Esa iniciativa ha crecido de manera espontánea y a principios de junio ya había más de 100 personas alojadas en varias decenas de tiendas de campaña, cuya mera presencia frente a la sede ministerial significa que no se está respetando ese derecho fundamental a la vivienda.
Y es que ese Artículo 47 también señala que «los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación».
Las personas sin hogar congregadas en el Paseo del Prado de Madrid, a escasos metros de dos de los hoteles más lujosos de la ciudad (el Ritz y el Palace), claman contra lo obvio: los poderes públicos no están cumpliendo su deber constitucional.
Fundamento, normas y espíritu de convivencia
En el improvisado pero eficiente punto de información instalado en el bulevar, un cartel explica la razón de ser de esta acampada y detalla las normas elementales de convivencia que hay que cumplir para participar. «Las personas sin hogar aquí acampadas estamos reivindicando nuestro derecho a que se protejan nuestras vidas y nuestra integridad física y moral como manda la Constitución», reza el texto, que especifica que «todas las personas sin hogar son bienvenidas».
Los sintecho reunidos en este acto de protesta tienen clara su intención de habilitar «un lugar de tranquilidad», por lo que los conflictos han de evitarse a toda costa. Las agresiones y amenazas de violencia, así como los robos, serán motivos de expulsión directa. El alcohol y las drogas tampoco están permitidos en este lugar.
«Queremos trabajar»
El punto de información está atendido actualmente por Diego, un hombre que vive en la calle desde hace un año. Nos cuenta que tiene 35 años y 14 de ellos cotizados en la Seguridad Social: ha sido camarero y encargado en diferentes restaurantes durante 20 años y también tiene formación de quiromasajista. En su currículum consta incluso un curso de enología.
«Me cuesta mucho encontrar trabajo porque perdí la dentadura en un accidente de bicicleta, que se complicó porque luego sufrí piorrea», admite. Dos meses más tarde del suceso, en la oficina de empleo le dijeron que su nivel de empleabilidad había bajado. «Yo creo que lo único que ha bajado es el número de dientes que tengo», responde ahora Diego.
El cambio más reciente en su documentación laboral es el que corresponde a su domicilio. Donde antes figuraba la dirección de una vivienda hay una tachadura, junto a la que pueden leerse las palabras: «en la vía pública».
El curriculum de Diego está en el mostrador, en un dosier plastificado en el que figuran también los de muchas de las personas sin hogar reunidas aquí: camareros, obreros de la construcción, recepcionistas de hotel, albañiles, fontaneros, y hasta un trabajador social; personas que, por distintas circunstancias, perdieron el sostén de la sociedad y cayeron en situación de calle.
«Estamos aquí para buscarnos la vida, para estar juntos y sentirnos más a salvo, pero también queremos trabajar», explica Diego.
Junto a él, en la mesa de información está Javier, de 31 años, que vence su timidez inicial para contarnos algo de su historia. Según cuenta, su hogar familiar se desintegró tras un desahucio y un divorcio. Hace un año que vive en la calle.
«Estando en la calle es muy difícil encontrar trabajo. Te cansas más, duermes menos y empleas todo tu tiempo pensando en cómo conseguir comida«, pero «lo más duro es el frío», reconoce.
«Están matando a gente dejándola en la calle»
«Tenemos que seguir haciendo cosas para que se nos vea más, porque esto no se puede permitir», continúa Javier, quien asegura que «están matando a gente dejándola en la calle, así que los primeros violentos son ellos. Es violencia de Estado». A medida que habla, su inicial resignación se va convirtiendo en enfado y lanza acusaciones a los poderes públicos: «Los que están exprimiendo a la gente hasta dejar personas en la calle son ellos».
Javier insiste en que lo único que piden los concentrados en esta acampada es «que se cumplan los artículos de la Constitución, no es más que eso», y recuerda que «hay 32.000 personas en la calle y varios millones de pisos vacíos». «¿Que hacen con esos pisos? ¿Especular? Entonces, ¿también especulan con la pobreza?«, pregunta retóricamente este joven sintecho.
Aunque Javier en particular admite que nunca ha estado en situaciones peligrosas en la calle, el miedo forma parte de la realidad cotidiana de las personas sin hogar. La mayoría de estos sintecho se refieren al frío o a la lluvia como las peores partes de su vida en la calle, pero el miedo a las agresiones, la tensión constante y una gran vulnerabilidadson parte esencial de su durísima experiencia de vida.
«Tienes que estar todo el día y toda la noche con un ojo abierto», reconoce Julio, otro miembro de la acampada, que nos cuenta que «hace bien poco agredieron a una chica cerca de aquí, en la Plaza Mayor, y le quemaron las piernas».
Julio lleva 17 años en la calle. Fue rechazado por sus familiares «ante todo, por ser homosexual«, según nos cuenta él mismo. «Salí del armario y mi familia no me aceptó. Mi padre me pegó, me echaron de casa y ahora llevo muchos años dando vueltas por toda España buscándome un poco la vida». A veces consigue trabajo de camarero y logra pagar un sitio para vivir durante un tiempo, pero en cuanto se acaba el trabajo vuelve a quedarse sin dinero y sin hogar. Desde la última vez que estuvo empleado y durmiendo bajo techo han pasado ya cuatro meses.
Julio nos habla también de un incómodo fantasma que recorre el campamento: el reciente suicidio de uno de los sintecho ha sacudido el ánimo general. «Tenía una enfermedad psiquiátrica y nadie quería llevarlo a ninguna parte. Estaba aquí con nosotros y un día se fue a la Plaza Mayor, se volvió loco, se tomó todas las pastillas que tenía y se quitó la vida», relata Julio.
La acampada invoca también, con insistencia, el Artículo 15 de la Constitución española, que pretende garantizar «la integridad física y moral» de las personas… y es el mismo que prohíbe la pena de muerte.
La vulnerabilidad psíquica de las personas sin hogar es otra de las dimensiones de un problema, el sinhogarismo, que trasciende gravemente el ámbito económico para constituir una verdadera emergencia humanitaria a todos los niveles. Las condiciones que afrontan los sintecho en su vida cotidiana, a menudo degradantes, tienen un efecto generalmente destructivo en su esfera emocional, sus capacidades cognitivas, sus habilidades sociales y su estado anímico. Además, los altos niveles de estrés en los que se instala su metabolismo producen todo tipo de efectos adversos.
Suraya, una de las pocas personas que tiene su propia tienda de campaña en esta acampada —las demás han sido adquiridas en el mismo establecimiento gracias a diferentes donaciones y son casi todas iguales—, es una refugiada siria que lleva 5 años viviendo en la calle. Ha aprovechado esta protesta colectiva para dormir más acompañada. Hasta ahora vivía en la Plaza Mayor, uno de los puntos de la capital española en los que se registra una mayor concentración de indigentes y personas sin hogar al caer la noche.
El vocabulario español de Suraya es muy escaso, pero es una mujer extraordinariamente expresiva y, con pocas palabras, compone una imagen muy vívida de su sufrimiento: habla de graves problemas de salud, hemorragiasfrecuentes y los intensos ataques de ansiedad que sufría cuando iba a la mezquita, adonde ha dejado de acudir por sentirse ya incapaz.
No sabe explicar el motivo de esas crisis, pero las describe con los ojos desorbitados, llevándose las manos al cuello y señalando su cabeza con un gesto giratorio: «Bum, bum, bum, bum aquí: el pasado, mucho pasado«. Y añade, sin dejar de señalar su cabeza: «Y mucho diablo aquí. ¡Uy, el diablo! Mucho. Todo el día».
No hacen falta muchas más palabras para intuir la intensidad del sufrimiento mental que padece. Con todo, sus modales son muy amables, incluso dulces, y sonríe con frecuencia a pesar de su triste historia: tiene una hija que también huyó de Siria y ahora está en Turquía y no tiene manera de ponerse en contacto con ella.
Una vivienda social, no un albergue
Alejandro, otro de los acampados frente al Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, destaca la necesidad de que el Gobierno español haga efectiva «la protección física y psíquica» de las personas y, en ese sentido, señala la necesidad de tener un programa de viviendas sociales.
«La solución que reclamamos es la de una vivienda social, no un albergue», especifica Alejandro, enfatizando que «un albergue no da la opción de poder vivir, convivir ni prosperar: lo que hacen los albergues es ocultar un problema a la gente y lo que se consigue con ellos es que sea muy poca gente la que logre salir de esta situación».
«Lo que nosotros necesitamos es una integración social, política, física y psíquica y, para eso, hay que empezar por hacer efectivo el Artículo 47 de la Constitución por medio de una vivienda social, a través de un programa dotado con fondos de los Presupuestos Generales del Estado«, continúa Alejandro, cuyo punto de vista es que resulta esencial que «el Gobierno sea capaz de reconocer que estamos en una situación de emergencia social«.
«Todo tipo de piedras en el camino»
La persona sin hogar más joven del campamento es Angie, de 22 años. También es a quien todos los demás consideran su portavoz; al menos en ausencia de Miguel, el representante habitual ante los medios, que hoy no se encuentra aquí. Angie nos explica que «se trata de mostrar de una vez por todas, al público y al Gobierno, la verdadera situación que hay en la calle».
Esta joven sin hogar denuncia que «estamos acostumbrados a que se hable de los sintecho como gente problemática, como gente que consume… y, efectivamente, en la calle a día de hoy tenemos gente de todo tipo, pero mucha de esa gente no tiene culpa de estar así«.
Para Angie es importante entender «cómo están las cosas hoy en día en España». «No nos podemos permitir un alquiler, los sueldos son insuficientes especialmente cuando se tienen hijos y, si eres mayor, a veces las pensiones no alcanzan a cubrir las necesidades básicas«, asegura. En los carteles que hay colocados a lo largo del bulevar puede leerse que el 15 {14c88425e8fe9d97faae8feb4c9704a1f54f6c24ede33d0414f3cb3e373d26ea} de las personas sintecho en España son, precisamente, jubilados pensionistas.
Angie está embarazada de cuatro meses y tiene un diagnóstico psiquiátrico: trastorno límite de apego, lo cual le impide «la entrada a muchos centros de protección de madres«, según denuncia, «aunque siga habiendo plazas en esos centros».
«Es mentira cuando dicen, por ejemplo, que no hay suficientes recursos en Madrid para ayudar a las personas sintecho» porque, en realidad, «hay recursos de sobra, lo que pasa es que son incapaces de moverlos y para que podamos acceder a ellos casi tiene que ocurrir un milagro», asegura esta joven.
Angie lamenta que las instituciones ponen «todo tipo de piedras en el camino» a quienes intentan acceder a las ayudas sociales y expone su propio caso como ejemplo de esta circunstancia, pero asegura que, en general y en la práctica, los requisitos de acceso a estos sistemas públicos de ayuda resultan excluyentes.
Desconfianza y resentimiento
De repente, cierto revuelo agita el campamento. Angie y otros compañeros de acampada se acercan a la calzada junto al bulevar, donde se ha detenido un vehículo del que se baja Ángel Gabilondo, el candidato y portavoz parlamentario del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en la Comunidad de Madrid, quien intercambia brevemente unas palabras con dos miembros del campamento antes de regresar al coche y seguir su camino.
A Pablo, otro de los acampados aquí, no le gusta demasiado esa visita. «Ese hombre ha venido aquí a especular, a coger votos, a decirnos que nos va a dar un mundo mejor cuando es mentira», asegura, con una desconfianza casi despectiva. «Sigue habiendo casas vacías, hay 300.000 casas vacías en Madrid y, si ese hombre quisiera hacer algo, ahora mismo vendría aquí con llaves de pisos para la gente y no a pasar por aquí con su coche a darnos ánimos», protesta.
La actitud de desconfianza y resentimiento frente a los poderes públicos y a sus representantes son una constante en el discurso habitual de los sintecho. Después de todo, los políticos son las caras visibles de una sociedad que les ha dado la espalda, que han visto sonreír en carteles de propaganda electoral y que también han sonreído en recientes debates televisados en los que, por cierto, no hubo mención específica a la problemática de las personas sin hogar.
Los rostros de este campamento son muy diferentes. Entre todos componen la cara humana de la pobreza más extrema y desamparada del país; son caras en las que han hecho mella el dolor, la desesperación, el sufrimiento, la insalubridad, la desesperanza y el pánico. De momento, se han reunido en este céntrico bulevar de Madrid, precisamente para plantar cara a los poderes públicos. No tienen hogar, no tienen casi nada; de momento, ni siquiera tienen un sitio mejor al que ir. Pero saben que tienen derecho a tenerlo y por eso están aquí.