2018 del Economic Policy Institute, en 421.926 dólares anuales por familia. Sin embargo, su promedio de ingresos real es de 1,316 millones de dólares, afirma este instituto de análisis. Biden valora instaurar un tipo impositivo en el entorno del 40% para ellos. Mientras que la senadora Warren insiste en crear un nuevo gravamen, del 0,5% de sus ganancias, a este tramo de ingresos, lo que reportaría a las arcas del Tesoro 1,4 billones de dólares adicionales a lo largo de la década. El tamaño del PIB español.