José Miguel López García, historiador y profesor de historia en la Universidad Autónoma de Madrid, ha investigado durante más de una década la esclavitud en España y ha publicado ‘La esclavitud a finales del antiguo Régimen. Madrid 1701-1837. De moros de prensa a negros de nación (Alianza Editorial)’. Textos que hace unos meses se emplearon en el Congreso de los Diputados para aprobar una iniciativa para censurar nuestro pasado esclavista, honrar a las víctimas del comercio de personas y que sea estudiado en las escuelas. Hemos hablado con él. En la última respuesta: la solución al paréntesis del titular.
Al leer tu libro, una sorpresa para el lector es descubrir que en Madrid también había muchos esclavos y que se vendían en mercados al aire libre.
En la mayoría de los casos se compraban y vendían en las casas, pero, efectivamente, había mercado al aire libre cerca del Palacio Real y de la Plaza Mayor. Las mujeres, por regla general, eran más caras que los hombres y, a veces, se anunciaba su venta en los diarios de avisos, los periódicos de la época; por ejemplo se hablaba de “un negro de bozal” junto a mulas y herramientas. Un ser humano era vendido junto a máquinas y animales sin que hubiera diferencia ni el menor escándalo. Y esa persona se subastaba no sólo según su sexo, también influía si tenía experiencia y habilidad en las tareas que se le iban a encomendar. Por ejemplo, si ellas eran buenas lavanderas y planchadoras o ellos habían estado al servicio de otro señor anteriormente.
¿Cómo llegaban estos esclavos hasta Madrid?
Según las épocas, el origen era diferente; por ejemplo, en el siglo XVIII muchos eran apresados en operaciones de rapiña en el África septentrional y en el Mediterráneo. La nobleza española salía a capturar hombres, para luego venderlos. He encontrado en 1725 al niño Amet Ermier, que fue capturado en el islote de Peregil y revendido después a un capitán al año siguiente. En Madrid, la mayoría de los esclavos provenían de la compra a otros particulares y a compañías comerciales que operaban en los mercados del Imperio español y su destino era el servicio doméstico. Mucho menos frecuente eran los nacidos de una mujer esclava, los llamados “esclavos de vientre”.
Según tus datos, la mayoría procedían del Magreb.
Sí, era así hasta el siglo XVIII. Después cambió su origen y fueron mayoritariamente los denominados “negros de nación”, que procedían de África Occidental e incluso de los territorios hispanoamericanos, como fue el caso de Cuba.
Otra pregunta obligada es sobre los propietarios madrileños de esclavos.
En primer lugar, hay que destacar que el mayor propietario era la Casa Real. Carlos III, que tiene una estatua en la Puerta del Sol, fue el mayor esclavista de su tiempo, con más de 20.000 esclavos, de los cuales, 18.000 estaban en Hispanoamérica y unos 2.000 radicados aquí, en España. En general, los propietarios de esclavos eran los aristócratas y la baja nobleza, pero incluso el clero era esclavista.
¿En qué se empleaba a toda esta mano de obra esclavizada?
En Madrid, en el servicio doméstico, aunque era una cuestión de estatus social más que de necesidad o porque hubiera escasez de mano de obra. Madrid, al ser la capital del Reino desde el siglo XVII, tenía un flujo constante de gente emigrada de otras regiones, campesinos que intentaban prosperar en la ciudad. Otra cuestión era los utilizados en remar en galeras o destinados a extraer mercurio en las minas de Almadén, donde el trabajo era atroz. Allí las condiciones eran tan espantosas que un hombre apenas vivía unos años. Para dar una idea de lo terrible de las condiciones, si un esclavo lograba sobrevivir 10 años, se le concedía la libertad. Ni qué decir tiene que prácticamente ninguno lo conseguía.
En su libro también se refiere a los cimarrones madrileños, aquellos esclavos que huían y lograban escapar.
La trata de esclavos desaparece por la quiebra del Estado absolutista y porque se crea un mercado asalariado. En resumen, porque la esclavitud ya no es suficientemente rentable. En 1837 se realiza la última escritura de compraventa o, al menos, la última que hemos encontrado. Hasta ese momento, no hay que menospreciar cómo los hombres y mujeres esclavizados contribuyeron a que esta institución inhumana acabara al igual que el firme rechazo de las clases populares madrileñas. Cuando un esclavo lograba escapar, intentaba en primer lugar mimetizarse si el color de su piel se lo permitía; si no era así, alcanzar algún lugar en el que pudiera vivir sin ser apresado. En cuanto al rechazo de los madrileños, tenemos constancia de que, cuando fueron testigos de malos tratos a un esclavo en la calle, se revolvieron contra el amo hasta el punto de que en una ocasión lincharon a un intendente cubano, Luis Vigury. De ahí que se popularizó un verbo: vigurizar, arrastrar por las calles a un ajusticiado.
Finalizas tu libro con una advertencia: la esclavitud continúa bajo otras formas.
Así es, la esclavitud en Madrid no se ha acabado, está bajo otras formas: el trabajo precario, las horas extras no remuneradas, esos talleres clandestinos que la policía revienta o la esclavitud sexual que sufren numerosas mujeres, esos clubes de alterne que apenas disimulan lo que no es más que trata de blancas. Todo eso que el Defensor del Pueblo en 2011 denominó víctimas invisibles y que esperemos no dure otro milenio, como ya ocurrió en el Madrid de antaño.