Los últimos años han supuesto un reto para el funcionamiento de este centro hospitalario, que debe sortear grandes obstáculos para adquirir sus insumos debido a las medidas coercitivas y que ha quedado sin la mitad de su personal.
Yanira sostiene a su bebé de siete meses, que se recupera de una operación de corazón en el Hospital Cardiológico Infantil Latinoamericano Gilberto Rodríguez Ochoa, en Caracas, mientras explica cómo ha sido el proceso. El pequeño, que no para de sonreír, es uno de los 305 niños que han sido intervenidos en este centro de salud en lo que va de año, en plena pandemia.
En el cardiológico se han realizado más de 12.000 intervenciones desde su inauguración, el 20 de agosto de 2006, durante el Gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez. Este 2021 se espera culminar con 400 operaciones, una cifra que adquiere un significado distinto en el contexto de las profundas afectaciones que se han producido en la vida cotidiana de las personas tanto por la pandemia como por las sanciones de EE.UU. contra Venezuela.
Al entrar a este hospital, de largos pasillos silenciosos y muy iluminados, las medidas de bioseguridad son estrictas: lavado de manos, distanciamiento social y tapabocas. Luego de caminar por espacios muy pulcros donde predomina el blanco, se llega a la oficina de la presidenta de la institución, la doctora Isabel Iturria, quien habla con RT sobre la labor del personal del cardiológico en medio de las limitaciones y la crisis global por el covid-19.
Entender los números
Lo primero que llama la atención son las cifras. Este año, en el cardiológico se han realizado 305 intervenciones. El contexto le da importancia a los números, pues de 2014 a 2019 Venezuela sufrió una brutal contracción económica causada por la caída del 99% de sus ingresos petroleros producto de los ataques y desfalco contra la estatal petrolera PDVSA, además de las sanciones.
Los hospitales más grandes del mundo, afirma Iturria, practican entre 300 y 400 intervenciones anuales y, los que superan esa cantidad, pertenecen a un «grupo bien selecto» de instituciones médicas. Estos datos, si se comparan con Venezuela, hacen que lo conseguido por el país suramericano en esa área, en medio de sus grandes limitaciones, pareciera imposible.
Esta realidad no siempre fue así. Antes de la creación del cardiológico, en el país se hacían menos de 200 intervenciones al año. Sin embargo, desde que abrió sus puertas hace 15 años, el promedio anual ha sido de 700 a 800 operaciones (mitad cirugías y mitad cateterismos). «El cardiológico transformó las posibilidades de atender a niños con cardiopatías«, afirma la también exministra de Salud (2013).
«Paciera que hicieras algo ilícito»
En un país sancionado, procesos tan rutinarios como la compra de insumos médicos transitan por laberintos kafkianos. «Parece que hicieras algo ilícito, cuando los que lo hacen son quienes obstaculizan la llegada a Venezuela de salud y de vida», denuncia Iturria.
Años atrás, se hacían dos concursos abiertos anuales para adquirir los suministros. A esta convocatoria asistía un grupo de empresas que tenía la posibilidad de ofertar. Poco a poco su presencia se hizo más exigua.
«Es extremo y hay cosas que simplemente no trae el proveedor para no exponerse», porque prácticamente se las vendía al cardiológico debido a que la cirugía pediátrica se hace muy poco en otras instituciones del país.
Actualmente, la mayoría de los productos llegan de China, a través de los convenios binacionales, y de otros países. Algunos insumos se compran a un importador «que se lo compró a otro, que a su vez se lo compró a otro» y después se debe evaluar cuál le puede facturar al cardiológico, cuál no y cuál puede hacerlo al Ministerio de Salud.
«Este procedimiento elimina la competencia y se generan costos mayores, porque los productos llegan de otro intermediario. Afecta verdaderamente a nuestro país, por más que el Estado haya encontrado rutas alternas», asevera.
Más allá de los insumos, también se necesita de la tecnología para que el hospital pueda funcionar. Un ejemplo de ello es el aire acondicionado en los quirófanos, «que tiene particularidades muy específicas: no sólo es frío sino que además está libre de todo tipo de contaminantes y partículas». Estos equipos son importados y sus repuestos dejaron de venderse a Venezuela por las mismas razones.
Su mantenimiento también sufre las consecuencias del bloqueo. Los proveedores habituales se niegan a trabajar en el hospital o alegan que su casa matriz los sanciona y no les vende repuestos si son para el Estado venezolano. «Es increíble pero es una realidad«, dice Iturria.
¿Cuánto cuestan las operaciones?
Si bien las intervenciones son gratuitas, el hospital cubre los costos, que están muy por debajo de los privados. En cualquier lugar del mundo una operación de este tipo puede llegar a los 40.000 dólares.
La presidenta del hospital explica que por una operación en una clínica venezolana se hacen siete u ocho en el cardiológico. «El otro mito que se desmonta es la ‘ineficiencia’ del sector público, que parece ser más una cantaleta que algo con fundamento racional», agrega.
La garantía de gratuidad alberga incluso a la madre, cuya alimentación está garantizada, y al padre, que es alojado en la residencia hospitalaria el día de la cirugía. «Tendría que ser más costoso aquí y no lo es. Lo hacemos con gratuidad, con calidad técnica, pero también con cariño, con solidaridad, con calidez.», dice la doctora egresada de la Universidad Central del Venezuela (UCV).
Para hacerse una idea de los costos, en una cirugía de cardiopatía congénita para un solo niño se pueden necesitar 300 cosas diferentes. Hay algunos materiales que se puede reesterilizar pero otros no, porque son muy caros y de una tecnología difícil de reproducir.
¿Cómo es el proceso?
Algo que impresiona al entrar al cardiológico es que no hay madres con sus hijos en brazos haciendo interminables filas para esperar su turno. La pregunta es ineludible: ¿cómo se logró transformar una realidad tan cotidiana en cualquier centro de salud pública?
El resultado ha sido producto de la planificación y del uso de la tecnología informática. En los hospitales del país donde cuentan con servicio de cardiología, el especialista en esa área accede al sistema del hospital e ingresa los datos del paciente que requiera cirugía o cateterismo al Registro Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes con Cardiopatías Congénitas (RENAC).
«Cada día podemos tener en tiempo real los pacientes que se han agregado a esa lista de espera nacional y podemos llamarlos cuando tengamos las condiciones para poder operarlos, de acuerdo a su patología», explica Iturria.
Hay patologías que pueden esperar años, y realizar la intervención cuando el niño esté más grande, mientras que otras deben ser operadas en el primer mes de vida.
«De esa manera optimizamos los recursos dentro del hospital y evitamos que el paciente se tenga que trasladar innecesariamente. Eso lo hacíamos así desde antes de la pandemia», agrega.
Los profesionales que se han ido
En la cotidianidad del hospital hay otros números, no tan alentadores, que también hablan de un desafío para quienes trabajan allí. El cardiológico está funcionando con la mitad o menos de su personal porque muchos de los especialistas se fueron del país. «Es un saldo negativo para la revolución, que de algún modo hay que tratar de recuperar», dice Iturria.
Los médicos son muy codiciados en el exterior, explica, y los venezolanos «compiten en condiciones favorables con los de cualquier lugar del mundo y son atraídos por otros países, que les ofrecen mejores condiciones de vida», a pesar de que en algunos cumplen funciones muy por debajo de su preparación.
La formación de un especialista puede llevarse unos 14 años entre los siete de la universidad, el año rural y los posgrados, cada uno de tres años. «En este hospital, los médicos tienen entre dos y tres posgrados. Muchos se fueron aunque diría que buena parte quisiera estar en Venezuela».
«Es un problema real que Venezuela intentó resolver aumentando la cantidad de médicos que se forman. Ahora se forman muchos más que nunca en la historia de Venezuela», asevera. La principal área es la Medicina Integral Comunitaria, con un enfoque hacia la medicina preventiva y la promoción de salud y calidad de vida. «Seguramente es uno de los elementos básicos que ha permitido el control de la pandemia, con otras muchas medidas que se han tomado», asevera.
¿Cómo sigue en pie un hospital con la mitad de su personal?, es la pregunta que surge. La presidenta se refiere a la experiencia acumulada en 15 años de existencia del cardiológico y al compromiso de los trabajadores con la institución, lo que ha hecho que las cosas sean más sencillas. Incluso ella misma cuenta que ha vuelto a tener guardias de 24 horas como cuando era residente, décadas atrás. «Es realmente un trabajo bien intenso el que hay que hacer«.
La pandemia también ha sido un desafío para el que han tenido que adaptarse. Por ello, se restringió la presencia de personas que acompañaban a los pacientes, se vacunó a todo el personal y se aprovecharon las herramientas tecnológicas para realizar actividades docentes y de difusión del conocimiento.