El mundo está percibiendo la creciente y rapaz intención bélica de EEUU. 1. En medio del desarrollo de la crisis de Ucrania, EE. UU. y la OTAN han estado tratando de escalar su guerra por delegación con Rusia, al mismo tiempo que intensifican su asedio y provocaciones contra China. La intención de ir a la guerra quedó ya en evidencia durante un segmento del 15 de mayo de 2022 del programa Meet The Press de la NBC, que simuló una guerra de EEUU contra China. Cabe señalar que este juego bélico fue organizado por el Center for a New American Security (CNAS), un prominente think tank de Washington D.C. financiado por los gobiernos de EE. UU. y sus aliados, incluida la Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipei, las Open Society Foundations de George Soros y una serie de empresas militares y tecnológicas estadounidenses tales como Raytheon, Lockheed Martin, Northrop Grumman, General Dynamics, Boeing, Facebook, Google y Microsoft (CNAS, 2022).
Esta simulación está en línea con otras señales alarmantes, tanto del Congreso como del Pentágono. El 5 de abril, Charles Richard, comandante del Mando Estratégico de EEUU, argumentó ante el Congreso que Rusia y China significan amenazas nucleares para su país, afirmando que es probable que China use coerción nuclear en su propio beneficio (Tiron, 2022). Poco después, el 14 de abril, una delegación bipartidista de legisladores estadounidenses visitó Taiwán. El 5 de mayo, Corea del Sur anunció que se había unido a una organización de ciberdefensa en el marco de la OTAN. En junio, en su cumbre anual, la OTAN nombró a Rusia su «amenaza más significativa y directa» y señaló a China como un «desafío a nuestros intereses». Además, Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda participaron por primera vez en la cumbre, lo que sugiere la posibilidad de que se cree una rama asiática en el futuro. Finalmente, el 2 de agosto, en una flagrante provocación a Beijing, la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, la tercera funcionaria de más alto rango del gobierno de Biden, visitó Taiwán escoltada por la Fuerza Aérea de EEUU (OTAN, junio de 2022).
Ante la agresiva política exterior del gobierno de Biden, no se puede evitar la pregunta: entre la élite que gobierna EEUU, ¿quién aboga por la guerra? ¿Hay algún mecanismo para frenar esa beligerancia en el país?
Este artículo llega a tres conclusiones. En primer lugar, en el gobierno de Biden dos grupos de la élite de política exterior que solían competir entre sí –los halcones liberales y los neoconservadores– se han fusionado estratégicamente, formando el consenso más importante en materia de política exterior desde 1948 y llevando la política de guerra estadounidense a un nuevo nivel. En segundo lugar, tomando en consideración sus intereses a largo plazo, la gran burguesía en EEUU ha llegado al consenso de que China es un rival estratégico, y ha establecido un sólido apoyo a esta política exterior. En tercer lugar, las llamadas instituciones democráticas de control y equilibrio son completamente incapaces de frenar la expansión de esta política beligerante debido al diseño de la Constitución de EEUU, la expansión de las fuerzas de extrema derecha, y la clara monetización de las elecciones.
La fusión de las élites beligerantes de la política exterior
Los primeros representantes del intervencionismo liberal estadounidense incluían presidentes demócratas como Harry Truman, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, cuyas raíces ideológicas se remontan a la idea de Woodrow Wilson de que EEUU debe actuar en el escenario mundial luchando por la democracia. La invasión de Vietnam se guió por esa ideología.
Después de la derrota de EEUU en Vietnam, el Partido Demócrata redujo temporalmente los llamados a la intervención como parte de su política exterior. Sin embargo, el senador demócrata Henry «Scoop» Jackson (también conocido en ese tiempo como el «senador de Boeing»), un halcón liberal, se unió a otros anticomunistas e intervencionistas acérrimos, ayudando a inspirar el movimiento neoconservador. Los neoconservadores, entre los que se encontraban varios partidarios y antiguos colaboradores de Jackson, apoyaron al republicano Ronald Reagan a finales de los años 70 por su compromiso de enfrentar el supuesto expansionismo soviético.
Con la disolución de la Unión Soviética en 1991 y el auge del unilateralismo estadounidense, los neoconservadores entraron en la corriente principal de la política exterior estadounidense con su líder de pensamiento, Paúl Wolfowitz, que había sido ayudante de Henry Jackson. En 1992, solo unos pocos meses después de la desintegración de la Unión Soviética, Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa para la Política, presentó su Defense Policy Guidance [Guía de política de defensa], que abogaba explícitamente por que EEUU mantuviera una posición unipolar permanente. Esto se lograría, explicó, mediante la expansión del poder militar estadounidense en la antigua esfera de influencia de la Unión Soviética y a lo largo de todos su perímetro, con el objetivo de impedir el resurgimiento de Rusia como una gran potencia. Esta estrategia de unipolaridad liderada por EEUU, implementada a través de la proyección de fuerza militar, guió las políticas de exteriores de George H.W. Bush y su hijo George W. Bush, así como las de Bill Clinton y Barack Obama. EEUU pudo lanzar la primera Guerra del Golfo en gran medida debido a la debilidad soviética. A esto le siguió el desmembramiento militar de Yugoslavia por parte de EEUU y la OTAN. Después del 11 de septiembre, la administración de Bush Jr. estuvo totalmente dominada por los neoconservadores, incluidos el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
Aunque tanto los halcones liberales como los neoconservadores han defendido ardientemente las intervenciones militares en el extranjero, históricamente ha habido dos diferencias importantes entre ellos. Primero, los halcones liberales tendían a creer que EE. UU. debía influir en las Naciones Unidas y otras instituciones internacionales para llevar a cabo una intervención militar, mientras que los neoconservadores tendían a ignorar las instituciones multilaterales. Segundo, los halcones liberales trataban de dirigir intervenciones militares junto a los aliados occidentales, mientras que los neoconservadores estaban más dispuestos a conducir operaciones militares unilaterales y a violar flagrantemente el derecho internacional. Como dijo Niall Ferguson, historiador de la Universidad de Harvard, los neoconservadores estaban encantados de aceptar el título de Imperio Americano y decidir unilateralmente atacar cualquier país en tanto potencia hegemónica mundial (Fergusson, 2005).
Aunque históricamente los republicanos y los demócratas han desarrollado sus propias políticas e instituciones de abogacía, es un error pensar que tienen enfoques distintos en cuanto a la estrategia de política exterior. Es verdad que think tanks como Heritage Foundation son importantes bastiones neoconservadores que se han inclinado hacia la política republicana, mientras otros como la Brookings Institution y la posteriormente creada CNAS han sido sede de halcones liberales más prodemócratas. Sin embargo, miembros de ambos partidos han trabajado en cada una de estas organizaciones; sus diferencias se centran en propuestas de políticas específicas, no en la afiliación partidaria. En realidad, detrás de la Casa Blanca y el Congreso, una red bipartidista de planificación de políticas formada por ONG, universidades, think tanks, grupos de investigación y otras instituciones dan forma colectivamente a las agendas de las empresas y los capitalistas a través de propuestas de políticas e informes.
Otra concepción equivocada es pensar que el llamado lado progresista del liberalismo promoverá el desarrollo social, proporcionará ayuda internacional y limitará el gasto militar. Sin embargo, el periodo neoliberal, que comenzó a mediados de la década de 1970, ha sido caracterizado por la subordinación del Estado a las fuerzas del mercado y la austeridad en el gasto social en áreas como la atención de salud, la asistencia alimentaria y la educación, todo ello mientras se fomenta el gasto militar ilimitado, perjudicando gravemente la calidad de vida de la gran mayoría de la población. Tanto los republicanos como los demócratas siguen los principios del neoliberalismo, como lo ejemplifica el presupuesto anual de Biden para 2022, que incluye un aumento del 4% en el gasto militar y el hecho de que, durante la pandemia de COVID 19, 1,7 billones de los 5 billones que el gobierno estadounidense proporcionó en fondos de estímulo fueron directamente a los bolsillos de las corporaciones (Greve, 2022; Parlapiano et. Al., 2022). El neoliberalismo ha tenido un impacto especialmente devastador en el Sur Global, donde ha arrastrado a los países en desarrollo a trampas de deuda y los ha coaccionado a realizar interminables pagos de deuda al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.
En el campo de la política exterior, el think tank más influyente desde la Segunda Guerra Mundial ha sido el Council on Foreign Relations (CFR), financiado por una serie de fuentes de la clase dominante. Entre los miembros corporativos fundadores del consejo están líderes en el sector energético (Chevron, ExxonMobil, Hess, Tellurian), financiero (Bank of America, BlackRock, Citi, Goldman Sachs, JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Moody’s, Nasdaq), tecnológico (Accenture, Apple, AT&T, Cisco) y de Internet (Google, Meta), entre otros sectores, y el consejo actual del CFR incluye a Richard Haass, el principal asesor de Bush padre sobre Medio Oriente y a Ashton Carter, secretario de Defensa de Obama. La revista alemana Der Spiegel describe al CFR como «la institución privada más influyente de EEUU y del mundo occidental» y «el politburó del capitalismo», mientras que Richard Harwood, ex editor en jefe y defensor del pueblo en The Washington Post, llamó al consejo y a sus miembros «lo más cercano que tenemos a un establishment gobernante en los EEUU» (Swiss Policy Research, 2022; Shoup, 2019; harwood, 1993). Las propuestas de política del CFR reflejan el pensamiento estratégico a largo plazo de la burguesía estadounidense, como se ve en su propuesta de «fortalecer la coordinación entre EE. UU. y Japón en respuesta a la cuestión de Taiwán» en enero de 2022, antes de la visita de Pelosi a Taiwán en agosto del mismo año.
Independientemente del partido de los candidatos que apoyen los funcionarios de estas diversas instituciones en las elecciones, esta red bipartidista de colaboración de larga data ha mantenido una política exterior consistente en Washington. Esta red promueve una visión del mundo en la que EEUU tiene la supremacía, que niega el derecho de otros países a participar en los asuntos internacionales, una ideología que se remonta a la Doctrina Monroe de 1823 que proclamaba el dominio de EEUU sobre todo el hemisferio occidental. La actual élite de política exterior estadounidense ha ampliado la aplicación de la doctrina de las Américas a todo el mundo. La sinergia entre los dos partidos y el cambio de partido son habituales para este grupo de responsables de la política exterior, que está estrechamente vinculado a la clase capitalista dominante y a sus sustitutos dentro de la élite del poder que controla la política exterior de EEUU así como al Estado profundo (los servicios de inteligencia y los militares).
A principios de siglo, los neoconservadores, reunidos en el Partido Republicano, estaban más preocupados por la desintegración y desnuclearización de Rusia que por China. Alrededor de 2008, sin embargo, las fuerzas de la élite política estadounidense comenzaron a darse cuenta de que la economía china continuaría su fuerte ascenso y que sus futuros líderes no cederían a la influencia de EEUU: no habría un equivalente chino de Gorbachov o Yeltsin. A partir de este período, los neoconservadores empezaron a adoptar un enfoque de total confrontación con China y a buscar la contención. Al mismo tiempo, algunos halcones liberales prodemócratas fundaron el CNAS, y Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, lideró el desarrollo e implementación del Pivote a Asia, un cambio estratégico en la política exterior estadounidense que fue aplaudido por los neoconservadores, que en ese momento todavía estaban en el campo republicano. Clinton fue aclamada como una «voz fuerte» por Max Boot, comentarista político y miembro sénior del CFR, quien en 2003 escribió que «dado el bagaje histórico que conlleva el ‘imperialismo’ no hay necesidad de que el gobierno de EEUU adopte el término. Pero sí debería abrazar la práctica» (Daalder y Lindsay, 2003). Actualmente, ampliar la OTAN a Ucrania y enfrentarse a Rusia sigue siendo una prioridad para los neoconservadores y los halcones liberales por igual. Ambos grupos están en desacuerdo con los realistas que proponen una distensión con Rusia para reforzer la confrontación con China.
Sin embargo, la elección de Trump en 2016 creo turbulencias por un corto tiempo en el consenso del CFR. Como escribió John Bellamy Foster en Trump in the White House: Tragedy and Farce [Trump en la Casa Blanca: tragedia y farsa], el expresidente subió al poder parcialmente a través de la movilización de un movimiento neofascista basado en la clase media baja blanca (2017). Inicialmente lo apoyó solo un pequeño número de personas de la élite del gran capital. Entre ellos estaban Dick Uihlein, el dueño del gigante naviero Uline; Bernie Marcus, fundador de la minorista de materiales de construcción Home Depot; Robert Mercer, un inversionista del medio de comunicación de extrema derecha Breitbart News Network; y Timothy Mellon, nieto del magnate bancario Andrew Mellon. La tendencia de Trump a reducir el compromiso en los asuntos globales –como se vio con el retiro de las tropas de Siria y el comienzo de la retirada de Afganistán, así como el contacto diplomático con Corea del Norte– favoreció los intereses a corto plazo de la pequeña y mediana burguesía y le ganó el apoyo de los realistas de política exterior, incluyendo a Henry Kissinger, pero molestó a los neoconservadores. Un grupo de neoconservadores de élite desempeñó un papel importante en la campaña contra Trump, con unos 300 funcionarios que habían apoyado a la administración de Bush, respaldando al Partido Demócrata en las elecciones de 2020. Entre ellos se encontraba el ya mencionado Boot, que se había convertido en un líder de pensamiento en política exterior y ha tenido un fuerte impacto en el gobierno de Biden.
Con Biden, se reanudó el consenso del CFR y los neoconservadores y los halcones liberales se han alineado completamente en la orientación estratégica del país. Su conciencia conjunta del ascenso de China ha promovido una unidad entre estos dos grupos que no se veía hace décadas. Esta unidad se basa en la teoría sobre las relaciones internacionales que estipula que EEUU debe intervenir activamente en la política de otros países, haciendo todos los esfuerzos para promover «la libertad y la democracia», tomar medidas enérgicas contra los Estados que desafían el dominio económico y militar de Occidente, eliminar los gobiernos no deseados y asegurar la hegemonía global por cualquier medio, con Rusia y China como sus principales objetivos. En mayo de 2021, el secretario de Estado, Anthony Blinken (que previamente fue subsecretario de Estado de Obama), declaró que EEUU defendería un ambiguo «orden internacional basado en normas», un término que se refiere a las organizaciones internacionales y de seguridad dominadas por EEUU en lugar de las instituciones más amplias basadas en la ONU. La postura de Blinken sugiere que, en el gobierno de Biden, los halcones liberales han abandonado oficialmente la pretensión de seguir a la ONU u otras organizaciones multilaterales internacionales a menos que se sometan a los dictados de EE. UU.
En 2019, el prominente neoconservador Rober Kagan publicó un artículo con Anthony Blinken como coautor instando a EEUU a abandonar la política de «América primero» de Trump. Apelaron a la contención (es decir, asedio y debilitamiento) de Rusia y China y proponían una política de «diplomacia preventiva y disuasión», es decir, tropas y tanques donde se considere necesario (Blinken, 2019). Por cierto, la esposa de Kagan, Victoria Nuland, fue secretaria de Estado adjunta para Asuntos Europeos y Eurasiáticos en el gobierno de Obama. Nuland tuvo un papel clave en organizar y apoyar la revolución de colores/golpe de Estado en Ucrania y se ha jactado de los miles de millones de dólares que EE. UU. ha gastado para «promover la democracia» en el país (Nuland, 2013). Actualmente es subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos en el gobierno de Biden, la tercera posición más alta en el Departamento de Estado, después del secretario Blinken y la subecretaria Wendy Sherman. También es heredera espiritual de su mentora, la líder de los halcones liberales Madeleine Albright.
La orientación belicista defendida por Kagan y Blinken fue llevada un paso más allá por el think tank de la OTAN, el Atlantic Council, que ha abogado por la política nuclear de riesgo. En febrero, Mathew Kroenig, subdirector del Snowcroft Center for Strategy and Security del Atlantic Council, abogó por la consideración del uso preventivo de armas nucleares tácticas por parte de EEUU (Kroenig, 2022).
A partir de esta pequeña camarilla de belicistas se puede detectar fácilmente la profunda integración de los dos grupos de élite de la política exterior, que son los verdaderos impulsores de la crisis en Ucrania. La evolución de esta crisis revela el siguiente conjunto de tácticas adoptadas por ellos:
- Fortalecer el liderazgo de EEUU en la OTAN, utilizando la alianza militar (en lugar de la ONU) como el principal mecanismo de intervención exterior.
- Provocar a un supuesto advesario a la guerra al negarse a reconocer su reclamación de soberanía y seguridad sobre regiones sensibles.
- Planificar el uso de armas nucleares tácticas y llevar a cabo una «guerra nuclear limitada» en el territorio del supuesto adversario o en sus alrededores.
- Imponer guerras híbridas para debilitar y subvertir al adversario utilizando medidas coercitivas unilaterales y combinando sanciones económicas con medidas financieras, propagandísticas, de información y culturales, junto con «revoluciones de colores», cyberguerra, lawfare y otras tácticas.
Si se consiguen los resultados deseados en Ucrania, sin duda se utilizará la misma estrategia en el Pacífico Occidental.
La alineación estratégica no significa que las élites políticas no estén divididas en otros asuntos que consideran de menor importancia, como el cambio climático. Sin embargo, incluso sobre este asunto, EEUU exige que Europa deje de importar gas natural de Rusia. John Kerry, el enviado de Biden para el clima, no se pronuncia sobre las posibles repercusiones negativas para el medio ambiente de esa medida, porque EEUU quiere sustituir las ventas de gas ruso en Europa por las suyas propias.
En los últimos años, las fuerzas progresistas de todo el mundo han lanzado varias campañas internacionales para expresar sus preocupaciones sobre la agresiva estrategia global que EEUU despliega, utilizando a menudo el término «Nueva Guerra Fría». Sin embargo, las narrativas presentadas a veces subestiman la depravación de algunos aspectos de la política exterior estadounidense. La «Vieja Guerra Fría» con la Unión Soviética seguía ciertas reglas y líneas rojas: EEUU utilizaba una variedad de medios políticos y económicos para ejercer presión e intentar subvertir el Estado soviético, y las dos partes reconocían el alcance de sus respectivos intereses y necesidades de seguridad. No obstante, EEUU no intentaba cambiar las fronteras nacionales de sus adversarios nucleares. Este no es el caso hoy en día, como se puede leer en la declaración abierta de The Wall Street Journal de que EEUU debe demostrar su capacidad de ganar una guerra nuclear, una postura que se sustenta en la afirmación de la élite de la política exterior de que hay que proteger a Ucrania y Taiwán, ya que ambos son lugares estratégicos dentro del perímetro militar occidental (Cropsey, 2022; McCaul, 2022; Abrams, 2022). Incluso el líder de la Guerra Fría, Henry Kissinger, ha expresado su preocupación y oposición a la actual política exterior estadounidense, argumentando que la estrategia correcta es dividir a China y Rusia y advirtiendo que habrá consecuencias peligrosas si EEUU busca directa y simultáneamente la guerra contra estos dos Estados con armas nucleares.
La burguesía estadounidense se prepara para la guerra contra China
Washington ha buscado desvincular económicamente a EEUU de China mediante guerras comerciales y tecnológicas, un proceso que comenzó en el gobierno de Trump y ha continuado bajo el liderazgo de Biden. Sin embargo, esta política ha generado consecuencias imprevistas. Por un lado, debido a la formación de cadenas de suministro globales, las industrias manufactureras de Europa y EE. UU. dependen en gran medida de las importaciones de China y Biden ha enfrentado a la oposición interna con peticiones de reducir los aranceles de la guerra comercial para aliviar la enorme presión de la inflación en EEUU. Por otro lado, aunque China no comenzó la desvinculación económica, la presión de las guerras comerciales y tecnológicas ha promovido el desarrollo de la «gran circulación interna» dentro del país (reduciendo la dependencia de exportaciones y confiando más en el consumo interno). Desde que comenzó la pandemia, se ha producido un aumento gradual superficial del comercio de mercancías entre EEUU y China.
Sin embargo, se debe señalar que hay un cambio en marcha en la lógica básica de las relaciones de EEUU con China: la burguesía estadounidense ha ido fortaleciendo su alianza contra China y apoyando la estrategia belicosa de Washington. Esta situación se debe a factores tanto económicos como ideológicos. Por un lado, las cifras del PIB de EE. UU. y otros países occidentales enmascaran las contribuciones en mano de obra de las fábricas del Sur Global. Por ejemplo, las ventas altamente rentables de Apple en EEUU aparecen en las cifras del PIB de ese país, pero la fuente real de sus altos rendimientos es el excedente creado por la mano de obra productiva avanzada, masivamente eficiente y de bajo costo de Shenzhen, Chongqing y otras ciudades de China, donde se encuentran las fábricas de Foxconn (Smith, 2012; Tricontinental, 2019). China ha avanzado mucho desde la época de las grandes fábricas con trabajadoras y trabajadores no cualificados mal pagados y ha desarrollado una infraestructura industrial, logística y social extremadamente sofisticada que, en 2019, representaba el 28,7% de la manufactura global (Richter, 2021). Trasladar toda la cadena de suministro de China a India o México sería un proceso de décadas que no puede basarse solamente en salarios más bajos.
Pocos sectores de la economía estadounidense dependen en gran medida del mercado chino para sus ventas, con la excepción de los fabricantes de chips. Grandes empresas como Boeing, Caterpillar, General Motors, Starbucks, Nike, Ford y Apple (17%) obtienen menos del 25% de sus ingresos de China («10 US Companies…»). El ingreso total de las 500 empresas del S&P 2. es de 14 billones de dólares, no más del 5% de ese valor corresponde a ventas dentro de China (Yardeni, 2022; Office of…., 2022). Es poco probable que los gerentes estadounidenses se opongan a la dirección de la política exterior de EE. UU. respecto a China, porque no se les presenta un camino claro para aumentar su acceso de largo plazo al creciente mercado interno de China. Esta actitud se puso de manifiesto durante la convocatoria de resultados de Disney de mayo de 2022, cuando su gerente general, Bob Chapek, expresó confianza en el éxito de la empresa, incluso sin acceso al mercado chino. Esta actitud frente China es visible en todos los sectores clave de EEUU:
Tecnología / Internet. Nueve de los diez estadounidenses más ricos están en la industria de tecnología e internet, el zeitgeist de nuestro tiempo, con la excepción parcial de Elon Musk, el gerente de la fábrica de automóviles eléctricos Tesla, cuya primera olla de oro también provino de la industria del internet. Comparadas con las listas de los estadounidenses más ricos en décadas pasadas, los procedentes de sectores tradicionales como la industria manufacturera, la banca y el petróleo han sido superados por una élite tecnológica en ascenso que está impregnada de actitudes antichinas por las dificultades que han enfrentado para penetrar en el mercado chino. Los gigantes tecnológicos estadounidenses como Google, Amazon y Facebook prácticamente no tienen mercado en China, mientras que empresas como Microsoft y Apple enfrentan dificultades cada vez mayores. En la última década, la corporación china de tecnología y telecomunicaciones Huawei superó a Apple en términos de cuota de mercado dentro de China, solo para que Apple recuperara el primer puesto debido a las sanciones de EEUU, que prohibió la venta de chips semiconductores –un componente clave de los teléfonos inteligentes– a Huawei. Al parecer, el gobierno chino está adoptando sistemas autóctonos de productividad Linux y Office para sustituir a los programas de Microsoft Windows y Office. Las empresas tradicionales de TI como IBM, Oracle y EMC (denominadas colectivamente IOE) llevan mucho tiempo marginadas del mercado chino por la oleada de IOE impulsada por Alibaba, que busca sustituir los servidores IBM, las bases de datos de Oracle y los dispositivos de almacenamiento de EMC por soluciones autóctonas y de código abierto. Los gigantes tecnológicos estadounidenses anhelan un cambio en el sistema político de China que les abra las puertas al enorme mercado interno del país, y los principales actores de este sector trabajan activamente para impulsar la hostil política exterior de Washington. Eric Schmidt, el exgerente y presidente ejecutivo de Google, lideró la creación de la Unidad de Innovación de Defensa del gobierno estadounidense en 2016 y la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial en 2018. Su ferviente promoción de la teoría de la «Amenaza China» refleja la opinión predominante en la comunidad tecnológica estadounidense, que también moldea el discurso público. Twitter y Facebook se han asociado con gobiernos occidentales y de EEUU para censurar cada vez más las críticas a su política exterior e influir en el debate en torno a cuestiones clave como la pandemia, Hong Kong y Xinjiang en nombre del combate a campañas de desinformación presuntamente lanzadas por China y otros supuestos adversarios.
Industria manufacturera. La fabricación estadounidense sigue dependiendo de la capacidad de producción china. La inversión consistente y la innovación tecnológica en el área se abandonaron durante el periodo neoliberal y, a pesar de los llamados de Obama y Trump para traer la manufactura de vuelta a América del Norte, se ha logrado poco en ese sentido. No obstante, las inversiones estadounidenses en manufactura en China han disminuido en los últimos años, con la notable excepción de la megafábrica de Tesla en Shanghái. Incluso en este caso, sin embargo, es importante señalar que Elon Musk ha conseguido numerosos contratos de adquisición para el gobierno y el ejército a través de su empresa de exploración espacial SpaceX, cuyo sistema de satélites Starlink fue criticado por China por sus «encuentros cercanos» con la estación espacial China en dos ocasiones en 2021. El Ejército Popular de Liberación de China advirtió que EEUU podría intentar militarizar el sistema Starlink. El despliegue de los servicios de Starlink en Ucrania durante la guerra es una prueba de esta dinámica. Es poco probabe que la potencial adquisición de Twitter por parte de Musk cambie la relación de la empresa con los gobiernos de EEUU y Occidente ni su orientación respecto a China y Rusia.
Finanzas. El sector de los servicios financieros estadounidense lleva mucho tiempo esperado que los mercados de capital de China se abran más a él, y su última esperanza es que haya un cambio de régimen en China que lleve al país hacia un sendero abiertamente neoliberal. La actitud antiChina del influyente magnate financiero y filántropo estadounidense de orígen húngaro George Soros es bien conocida. En enero de 2022, Soros tuiteó que «Xi Jinping de China es la mayor amenaza que enfrentan las sociedades abiertas en la actualidad». Estos comentarios llegaron luego de que Jamie Dimon, el gerente general de JPMorgan Chase, declarara en noviembre de 2021 que la banca multinacional sobreviviría al Partido Comunista de China (aunque después se disculpó por este comentario y dijo que estaba bromeando). Dimon también insinuó que China podría sufrir un fuerte ataque militar si intentaba reunificar Taiwán, una amenaza de la que no se disculpó (Henry y Daga, 2021). Esta actitud hostil responde al hecho de que los mercados de capital chinos no avanzan en la dirección que Wall Street preferiría, como se evidencia en el fortalecimiento de los controles de capital por parte del gobierno de China y la retirada de una serie de valores chinos de la bolsa estadounidense. En la reunión anual de accionistas de 2022 del conglomerado de inversiones Berkshire Hathaway, Charlie Munger, vicepresidente de la empresa, declaró que la inversión en China «todavía valía la pena». Sin embargo, incluso en este caso Munger aceptó la premisa de su entrevistador, que caracterizó al gobierno chino como un «régimen autoritario» que comete «violaciones de derechos humanos». Para Munger, China solo merece el riesgo adicional porque se puede invertir en mejores negocios a precios más bajos.
Sectores minorista y de consumo. Estos sectores llevan mucho tiempo presionados por sus competidores chinos. En marzo de 2021, Nike y otras empresas boicotearon el algodón de Xinjiang con la falsa acusación de trabajo forzado. Poco después, Nike publicó un anuncio que fue criticado por promover estereotipos racistas sobre el pueblo chino, lo que provocó una nueva pérdida de su cuota de mercado, que ya había empezado a ser superada por la marca china Anta.
Además, existe una significativa desconexión entre las industrias culturales y de entretenimiento de ambos países, las películas de producción nacional ya daban cuenta del 85% de la taquilla china en 2021. Las películas de superhéroes de Marvel, antaño populares entre las y los espectadores chinos, no han logrado entrar al mercado nacional por cuestiones ideológicas, con recaudación nula en China en 2021. La reciente producción de Marvel Doctor Strange in the Multiverse of Madness de nuevo presenta escenas antichinas, incluyendo una referencia al periódico de extrema derecha y antigobierno The Epoch Times. La obra no se ha proyectado en China. Estos casos reflejan los trade offs de las empresas estadounidenses entre sus intereses comerciales –llegar al mercado de consumo chino– y su ideología política –oponerse al sistema político chino–.
El complejo militar-industrial de EEUU y el impulso de la guerra
El complejo militar-industrial de EEUU desempeña un papel especial para consolidar la cooperación entre los sectores económicos, tecnológicos, políticos y militares estratégicos en favor de los intereses imperialistas. En 2021, los seis principales contratistas militares del mundo –Lockheed Martin, Boeing, Raytheon Technologies, BAE Systems, Northrop Grumman y General Dynamics– realizaron ventas combinadas de más de 128.000 millones de dólares al gobierno de EEUU (Bloomberg Goverment, 2021). Las grandes empresas tecnológicas, como Amazon, Microsoft, Google, Oracle, IBM y Palantir (fundada por el extremista Peter Thiel), han establecido estrechos vínculos con el ejército estadounidense, firmando miles de contratos por un valor de decenas de miles de millones de dólares en las últimas décadas (Big Tech Sells War, 2022; Glaser, 2020; Nograles, 2021; Konkel, 2021). La industria tecnológica desempeña el papel estratégico de recopilar datos en el vasto imperio de la inteligencia estadounidense y está en el centro del poder blando de los medios de comunicación y la hegemonía de las redes sociales de EEUU, asegurando el dominio digital sobre la mayoría del Sur Global. Así, este sector se ha vuelto inmune a una regulación significativa o a las amenazas de desmonopolización.
El afán de EEUU por la supremacía militar le lleva a gastar en áreas como armamento, tecnología informática (chips de silicio, en particular), comunicaciones avanzadas (incluida la ciberguerra por satélite) y biotecnología. El gobierno estadounidense ha solicitado oficialmente 813.000 millones de dólares para el ejército como parte de su presupuesto para 2023 (lo que no tiene en cuenta el gasto militar adicional que se disfraza en otras secciones del presupuesto general), y el Pentágono afirma que necesitará al menos 7 billones de dólares en créditos durante los próximos diez años (Stone, 2022; Cohen, 2021).
La privatización del Estado bajo el neoliberalismo ha llevado al desarrollo de una puerta giratoria entre el gobierno estadounidense y el sector privado durante las últimas cuatro décadas. El Estado se ha convertido en un vehículo para que los funcionarios de alto nivel del gobierno, incluidos congresistas, senadores, asesores políticos y de seguridad, miembros del gabinete, coroneles, generales y presidentes de ambos partidos, se hagan multimillonarios aprovechando su condición de insiders políticos con grupos de interés privados (Open Secrets, 2022). Dentro de la burocracia gubernamental, la frase «seguridad nacional» abre aún más la llave a la codicia personal y corporativa y a la expansión militar radical. En esta forma predominante de corrupción legalizada del Primer Mundo, las empresas suelen ofrecer sobornos a las y los funcionarios después de que dejen sus cargos públicos. Estos sobornos legales son esencialmente pagos atrasados por los servicios prestados durante el ejercicio del cargo. Por ejemplo, al dejar el cargo, los ex funcionarios públicos suelen ser contratados como empleados remunerados, miembros de juntas directivas o asesores de las mismas empresas que antes habían defendido, votado favorablemente o a las que habían concedido contratos gubernamentales cuando ejercían sus cargos públicos (Freeman, 2012). Algunos ejemplos destacados de esta dinámica generalizada son los siguientes:
- Bill Clinton afirma que tenía una deuda de 16 millones de dólares cuando dejó la Casa Blanca en 2001, pero en 2021 tenía una fortuna estimada en 80 millones de dólares (DiSalvo, 2021).
- Con una impunidad asombrosa, al menos 85 de las 154 personas de grupos de interés privados que se reunieron o tuvieron conversaciones telefónicas programadas con Hillary Clinton mientras dirigía el Departamento de Estado bajo el presidente Obama donaron un total de 156 millones de dólares a la Fundación Clinton (CNBC, 2016).
- James «Mad Dog» Mattis, un general retirado de cuatro estrellas, ex secretario de defensa de Trump y ex miembro de la junta directiva de CNAS, tenía un patrimonio neto de 7 millones de dólares en 2018, cinco años después de su «retiro» del ejército. Esto se obtuvo a través de importantes pagos de una amplia lista de contratistas militares e incluyó entre 600.000 y 1,25 millones de dólares en acciones y opciones en el principal contratista de defensa, General Dynamics (Herb y O’Brien, 2017).
- Lloyd Austin, secretario de Defensa del presidente Biden, anteriormente formó parte del consejo de administración de varias empresas de la industria militar, como United Technologies y Raytheon Technologies. Austin obtuvo la mayor parte de su patrimonio neto de 7 millones de dólares tras «retirarse» como general de cuatro estrellas (Alexander, 2021).
Entre 2009 y 2011, más del 70% de los principales generales de EEUU trabajaron para contratistas militares después de retirarse de su cargo. Los generales también se benefician de una doble remuneración al recibir simultáneamente una compensación del Pentágono y pagos de contratistas militares privados (Johnson, 2012). Solo en 2016, casi 100 oficiales militares estadounidenses pasaron por la puerta giratoria entre el gobierno y los contratistas militares privados, entre ellos 25 generales, 9 almirantes, 43 tenientes generales y 23 vicealmirantes (Vanden Brook, Dilanian y Locker, 2009; Smithberger, 2018).
Durante la administración Trump, muchos funcionarios de la era Obama se trasladaron al sector privado, consultando y asesorando a las mayores corporaciones del mundo, para luego volver a la Casa Blanca bajo el mandato de Biden. En una muestra asombrosa de esta puerta giratoria, la administración Biden ha nombrado a más de 15 altos funcionarios de la empresa de consultoría corporativa WestExec Advisors, que fue fundada en 2017 por un equipo de ex funcionarios de la administración Obama y que afirma proporcionar «análisis de riesgo geopolítico sin precedentes» a sus clientes, incluyendo «Gestión del riesgo relacionado con China en una era de competencia estratégica» (Guyer y Grim, 2021; WestExec Advisors, 2022). La empresa facilita la cooperación entre los gigantes tecnológicos y el ejército estadounidense, con clientes como Boeing, Palantir, Google, Facebook, Uber, AT&T, la empresa de vigilancia de drones Shield AI y la empresa israelí de inteligencia artificial Windward. Entre los ex miembros de WestExec que trabajan en la administración Biden se encuentran el secretario de Estado Blinken, la directora de Inteligencia Nacional Avril Haines, el subdirector de la CIA David Cohen, el subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad Indo-Pacífica Ely Ratner y la ex secretaria de prensa de la Casa Blanca Jen Psaki (Guyer y Grim, 2021; Thompson y Meyer, 2021; Lipton y Vogel, 2020).
El debilitamiento de la resistencia interna al militarismo estadounidense
En 1973, EEUU abolió la conscripción del servicio militar, o lo que se conocía como el draft, tras lo cual el ejército estadounidense se refirió a sí mismo de forma inteligente y engañosa como un ejército totalmente voluntario. Esto se hizo para reducir la oposición interna a las guerras de EE.UU. en el extranjero, especialmente de los hijos de familias de sectores medios y acomodados que se habían hecho oír contra la guerra de agresión en Vietnam. Aunque la medida se justificaba en nombre de la selección de soldados más profesionales y dedicados, en realidad, la burguesía buscaba aprovecharse de la vulnerabilidad económica de las familias de la clase trabajadora más pobre, a las que reclutaba para el servicio mediante ofertas de formación técnica y de salarios seguros. Los avances tecnológicos en la guerra permitieron a EEUU aumentar simultáneamente su capacidad de matar a civiles y combatientes enemigos en los países invadidos y al mismo tiempo reducir la tasa de mortalidad de los soldados estadounidenses. Por ejemplo, en la guerra de 2,2 billones de dólares contra Afganistán entre 2001 y 2021, solo 2.442 (el 1%) de las 241.000 personas muertas (incluidos más de 71.000 civiles) eran personal militar estadounidense (Crawford y Lutz, 2021). La reducción del número de muertos de EEUU ha debilitado la conexión emocional interna con las campañas de guerra de EEUU, que se ha visto aún más debilitada por el aumento de los contratistas militares privados. A mediados de la década de 2010, se estimaba que casi la mitad de las fuerzas armadas estadounidenses en Irak y Afganistán estaban empleadas por contratistas militares privados (Stinchfield, 2017). En 2016, el mayor contratista militar privado del mundo, ACADEMI (fundado inicialmente por Erik Prince como Blackwater) fue adquirido por la mayor empresa de capital privado del mundo, Apollo, por un importe estimado de 1.000 millones de dólares (Wilkers, 2016). Lejos de ser un ejército de voluntarios, hoy en día es cada vez más apropiado describir al ejército estadounidense como un ejército de mercenarios.
EEUU se envalentona aún más en su belicismo por el hecho de que, si bien ha invadido o participado en operaciones militares en más de un centenar de países, nunca ha sido invadido ni ha sufrido bajas civiles a gran escala a manos de gobiernos extranjeros. La psicología del excepcionalismo estadounidense está moldeada por el hecho de que la actual generación de la élite política creció en gran medida tras el final de la Guerra Fría, un periodo denominado como el «fin de la historia», en el que su país parecía ser invencible. EEUU no había experimentado un desafío serio ni en el exterior ni en el interior hasta el ascenso de China. Como resultado, esta élite es particularmente ahistórica en su visión del mundo, está embargada por delirios de grandeza y, por lo tanto, se siente sin restricciones, una combinación extremadamente peligrosa.
El complejo militar-industrial, compuesto por generales, políticos, empresas tecnológicas y contratistas militares privados, busca una expansión masiva de la capacidad militar de EEUU. En la actualidad, casi todos en Washington utilizan a China y a Rusia como pretexto para esta ampliación. Mientras tanto, muchos de ellos han cometido o apoyado crímenes de guerra en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otros lugares.
Pocos capitalistas influyentes en EEUU están dispuestos a oponerse abiertamente al coro que demoniza a China, y quienes lo hacen son disciplinados o condenados al ostracismo. Rara vez se encuentran opiniones públicamente discrepantes o llamamientos a la moderación en las secciones de opinión de The New York Times o The Wall Street Journal. Durante la campaña presidencial de 2020, Michael Bloomberg fue muy criticado por ser «blando» con China después de afirmar que el Partido Comunista respondía a la opinión pública y por negarse a calificar al presidente Xi Jinping de dictador. Bloomberg parece haber sido disciplinado con éxito; bajo la administración Biden, se unió a la histeria bélica y fue nombrado presidente del Consejo de Innovación de Defensa del Pentágono en febrero de 2022. La empresa de consultoría de gestión global McKinsey & Company, que ha favorecido un mayor compromiso económico con China, se ha enfrentado a crecientes críticas por estas opiniones, siendo calumniada por The New York Times por «ayudar a elevar la estatura de gobiernos autoritarios y corruptos en todo el mundo» (Bogdanich y Forsythe, 2018). En consecuencia, la influencia de McKinsey en los círculos empresariales estadounidenses se ha debilitado enormemente. Aunque un pequeño número de personalidades –como Ray Dalio, inversor multimillonario y fundador de Bridgewater Associates– sigue expresando su optimismo sobre las relaciones entre EEUU y China, se trata de figuras aisladas.
Y lo que es más importante, los miembros de la actual élite burguesa estadounidense han diversificado sus inversiones en una serie de sectores, lo que les permite superar los estrechos intereses económicos a corto plazo de cualquier sector y alinearse con el «panorama general» de la estrategia estadounidense. A diferencia de los millonarios de generaciones pasadas, que se centraban en una sola industria, los de hoy han desarrollado una conciencia más compartida y pueden prever los grandes beneficios a largo plazo de un mercado chino totalmente liberalizado que seguiría al derrocamiento del Estado chino. En consecuencia, estos multimillonarios están motivados para apoyar la contienda de EEUU con China a pesar de las pérdidas a corto plazo que puedan sufrir como resultado. Como se ha detallado anteriormente, esta gran burguesía financia un importante número de think tanks y grupos políticos a través de fundaciones sin ánimo de lucro, marcando la pauta de los debates y las propuestas políticas del país.
Entre la élite de clase media-alta, hay un pequeño grupo de aislacionistas libertarios de extrema derecha, compuesto principalmente por intelectuales y representado por el Instituto Cato. Esta red política se pronuncia contra el Sistema de la Reserva Federal de EEUU y la intervención extranjera y se opone al papel de EEUU en Ucrania. Sin embargo, está marginada en el ámbito de la política exterior y no ejerce mucha influencia.
Como señaló una vez Karl Marx, los capitalistas siempre han sido una «banda de hermanos beligerantes». Esta banda mantiene un Estado moderno que cuenta con un cuerpo masivo y permanente de hombres y mujeres armados, funcionarios de inteligencia y espías. En 2015, 4,3 millones de individuos en EEUU tenían autorización de seguridad para acceder a material gubernamental «confidencial», «secreto» o «alto secreto» (Congressional Research Service, 2016). Independientemente de cualquier resultado electoral, este aparato estatal es capaz, en última instancia, de ejercer su dominio y guiar la política exterior del país, como se ha puesto de manifiesto con la incapacidad de la administración Trump para aplicar su propia política exterior.
El ascenso de la extrema derecha y los insuficientes controles en el sistema político estadounidense
La hostilidad de la élite burguesa gobernante de EEUU y de las clases medias hacia China tiene raíces profundas y racistas. Los cuatro años de mandato de Trump coincidieron con la formación de una coalición de movimientos de derecha populista y supremacista blanca conocida como Alt-Right. Stephen Bannon, portavoz de este movimiento, es el antiguo presidente del sitio web de supremacía blanca Breitbart News Network y, como es lógico, es uno de los activistas más combativos contra China en Norteamérica. La base de apoyo de la Alt-Right proviene de la clase media baja: en su mayoría, personas blancas con ingresos familiares anuales de alrededor de 75.000 dólares. Aunque a Bannon e incluso al propio Trump les gusta presumir del apoyo que reciben de «la clase trabajadora blanca», su principal base de apoyo es, de hecho, la clase media baja, no la clase trabajadora.
El Partido Republicano se ha beneficiado electoralmente de la creación de este bloque de votos neofascistas. La Alt-Right tiende a ensalzar a las grandes personalidades capitalistas y desea ascender para unirse a la élite. Mientras tanto, este bloque expresa su odio tanto hacia los líderes políticos y culturales elitistas por bloquear su camino hacia la riqueza como hacia la clase trabajadora. En 1951, el destacado sociólogo estadounidense C. Wright Mills ofreció la siguiente caracterización de las clases medias estadounidenses:
Son guardianes de la retaguardia. A corto plazo, seguirán llenos de pánico los caminos del prestigio; a largo plazo, seguirán los caminos del poder, ya que, al final, el prestigio lo determina el poder. Mientras tanto, en el mercado político (…) las nuevas clases medias están en venta; quien parezca lo suficientemente respetable, lo suficientemente fuerte, probablemente pueda tenerlas. Hasta ahora, nadie ha hecho una oferta seria (1951: 153).
La administración Trump dirigió el resentimiento de la clase media baja por el deterioro de su situación económica hacia China. La economía estadounidense nunca se ha recuperado del todo de la crisis de las hipotecas subprime de 2008, cuando la política monetaria laxa permitió a los grandes capitalistas cosechar enormes beneficios mientras la clase trabajadora y la clase media baja sufrían grandes pérdidas. Este último grupo, enfadado y frustrado con su situación y con una necesidad imperiosa de un portavoz, fue movilizado por Trump para convertirse en su banco de votos clave, con la ayuda de la supremacía blanca, el capitalismo racial y una Nueva Guerra Fría para aplastar a China como oponente de manera total.
En la actualidad, la hostilidad hacia China se ha generalizado en la población estadounidense. La impresión de que China es el archienemigo del mundo libre y la mayor amenaza para EEUU ha sido reforzada enfáticamente por los principales medios de comunicación y plataformas de internet, mientras que la libertad de expresión para quienes se oponen a esta peligrosa tendencia se ha visto cada vez más restringida. Cualquier reconocimiento de las perspectivas rusa y china o la crítica a la política exterior de EEUU hacia estos países se encuentra con una fuerte resistencia pública. La opinión pública de EE. UU. se asemeja cada vez más al período macartista de la década de 1950 y, en ciertos aspectos, el clima social guarda inquietantes similitudes con el de Alemania a principios de la década de 1930.
Quienes son ajenos a la vida política de EEUU suelen malinterpretar la verdadera naturaleza de los controles y equilibrios y la separación de poderes en el sistema político del país. A diferencia de la historia de las reformas constitucionales europeas que fueron generadas por movimientos sociales revolucionarios, la Constitución de EEUU, que fue creada originalmente por un grupo de propietarios (incluidos esclavistas), fue diseñada desde el principio para proteger los derechos de los propietarios privados contra lo que temían que pudiera convertirse en un gobierno mayoritario de la mafia. Hasta la actualidad, la constitución permite el desmantelamiento de la mayoría de los derechos sociales y legales burgueses tradicionales.
Medidas como el colegio electoral, que se implementó originalmente para proteger los intereses de los estados esclavistas del sur y otros estados rurales más pequeños, fueron diseñadas para impedir el voto directo del pueblo para elegir al presidente (una persona, un voto). Este sistema antidemocrático, salvaguardado por un proceso difícil y oneroso para enmendar la constitución, hizo que tanto Bush Jr. como Trump ganaran la presidencia a pesar de recibir menos votos que sus respectivos oponentes. A pesar de la eventual ampliación del derecho a voto para los negros, las mujeres y quienes que no tienen propiedades, la privación del derecho a votar continúa hasta el día de hoy. En 2021, 19 estados habían promulgado un total de 34 leyes de supresión del voto que podrían limitar el derecho al voto de hasta 55 millones de votantes en esos estados (Eskridge y Gupta Barnes, 2022). Mientras tanto, el Tribunal Supremo, que no ha sido elegido, tiene el poder de anular la legislación sobre el derecho al voto, anular las medidas de acción afirmativa y permitir que las organizaciones religiosas restrinjan los derechos civiles.
Una sentencia del Tribunal Supremo de 2010, conocida como «Citizens United», eliminó los límites de las contribuciones privadas y corporativas a las elecciones, convirtiéndolas en una contienda de fuerza financiera (Vandewalker, 2020). En las elecciones de 2020, el gasto global para las elecciones presidenciales, al Congreso y al Senado fue de 14.000 millones de dólares (Schwartz, 2020). Además de la competencia financiera, también existe una competencia psicológica-tecnológica: las herramientas tecnológicas persuasivas basadas en las redes sociales, la economía del comportamiento y el Big Data desempeñan un enorme papel en la configuración de los procesos electorales. Al mismo tiempo, estas herramientas son extremadamente caras, lo que contribuye a garantizar que la política sea un juego casi exclusivo de los ricos. En 2015, la riqueza media de los senadores estadounidenses superaba los 3 millones de dólares (Kopf, 2018). Este es difícilmente un gobierno controlado y equilibrado por el pueblo.
¿Estamos condenados a la guerra?
En 2014, Xi Jinping, poco después de convertirse en el líder más importante de China, dijo al entonces presidente de EEUU, Obama, que «el amplio océano Pacífico es lo suficientemente vasto como para abarcar tanto a China como a EEUU» (Embajada de la República Popular China en EEUU, 2014). Rechazando esta rama de olivo diplomática, la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, se jactó en un discurso privado de que EEUU podría llamar al Pacífico «el mar americano» y amenazó con «rodear a China con una defensa antimisiles» (Gallo, 2016).
En 2020, el Center for Economics and Business Research (CEBR) del Reino Unido predijo que China superaría a EEUU para convertirse en la mayor economía del mundo en 2028, un umbral que atormenta a la élite norteamericana. En los últimos años, la política exterior y la opinión pública de EE. UU. se han centrado en los preparativos para librar una guerra con el fin de contener a China antes de que eso ocurra. La guerra por delegación en Ucrania puede verse como un preludio de esta guerra. La movilización ideológica para preparar el terreno ya está en marcha en EEUU. Las ruedas del neofascismo están girando y ha surgido una nueva era de macartismo. La llamada política democrática es solo una fachada para el dominio de la élite burguesa, pero no servirá como mecanismo de freno para la maquinaria de guerra.
En EEUU hay 140 millones de personas que trabajan y son pobres, y 17 millones de niños y niñas padecen hambre, seis millones más que antes de la pandemia (Gupta Barnes, 2019; Save the Children, 2021). Aunque una parte de esta clase expresa su apoyo ideológico a la política belicista del país, este apoyo se contradice directamente con sus intereses: el presupuesto militar de casi un billón de dólares va en detrimento del financiamiento para garantizar la atención de salud, la educación, la infraestructura y otros derechos humanos, así como la lucha contra el cambio climático. Históricamente, los grupos progresistas de EEUU, como los movimientos negros y feministas, han tenido un fuerte espíritu de lucha antimilitarista, y líderes como el Dr. Martin Luther King, Jr. y Malcolm X lucharon valientemente para construir una ola de resistencia interna a la agresión estadounidense en el sudeste asiático. Lamentablemente, hoy en día algunos líderes progresistas de EEUU (aunque no todos) no han querido desafiar la campaña contra China de Washington o, peor aún, se han convertido en partidarios de ella.
Hay importantes voces morales en EEUU que se manifiestan. Sin embargo, hay que señalar que los pocos grupos progresistas que se oponen a una Nueva Guerra Fría han sido vilipendiados por supuestamente justificar el genocidio en Xinjiang. El sistema político estadounidense se esfuerza despiadadamente por marginar las voces de este sector de la sociedad.
Aunque EEUU y sus aliados persiguen agresivamente la expansión militar global a través de la OTAN, la gran mayoría del mundo no ve con buenos ojos sus acciones bélicas. El 2 de marzo de 2022, la Asamblea General de la ONU celebró la Undécima sesión especial de emergencia, y países que en conjunto constituyen más de la mitad de la población mundial votaron en contra o se abstuvieron de votar el proyecto de resolución titulado «Agresión contra Ucrania». Mientras tanto, países que representan el 85% de la población mundial no han respaldado las sanciones dirigidas por EE. UU. contra Rusia (No Cold War, 2022). Los intentos de Washington de intensificar y prolongar la guerra y de forzar un desacoplamiento entre Moscú y Beijing generará una dislocación económica masiva, que provocará importantes reacciones negativas al gobierno de EEUU. Incluso países como India y Arabia Saudí están profundamente preocupados por los excesos de EEUU al congelar las reservas de divisas rusas y reforzar la hegemonía del dólar. Del mismo modo, los presidentes de México, Bolivia, Honduras, El Salvador y Guatemala no asistieron a la Cumbre de las Américas organizada en Los Ángeles en junio de 2022, debido a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La resistencia al dominio estadounidense está creciendo en Latinoamérica. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las plataformas internacionales como la ONU no son realmente capaces de evitar que EEUU emprenda guerras. Washington se niega a someterse a nada que no sea su propio «orden internacional basado en normas».
En EEUU, la administración Biden está brindando una gigantesca ayuda militar a Ucrania para crear una guerra prolongada, con el fin de debilitar a Rusia al máximo y provocar un cambio de régimen. También se está desviando del espíritu de las tres declaraciones conjuntas chino-estadounidenses, desestabilizando el estrecho de Taiwán de diversas maneras. Aunque EE. UU. tiene un gran poder militar, su fuerza económica actual, aunque inmensa, está en un estado perpetuo de declive y crisis.
Como muestra John Ross en este estudio, la supremacía económica de EEUU está menguando y puede terminar ante el gigante económico chino. Además, junto con sus aliados de la OTAN, se enfrenta a múltiples y profundas dificultades económicas y ecológicas. La guerra impulsada por EEUU agravará estos problemas. Puede condenar a Europa a un crecimiento del PIB menor, posiblemente negativo, junto con la inflación y un gasto militar mayor y socialmente inútil. EEUU ha abandonado de facto cualquier pretensión de una estrategia seria para abordar el cambio climático, por no mencionar que su interminable búsqueda de la guerra ha exacerbado la catástrofe climática. E, irónicamente, a pesar del consenso político interno para la desvinculación económica, las empresas estadounidenses siguen aumentando los pedidos a China: la desvinculación sustancial sigue siendo una quimera.
Sin embargo, EEUU no solo se derrumbará económicamente; el afán de Washington por la guerra, las sanciones y el desacoplamiento económico seguirá dañando su propia economía y poniendo en peligro la cadena mundial de suministro de alimentos. A su vez, se producirá una inestabilidad social mundial que debilitará aún más la economía estadounidense y generará más desafíos a su dominio, incluida una creciente oposición a la hegemonía del dólar.
La gobernanza social relativamente estable de China, su fuerte defensa nacional, su estrategia diplomática de paz y su resistencia a sucumbir ante el poder de EEUU pueden, como dijo el Consejero de Estado chino Yang Jiechi, permitir que el país proceda «desde una posición de fuerza» y, finalmente, obligue a EEUU a abandonar la ilusión de que puede entrar en guerra con China y ganar («China Says…», 19 de marzo de 2021).
Al Sur Global le interesa que China siga siendo un Estado fuerte, socialista y soberano, y que continúe promoviendo políticas alternativas para la gobernanza global, como el concepto de «construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad» y la Iniciativa de Desarrollo Global. Debe haber un compromiso inmediato para revitalizar proyectos multilaterales viables del Sur Global, como los BRICS y el Movimiento de los No Alineados, iniciativas en las que gran parte del mundo comparte un interés común. La población mundial, cuya gran mayoría se encuentra en el Sur Global, debe resistirse a la guerra y reclamar la paz. EEUU no es el primer imperio que se extralimita con su arrogancia y prepotencia, y también él verá finalmente el fin de su poder.
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Notas
1. Este artículo ha sido adaptado. Originalmente fue escrito para el público chino y publicado en Guancha, un sitio web de noticias.