Sus últimas declaraciones sobre el mundo como una jungla frente al jardín europeo son la última polémica de su historial. Con la guerra en Ucrania, el Alto Representante ha mantenido un fuerte tono beligerante.
«No tiene pelos en la lengua», es una descripción imprescindible en su biografía. En varios discursos ante el Parlamento Europeo sus tablas y experiencia -de la que carecía su antecesora Federica Mogherini, mucho más previsible y comedida- le han valido aplausos y halagos. Pero no pocas declaraciones suyas también han hecho que su relación en las instituciones europeas no haya sido fácil.
La elección del por entonces ministro de Asuntos Exteriores español para el puesto de algo semejante -pero más descafeinado y limitado- que un ministro de Asuntos Exteriores europeo fue vista con incertidumbre y recelos en algunas delegaciones. Borrell arrastraba un largo historial de polémicas. Uno de sus momentos más recordados es el abandono de una entrevista con la televisión alemana Deutsche Welle al ser preguntado por la situación en Catalunya. También generaron polémica sus palabras sobre la masacre contra los indígenas en Estados Unidos: «Lo único que hicieron fue matar a cuatro indios», señaló.
Su aterrizaje en el puesto más largo del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) estuvo marcado por controvertidas declaraciones en torno al independentismo catalán, tema con el que es altamente sensible. «Si las autoridades judiciales de Flandes aún no han tenido a bien hacer caso a la orden europea de una conocida etarra a la que se reclaman delitos de sangre [en referencia a Natividad Jáuregui] y sigue en Bélgica tranquilamente porque los jueces no lo han considerado oportuno que sea juzgada en España, no nos debe extrañar que ocurran otras cosas», afirmó el exministro en su primer año en el cargo europeo.
Unas palabras que interpelaban directamente a un Estado miembro y que ponían en un fuerte aprieto a la Comisión Europea. Desde el estallido de la guerra en Ucrania, una de sus obsesiones es la batalla por el relato, unos fantasmas marcados por la visceralidad personal que arrastra contra el independentismo catalán.
Tono beligerante
Tras un aterrizaje accidental, la guerra en Ucrania le ha servido para marcar un perfil más alto en Bruselas. Borrell lo ha sido casi todo en la política española y europea. A sus 75 años tiene poco que perder y no tiene ningún reparo en decir lo que se le pasa por la cabeza. Unos días afable, otros altivo y temido, siempre ha defendido una UE con un papel en política exterior, seguridad y defensa mucho más firme. Pero su anhelo de poner fin a la regla de la unanimidad en este campo no tiene visos de prosperar en el corto plazo.
En el escenario actual de contienda ha destacado por un tono beligerante que en varias ocasiones ha levantado polvo en las capitales europeas. El primer día de invasión rusa a Ucrania aseguró que se enviarían «las armas más potentes» haciendo mención incluso a aviones de caza. Unas revelaciones que tampoco sentaron demasiado bien en Washington. El envío de aviones de combate es un tema muy sensible porque puede ser interpretado por Rusia como una implicación mucho más directa de Occidente en el conflicto.
Tras ocho meses de guerra, una de las grandes incógnitas es cómo respondería la OTAN a un eventual ataque ruso con armas químicas o nucleares. El propio Emmanuel Macron pidió cautela y no hacer «política ficción» con un tema tan sensible. Pero el propio Borrell fue más lejos que ningún alto cargo de la Alianza Atlántica. «Putin no debería fanfarronear con ello. Habría una respuesta tan fuerte desde el punto de vista militar, no nuclear, que el Ejército ruso sería aniquilado», aventuró en una charla con alumnos en el Colegio Europeo de Brujas. En varias capitales recelan de salidas como esta. Borrell está llamado a hablar en nombre de los Veintisiete y no son pocas las ocasiones que en muchos gobiernos nacionales sienten que se excede de sus competencias.
Poco antes se había referido a Rusia como «un Estado fascista», aunque su equipo matizó después estas palabras. Su última polémica fue, sin embargo, un paso más allá. Borrell afirmó que la UE es un jardín mientras la mayoría del resto del mundo es la selva. Unas palabras que fueron muy criticadas por sus tintes racistas o colonialistas. Tras las críticas mediáticas en muchos rincones del globo, se vio obligado a justificarse: «No entiendo que se haya interpretado como racista, colonialista o etnicista. Era un mensaje de solidaridad. De decirle a los jóvenes europeos que tienen la suerte de vivir en una zona de libertad, progreso económico y cohesión social», explicó. Estas palabras se encuadraban, además, en un momento en el que la UE quiere acercarse a países, especialmente en África o América Latina, donde Rusia y China están teniendo una presencia cada vez mayor.
Su postura en la contienda bélica es vista en los sectores más pacifistas como un freno en lugar de un aliciente para impulsar la paz y la diplomacia. Argumento también utilizado por el Kremlin. «Puede que Josep Borrell sea emocional, como alguien que viene de España, pero yo siempre he entendido el papel del Alto Representante como el de alguien que guía el camino hacia la diplomacia, no hacia la confrontación militar. Ahora dice que está dispuesto a sentarse en la mesa de negociación con Putin. Bueno, me temo que está sobreestimando su propio papel. Vladimir Putin tiene otros interlocutores», afirmaba hace unos meses el embajador ruso ante la UE en una entrevista exclusiva con este periódico.
La guerra en Ucrania ha derribado muchos tabúes en el seno europeo. Una de las certezas que deja ya es una postura más asertiva de la UE en la arena global. En los pasillos de Bruselas lo definen con frecuencia como un despertar en un mundo crecientemente hostil. Pero en el otro lado los críticos afean que el proyecto europeo, un proyecto pacifista nacido bajo las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, está abandonando por el camino su savia bruta: la apuesta por la diplomacia.