Roman Krznaric (Sídney, 1971) es miembro fundador del cuerpo docente de The School of Life en Londres y asesor en materia de empatía de organizaciones como Oxfam y Naciones Unidas. Krznaric es un filósofo público que escribe sobre el poder de las ideas para cambiar la sociedad. Su último libro es El buen antepasado. Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista (Capitán Swing, 2022). Tras crecer en su ciudad natal y Hong Kong, Krznaric estudió en las universidades de Oxford, Londres y Essex, donde se doctoró en Sociología Política. Es fundador del primer Museo de la Empatía del mundo y también investigador de la Long Now Foundation y miembro del Club de Roma.
Su libro arranca con la evidente e inquietante paradoja de que cada vez vivimos más tiempo, a la vez que cada vez pensamos más a corto plazo. Nuestra capacidad de proyectarnos a largo plazo, de reflexionar sobre el futuro, se ha visto erosionada durante las últimas décadas. ¿Por qué considera que este cambio es preocupante?
Creo que es obvio para la mayoría que vivimos en una tiranía del ahora, la dominación del tiempo presente. Lo que va desde nuestros gestos, pues miramos 130 veces al día el teléfono, hasta el capitalismo neoliberal como ideología que propugna el ahora, como forma de maximizar las ganancias o el crecimiento, sin valorar los impactos a largo plazo en las personas y el planeta.
Los primeros relojes solían sonar una vez cada hora. En 1700 la mayoría ya tenían minutero y para 1800, contaban con segundero. El reloj se convirtió en la máquina clave de la Revolución Industrial, haciendo que en las fábricas trabajaran cada vez más deprisa y que el futuro se nos acercara cada vez más rápido. Así que el cortoplacismo es un viejo problema, que se ha agravado en la actualidad. Nunca antes en la historia nuestras acciones habían tenido consecuencias tan potencialmente dañinas para las generaciones futuras. Eso se debe en parte a los impactos ecológicos, el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, pero también a los riesgos de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial o las armas biológicas. Creo que el problema clave con este cortoplacismo es que hemos colonizado el futuro, que tratamos al futuro como una propiedad colonial distante donde podemos descargar libremente la degradación ecológica y el riesgo tecnológico como si no hubiera nadie allí. Y el problema es que las generaciones futuras no están aquí para hacer frente a este saqueo de su herencia, no pueden salir a la calle. Nosotros debemos hacerlo por ellas.
De tanto pensar a corto plazo, hemos terminado por desarrollar la memoria a corto plazo. Según la neurociencia, el futuro y el pasado se localizan en el mismo área del cerebro y están estrechamente relacionados. ¿Cómo piensa la relación entre memoria e imaginación?
Esa es una pregunta muy hermosa y realmente interesante. Mi libro se llama El buen antepasado, y ser un buen antepasado pasa por pensar en el futuro vinculándolo a la memoria, a la manera en que nos recordarán y juzgarán las generaciones futuras. Aunque también implica que en el presente necesitamos recordar el pasado. Los buenos antepasados consideran lo que hemos heredado del pasado y lo que vamos a dejar en el futuro. Hemos heredado muchas cosas positivas como las ciudades en las que vivimos o los descubrimientos médicos de los que nos beneficiamos, pero también somos herederos de legados muy negativos como la esclavitud, el colonialismo o el racismo, así como de economías estructuralmente adictas a los combustibles fósiles y al crecimiento sin fin que ahora debemos transformar.
El peligro existe si olvidamos el pasado, pues entonces no sabremos qué debemos transmitir, o no, a las generaciones futuras. ¿Qué conservamos del presente y a qué queremos renunciar? También es relevante lo que afirma la neurociencia, pues nos dice algo sobre la importancia de mirar en ambas direcciones. La buena noticia es que los seres humanos tienen una asombrosa capacidad para bailar a través del tiempo con su imaginación. En un momento puede estar mirando su teléfono y al momento siguiente estar pensando en las canciones que sonarán en su funeral, o estar pensando en la sonrisa de su abuela cuando era niño, y esto es algo que el resto de los animales no hacen. Pensar a través del tiempo es una habilidad clave para la supervivencia en el siglo XXI.
Ser un buen antepasado pasa por pensar en el futuro vinculándolo a la memoria, a la manera en que nos recordarán las generaciones futuras
En 2015 Suecia creaba el Ministerio del Futuro. Una institución cuyo objetivo era reinstaurar la mirada de largo plazo en la gestión política, de forma que resultase factible identificar las tendencias emergentes, los cambios y desafíos que se avecinan, así como fortalecer la capacidad de establecer consensos sociales y compromisos políticos que superen las exigencias de lo inmediato. El Gobierno de España formó hace unos años una Oficina de Prospectiva, en diversos países se han desarrollado herramientas como las Asambleas Climáticas. ¿Apuntan a un incipiente cambio de tendencia?
Yo creo que hay una crisis de la democracia. Un síntoma es el auge de la extrema derecha, pero el segundo signo es haber diseñado una democracia que no ve más allá del corto plazo. La mayoría de nuestros políticos no ven más allá de las próximas elecciones o del titular. ¿Qué hacemos al respecto? Una estrategia es crear un Ministerio del futuro o una Oficina para el pensamiento prospectivo. En Gales tienen un comisario de Generaciones futuras, un cargo público cuyo trabajo es mirar 30 años hacia el futuro, en diferentes aspectos como empleo, educación o medio ambiente. Ese es un modelo, el problema es acabar como Platón demandando tener un filósofo sabio, que tome las decisiones complejas.
Mi hija tiene 13 años y me pregunta ¿por qué debo confiar en un ministro del futuro para que tome decisiones por mí? Esto plantea una segunda forma de resolver este problema, desarrollando iniciativas como las asambleas ciudadanas. Estrategias para involucrar a las personas directamente en la toma de decisiones políticas, donde resulta mucho más probable que adopten una visión a largo plazo.
Yo he estado involucrado como experto en la Asamblea Ciudadana por el clima de Reino Unido, y estoy convencido del esfuerzo realizado por desarrollar esa visión de largo plazo. Aunque se podría ir más allá, como está haciendo el movimiento Future Design en Japón, que desarrolla metodologías participativas de base local para orientar la toma de decisiones. Es una iniciativa inspirada en la idea de los nativos americanos de tener en cuenta las consecuencias de nuestras decisiones hasta dentro de siete generaciones. Para ello, invitan a una muestra ciudadana representativa, la dividen en dos grupos donde una mitad piensa desde el presente y otra como residentes del año 2060, y estos son los que al final proponen planes mucho más radicales. Así que las Asambleas Climáticas son una buena idea, pero si además podemos incluir algo de este trabajo imaginativo de pensar colectivamente en el futuro, sería aún mejor.
Una cuestión difícil. Al trabajar estas cuestiones con movimientos sociales, da la sensación de que para alguno de ellos pensar en el futuro es perder un tiempo valioso de actuar sobre el presente.
Sí, es un problema. La gente tiene problemas impostergables en el presente, pensemos en quienes han perdido sus empleos durante la pandemia o en las personas refugiadas. Se podría derivar de ello que pensar a largo plazo es una actividad para personas privilegiadas, pero no lo creo. Esta preocupación bebe de las culturas indígenas que no son los sectores más ricos de la sociedad, y sin embargo se encuentran comprometidas en muchas luchas sociales. Mi padre tiene 89 años y fue refugiado polaco en Australia después de la Segunda Guerra Mundial. Y siempre dice que muchos de esos refugiados que llegan a Europa están pensando a muy largo plazo, en el futuro de sus hijos. Asumen riesgos hoy para intentar mejorar la vida de sus familias mañana. Lo realmente interesante es que hay un movimiento activista creciente de preocupación por el futuro, son los Rebeldes del tiempo. Fridays for Future lo tiene en su nombre. Hay cada vez más casos legales en los que las organizaciones están enjuiciando gobiernos por no proteger los derechos de las generaciones futuras. Yo soy parte de una organización en el Reino Unido que propone tener una comisión permanente para las Generaciones futuras. El presente y el futuro no siempre están en conflicto entre sí. Por supuesto, ya sabes, si inviertes en transporte verde y eléctrico, estás haciendo algo por las generaciones actuales y futuras, o si estás invirtiendo en atención médica o educación para las personas más pobres, es una inversión a largo plazo. Los movimientos debemos lidiar con los problemas del presente, a la vez que incorporamos una preocupación por el futuro que queremos construir, expandiendo nuestro universo moral.
Ante la crisis multidimensional que habitamos (política, económica, ambiental, bélica…) corremos el riesgo de caer en tentaciones autoritarias o tecnocráticas para resolver los problemas que tenemos. Usted sostiene lo contrario. ¿Por qué las democracias funcionan mucho mejor en términos de solidaridad intergeneracional?
Yo era politólogo y he enseñado en universidades hace mucho tiempo. Siempre me han interesado estas cuestiones políticas. Mientras investigaba para el libro, mucha gente me dijo: “Podemos resolver todos estos problemas con un buen dictador, un dictador benigno o un déspota ilustrado. Mira a Singapur o a China”. Para muchas personas existe esa duda sobre los mejores sistemas para brindar políticas públicas a largo plazo. Sin embargo, tras mucha investigación cuantitativa, está muy claro que las democracias son mucho más efectivas en áreas ambientales, económicas, sociales y de igualdad. Estudiamos 122 países, de los 25 que contaban con políticas públicas a largo plazo con mejor valoración en el Índice de Solidaridad Intergeneracional, 21 eran democracias; y de los 25 inferiores, 21 eran gobiernos autoritarios.
¿Por qué las democracias son más efectivas en general? Creo que se debe a que los gobiernos autoritarios son muy frágiles y no necesariamente responden bien a las demandas de sus ciudadanos. La rendición de cuentas permite que las democracias respondan más a los problemas a largo plazo. Aunque a veces, una dictadura puede estar interesada en la planificación ambiental u otra cuestión a largo plazo.
Los movimientos debemos lidiar con los problemas del presente, a la vez que incorporamos una preocupación por el futuro que queremos construir
Al mismo tiempo, podrían estar haciendo más. La democracia moderna representativa se inventó en el siglo XIX para tratar problemas de largo plazo como la transición del imperialismo y la sociedad feudal. También hay muy buena evidencia de que los sistemas políticos descentralizados se desempeñan mejor en este Índice de Solidaridad Intergeneracional. Entonces, cuanto más descentralizada sea la estructura de poder, mejor será la política a largo plazo. Por ejemplo, al responder a los problemas locales, las ciudades a menudo son mejores para tener una visión a largo plazo que los gobiernos nacionales.
Al pensar en las transiciones ecosociales, indudablemente debemos entenderlas como un proyecto intergeneracional. Un proceso en el que nos involucramos asumiendo que no veremos el final, como sucedía con las catedrales en el medievo. Esta visión actualmente solo se encuentra en el campo del arte. Ante la tiranía de la inmediatez ¿qué claves considera que ayudarían a acelerar este cambio cultural?
España es un país interesante históricamente porque tienes estos ejemplos del pensamiento catedralicio, como la Sagrada Familia, que se inició en 1882 y todavía se está construyendo, o el acueducto de Segovia construido por los romanos en el siglo I y que se utilizó durante casi 2.000 años. No creo que en realidad necesitemos más catedrales, pero sí aplicar un pensamiento similar a las alternativas ecológicas. Y eso tiene que ver con la cultura, en parte con la política y en parte con la economía. En cierto modo, hemos hablado un poco sobre el lado político con los comisionados de las generaciones futuras o las asambleas ciudadanas. En el aspecto económico estaría la ciudad de Ámsterdam, que ha adoptado la economía del donut de Kate Raworth para la planificación urbana y avanzar en economía circular. Ese tipo de cambios económicos son fundamentales para lidiar con la tiranía del ahora y el cortoplacismo, avanzando hacia modelos de economía postcrecimiento. Están rediseñando nuestras economías.
Aunque también es necesario un cambio cultural, capaz de transformar las ideas que flotan en la sociedad. Y parte de ese trabajo cultural proviene del arte y la literatura. La artista escocesa Katie Patterson ha creado un proyecto llamado la Biblioteca del futuro, donde cada año durante 100 años un escritor famoso escribe un libro que no podrá leerse hasta el año 2114, y se imprimirán con uno de los mil árboles plantados a tal efecto. Una iniciativa asombrosa, necesitamos cosas así. O más novelistas como el escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson, que recientemente escribió un libro llamado El Ministerio del futuro, sobre cómo la humanidad superó los desafíos del Acuerdo de París.
También necesitamos cambios radicales en nuestros sistemas educativos, que el pensamiento a largo plazo se incluya en nuestros currículos escolares. Por otra parte, no soy una persona religiosa, pero reconozco que históricamente la religión ha tenido un papel muy importante en el cambio de la cultura. La Iglesia Católica es un ejemplo interesante, por un lado es increíblemente conservadora, pero por otro, si miras la encíclica Laudato si, encuentras un lenguaje asombroso sobre la solidaridad intergeneracional.
Aunque en última instancia, creo que el cambio cultural consiste en cambiar las conversaciones de la sociedad. No significa que tengan que dominar la discusión, pero hay que darles voz. Creo que estamos en el inicio, dando forma a la idea de dar derechos a las generaciones futuras. Una de las ideas más radicales en la historia de los derechos humanos desde la Revolución Francesa.
Siguiendo el hilo de sus reflexiones, tampoco resultaría desacertado plantear que cada vez disfrutamos de una mayor esperanza de vida y a la vez padecemos una menor esperanza en la vida, en que podemos lograr que el futuro sea mejor que el presente. ¿Pensar y actuar cómo buenos antepasados puede ayudarnos a recuperar un necesario impulso utópico?
Tengo sentimientos encontrados sobre las utopías. La creación de imágenes, de futuro, ha sido un motivador fundamental del cambio social a lo largo de la historia. Tomas Moro, el marxismo, las religiones… han tenido una idea del cielo o del paraíso. La ambición es importante para convertirnos en buenos antepasados porque necesitamos tener una visión del mundo que queremos, la antigua idea griega de un Telos o meta para la Humanidad. Mi objetivo sería satisfacer las necesidades de todas las personas y las generaciones futuras dentro de los límites planetarios. Una utopía es reconocer que nuestras economías son un subsistema de la biosfera, lo opuesto a lo que la mayoría de los economistas enseñan a sus estudiantes.
Por otro lado, creo en las visiones distópicas como motivadoras del cambio, como cuando Greta Thunberg dijo que nuestra casa está en llamas. Quiero que entres en pánico. La crisis puede ser útil para hacer que quienes están en el poder cambien de opinión. Estamos en trayectorias que nos dirigen hacia un mundo en llamas. Cierro los ojos e imagino cómo será la vida de mis hijos y es aterrador.
Creo que es importante equilibrar esas visiones distópicas con las más utópicas. Necesitan trabajar juntas como un cuchillo y un tenedor.