Felipe VI, periodistas y la antigua estafa

ANA PARDO DE VERA

«La información de utilidad, entendida como servicio público, como la que hoy se reconoce aquí, se vuelve más necesaria si cabe, ya que contribuye a formar de un modo responsable el criterio de las personas. Lo cierto es que, en un entorno, por una parte, de saturación informativa y, por otra, de desinformación, los periodistas son más necesarios que nunca. La verificación de datos es un pilar fundamental en la construcción de certezas o en la orientación dentro de la incertidumbre».

Qué buen discurso y mejores intenciones, ¿verdad? Son palabras del rey Felipe VI en la entrega de los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España y Don Quijote de Periodismo, en junio de 2021 en la Casa de América en Madrid. Pueden leerlo entero, si les interesa: está en la web de la Casa Real, como todas las intervenciones públicas de los reyes, algunas bastante más interesantes de lo que se puede esperar de la institución que representan.

Para mí, no obstante, el mayor interés (algo masoquista) que me sugieren discursos como éste es la incoherencia más absoluta entre lo que dice el rey y lo que hace la Casa Real con la prensa, en el caso que nos ocupa. Este asunto no es nuevo, obviamente: en el documental Salvar al rey (HBO) se retrata muy bien como el jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández-Campo, utilizaba a los medios de comunicación sin pudor alguno para ocultar información o moldear la imagen de Juan Carlos I, incluso asumiendo riesgos como el de tratar que el jefe del Estado de entonces detuviera sus excesos. A Fernández-Campo esta jugada le salió rana y le costó el puesto ante un monarca que no estaba dispuesto a perderse ni una sola juerga con mujeres, en viajes o nadando en comisiones.

Al actual rey, por tanto, y para hacer gala de esa transparencia real de la que se jactan tanto la Zarzuela como el ala socialista del Gobierno, le correspondía hacer lo contrario que su padre, porque de eso tratan de convecernos todos los días y a todas horas y eso, por cierto, es lo que concluye Salvar al rey: salvar la monarquía (Felipe VI ahora) matando al emérito.

 

Es todo lo contrario de lo opuesto que se suponía debía hacerse desde Zarzuela en el manejo de los medios de comunicación: si con Juan Carlos había opacidad e información escasa y controlada, con Felipe no hay nada. Cero. Zero. Null. Zéro. Hacer Casa Real en tiempos de Felipe y Letizia (experiodista) resulta una tortura para quienes tratan de ir más allá del discurso oficial y la agenda ídem, es decir, quienes tratan de averiguar, por ejemplo, y en un momento tan largo y pesado como la muerte de la reina Isabel II, qué pasa con el díscolo emérito o quién le va a pagar el séquito que le acompañará al funeral de su prima lejana. Tan lejana que solo visitó España una vez en 1988 con una estancia de una semana. Una prima-estrella fugaz.

Resulta insoportable que a estas alturas de siglo XXI, la prensa tenga que estar sufriendo un desgaste añadido a la tensión de días como éstos con la cobertura de Reino Unido, un auténtico y agotador exceso. Las instituciones, todas, están obligadas a dar cuenta de la información pública, que no solo no les pertenece, sino que su conocimiento ahonda en el control democrático y, por tanto, debe ser puesto a disposición de los informadores en cuanto les sea reclamada. Pues no.

Felipe VI ha cogido la peor costumbre de su padre, encima, sin disponer siquiera de las pequeñas píldoras con las que el jefe de la Casa del Rey Juan Carlos trataba de endulzar la vida a la prensa y la prensa se disputaba. Me consta que la muerte de la reina británica ha sido decepcionante y frustrante para los medios de comunicación independientes en España, pero no parece que Casa Real y los poderes legislativo y ejecutivo que la protegen vayan a cambiar de rumbo. Pero «democracia plena» y viva la estafa institucional.