Tras ya diez años de violencia, de muerte y de barbarie, la crisis de Siria todavía no se detiene; y es que la agresión continúa. Es cierto que la violencia se ha reducido exponencialmente hasta recuperar una relativa seguridad con menos muertes violentas que por ejemplo Somalia, Brasil o incluso su vecina Iraq, y si bien todavía continúa activo el frente de Idlib, en el desierto no se ha erradicado la insurgencia del Estado Islámico e Israel sigue bombardeando de tanto en cuanto, a nivel militar hay un claro vencedor: el Estado sirio. Aun así, Siria está atravesando por uno de los peores momentos de su historia moderna, porque aunque a nivel militar la guerra esté terminando, las sanciones y la campaña de máxima presión continúan en una posguerra en la que el hambre toca la puerta de cada casa.
Como sucede desde 2011, los mercenarios de pluma y tinta siguen mintiendo. Mienten para justificar la agresión más despreciable no contra Siria; sino contra los sirios. Las mentiras y omisiones tienen las patas tan cortas que cada poco tiempo estas caen por su propio peso, forzando al bolero a inventar nuevos embustes. Hace una década el relato era contar la crisis siria como un conflicto en el que la violencia era unilateral, aun cuando las fuerzas islamistas monopolizaron el descontento desde el principio con la clara intención de militarizar algo legítimo –aunque esto ‘curiosamente’ se omitía comentar– , haciendo despliegue de todo tipo de violencia; desde la quema de edificios públicos, hasta matanzas como la de Jisr al-Shughour (2011) en la que las fuerzas opositoras masacraron a 120 miembros de las fuerzas de seguridad.
Después comenzó a equipararse al Estado Islámico con el Gobierno Sirio, igualando a Abu bakr al-Baghdadi con Bashar al Assad, aun cuando el Estado Islámico entró a Siria dándose la mano con el Ejército Libre Sirio; esos ‘rebeldes moderados’. Tal fue la coordinación entre moderados y extremistas, que sin las fuerzas de Baghdadi subordinadas a esos rebeldes tan supuestamente moderados (concretamente a grupos pertenecientes al Consejo Nacional Sirio al que hoy todavía algunos llaman oposición democrática), parte de la ciudad de Alepo no habría caído bajo el control de la oposición.
Y es importante abrir un pequeño paréntesis: es cierto que hubo un sector de la oposición organizada de carácter progresista con demandas en abstracto de libertad. Un sector incluso liberal, occidentalizado y cosmopolita, pero era un sector tremendamente minoritario, compuesto por una juventud urbanita y acomodada, organizada mediante internet, aun cuando ni siquiera el 20% de la población siria utilizaba internet por entonces. Es decir, eran la minoría dentro de la minoría, pero hacían suficiente ruido como para opacar en el exterior (y es que eran el tonto útil como ha demostrado el tiempo) que los militantes islamistas –bien organizados con estructuras tanto dentro como fuera de Siria– estaban militarizando las protestas para forzar un conflicto armado y la intervención directa de la OTAN –como en Libia– y las potencias del golfo –que ya estaban interviniendo con dinero y logística–.
Más tarde, a pesar de que medio mundo llevaba años interviniendo en Siria de manera más o menos directa, empezó a haber injerencias legítimas e ilegítimas. Por un lado, que Rusia e Irán estuviesen defendiendo la soberanía siria por invitación del Parlamento sirio era algo atroz. Por otro lado, que países como Francia, Reino Unido, EEUU o Turquía ocupasen territorio sirio e invadiesen el país violando el Derecho Internacional de todas las maneras posibles… bueno, era algo legítimo, de seguridad nacional y otras tantas excusas baratas para la audiencia más dunda. Ahora que la oposición ha demostrado ser incapaz de gobernar y estabilizar hasta el más remoto de los pueblos, ahora que el resultado militar es claro, ahora que todos los que podían intervenir lo han hecho y que otrora agresores como Emiratos Árabes Unidos prefieren el entendimiento y la reconciliación, las mentiras son incluso más sibilinas; porque tienen como objetivo la justificación no de inversiones y aventuras militares, sino de castigar directamente a los sirios con hambre y frío.
Hoy por hoy no faltan aquellos que culpan al Gobierno sirio de la durísima crisis que atraviesa el país. Apelan al «Assad o quemamos el país» de 2011, despojando la arenga de contexto alguno y sin entender siquiera que un lenguaje tan incendiario y fuerte, en un contexto de conflicto, no es más que propaganda y retórica típica tanto de un bando como del otro. Lo que ocultan quienes afirman tal patraña es que las posguerras son siempre duras, pero es que ahora hay una campaña de máxima presión contra Siria que aísla al país completamente. Porque las sanciones no afectan al Estado, sino a los ciudadanos. Porque las sanciones impiden que la familia en el extranjero pueda enviar dinero para ayudar a los familiares en Siria (y para tener algo de perspectiva, una ayuda así es tan importante como que por ejemplo la economía libanesa se sostiene gracias a la diáspora). Porque las sanciones impiden que Siria pueda exportar grano y materias primas, o siquiera alcanzar acuerdos comerciales como los que mantenían al país antes de la guerra. Porque las sanciones impiden la reconstrucción y el desarrollo de Siria; pero es que ese es su objetivo reconocido.
Pero es que además, EEUU y Turquía están expoliando los recursos sirios tales como gas y petróleo, haciendo que el país no pueda ser autosuficiente. Pero es que además, en una década de guerra, la oposición destruyó la industria siria del territorio que ocupaban, para vendiendo las fábricas y los equipos en Turquía. Es decir: Siria está fragmentada, destruída y saqueada. Eso es un factor muy importante para entender la crisis, porque si el Gobierno sirio fuese tan cafre como tienden a simplificar algunos, no se explica que hasta 2011 el país no tuviese una crisis remotamente parecida a la actual. Porque si bien el dólar ahora mismo se cambia a 4.000 libras sirias, durante años ha estado en 1 dólar igual a 50 libras sirias. Porque Líbano, con un sistema bancario que permitía respirar a Siria a pesar del aislamiento y las sanciones, ahora está económica, política y socialmente destruido, y ese contexto también ha arrasado con Siria. Porque en Siria no faltan materias primas, y de hecho las cosechas se están recuperando, pero el aislamiento forzoso y el saqueo han sido tales, que los sirios no tienen con qué comprar nada.
Hace diez años hubo unas protestas en Siria para pedir una mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. No eran unas protestas en base a reivindicaciones en abstracto, sino en base a cambios materiales contra un proceso de liberalización de la economía que había empezado a principios de siglo. Sin embargo, esas protestas quedaron monopolizadas por sectores islamistas de línea muy dura, que habiendo aprendido de décadas de insurgencia, supieron militarizar el descontento valiéndose de las particularidades del sistema tribal, la división entre lo urbano y lo rural y con una tan generosa como innegable ayuda del exterior. Y esos mismos países, activistas y tramposos que hablaban de que las condiciones de vida debían mejorar en Siria, ahora quieren castigar a los sirios condenándolos al hambre, celebrando su hambre, para que nunca conozcan la paz. Porque el Estado sirio no va a caer, porque Bashar al Assad va a volver a ganar en sus próximas (y últimas) elecciones presidenciales y porque mientras eso siga así, continuará la agresión contra el país. Porque las mismas potencias que quisieron destruir Siria, quieren que Siria nunca renazca de sus cenizas. Porque la infamia no conoce los límites.