- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historia y Vida
Es muy conocida la existencia de socialistas y masones durante la larga Historia del PSOE hasta la actualidad. Se han hecho algunos estudios, al respecto, aunque faltaría una monografía específica. En este artículo nos vamos a acercar a la opinión del Partido, de Pablo Iglesias, hacia la Masonería en relación con una polémica entablada, al respecto, en el otoño de 1888, y que se plasmó en dos números de “El Socialista” del mes de noviembre, los de los días 2 y 16 (139 y 141, respectivamente). Los argumentos planteados tienen que ver con una interpretación obrerista y marxista de la supuesta utilidad o no de la Masonería, además de con una profunda crítica a los masones republicanos.
La polémica surgió por la opinión del Partido (Pablo Iglesias) hacia una noticia que el semanario socialista se hacía eco, y que se había publicado en un periódico republicano federal. Al parecer, la Masonería española había protagonizado con algunos miembros de la Casa Real un acto señalado en el que se otorgó el “mallete” de su grado 33 a la infanta doña María Cristina, en presencia de doña María del Olvido, hija del infante don Felipe, doña Rosario de Acuña, que como sabemos, fue una destacada escritora y periodista del cambio de siglo, republicana y avanzada defensora de los derechos de la mujer, además de otras damas de la Corte, y los miembros del Gran Oriente Nacional de España. Esta obediencia existió en el segundo tercio del siglo XIX hasta justo el año 1889 cuando se disolvió al unirse con el Gran Oriente de España. Francisco de Paula Borbón fue uno de sus grandes maestres. Por su parte, la infanta doña Cristina era hermana del rey consorte Francisco de Asís, esposo de Isabel II, y del infante don Enrique, que hemos citado. Todos eran hijos, precisamente, del que había sido gran maestre del Gran Oriente Nacional de España.
Pues bien, los socialistas arremetieron contra la Masonería a raíz de esta noticia, cuestionando el carácter revolucionario de sus miembros. No podía ser revolucionaria una organización que tenía entre sus más destacados miembros al káiser Guillermo, azote de los socialistas alemanes, al rey italiano Humberto, también contrario a los socialistas de su país, o al príncipe de Gales. Formar parte de la Masonería no era el medio adecuado para luchar por los trabajadores.
La crítica socialista iba dirigida directamente hacia los republicanos, ya que el PSOE defendía el carácter burgués de los mismos, y los combatía por ello. No podían relacionarse con los socialistas, precisamente por su vinculación en las logias con personajes de la realeza y defensores de la Monarquía, cuando los primeros buscaban terminar con los privilegios. La Masonería era un argumento más para criticar a los republicanos. La Masonería solamente servía para poner juntos a unos y a otros, a Pi i Margall con Sagasta, o a Amadeo de Saboya junto con un republicano exaltado, por ejemplo. Los socialistas incidían en que eso era una contradicción profunda, porque los republicanos olvidaban sus convicciones para buscar beneficios y colmar vanidades.
Esta diatriba contra los republicanos masones provocó la inmediata reacción. Damián Castillo, un miembro del republicanismo federal y masón, remitió al director “El Socialista”, es decir, a Pablo Iglesias, una carta, fechada el 4 de noviembre, sobre lo publicado en relación a los republicanos masones.
Castillo realizó una defensa de la Masonería de una forma muy masónica, si nos permite la licencia, con mesura y aceptando sus debilidades y problemas internos, aunque siempre valorando su importancia y utilidad. Además, planteaba algo que siempre se ha discutido en Masonería en relación sobre la influencia de la misma en el exterior, nunca como organización en sí, sino a través de los individuos con sus trabajos y acciones en el mundo profano, sin obrar en nombre de sus logias y obediencias.
El autor de la carta comenzaba su defensa de la Masonería explicando que no era su objeto destruir el orden social según el método revolucionario. La Masonería era defensora de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aunque entendía que se podían quedar en meras fórmulas mientras subsistiesen la miseria y los privilegios, y el poder fuera el resultado de la ambición. Llegaba a admitir que en la Masonería podría haber dignidades que no fuesen expertas y dignas.
Pero la Masonería era una de las “manifestaciones o ruedas del progreso” más útiles. En su interior se habían generado pensamientos o ideas que se habían traducido en hechos útiles en el mundo profano. Esa era una poderosa razón para seguir dentro, según Damián Castillo.
La Masonería tendría un método pausado, y con debilidades por su heterogeneidad. Pero Castillo abogaba por salir de los talleres (logias) para luchar contra instituciones anacrónicas y las trabas religiosas, frente a los abusos y para mejorar el bienestar de los obreros. Pero el autor insistía que el método revolucionario, el que propugnaría el socialismo, no era el masónico, aunque los masones, como individuos podrían estar en el mundo profano al lado de la energía revolucionaria. Castillo terminaba rindiendo un homenaje a la Masonería española, ya que muchos de sus miembros participan de esas fuerzas revolucionarias. No era una contradicción ser masón y revolucionario. La contestación, a buen seguro de Pablo Iglesias, partía de la compleja relación entre la realidad interna de los talleres y el mundo profano. La Masonería no buscaba la destrucción del orden social, pero se generaba una contradicción, ya que, si dentro no se pretendía eso, fuera había masones que sí se enfrentaban a la injusticia, como defendía Castillo. Según este razonamiento, la Masonería como organización era ineficaz.
Pero, sobre todo, la crítica partía de un principio muy marxista en relación con la idea de la lucha contra instituciones políticas y religiosas. No era el método adecuado de lucha, porque se dejaba intacta la verdadera causa de la injusticia, de la desigualdad, cuyo origen era económico. Pablo Iglesias concedía a la Masonería un valor en favor del progreso frente a la intolerancia religiosa, pero eso no había trascendido en lo económico, no había producido ninguna mejora material para los trabajadores. Las libertades políticas y religiosas conquistadas no habían permitido una mejora evidente en la clase trabajadora, víctima de la existencia de la propiedad privada y su consecuencia, el salario. Toda escuela filosófica, política o económica que no atacase el origen de la desigualdad podría ser muy loable en su trabajo, pero no perseguía la verdadera emancipación social.
La Masonería, en consecuencia, en perfecta aplicación del pensamiento marxista, era una contradicción porque, si en su seno cabían representantes de distintas clases sociales en una suerte de armonía jerarquizada, se rompía la conciencia y la lucha de clases, por lo que estaba deslegitimada para buscar la igualdad social.
El simbolismo masónico era tachado de ridículo y anacrónico. La Masonería sería burguesa y un obstáculo para el progreso, por eso el director de “El Socialista” se preguntaba qué hacían en su seno personajes, como el propio Castillo, porque perdían el tiempo. Como no servía para la emancipación social ni para la lucha de clases, era un espacio donde solamente se cultivaba la vanidad, la amistad o, a lo sumo, la ayuda entre sus miembros.
No cabe duda que en esta polémica podemos encontrar los fundamentos para la crítica que desde una parte del socialismo español se realizó y se ha realizado a la Masonería, mientras otra parte, relativamente numerosa del Partido, ha estado en la Historia en distintas logias y obediencias, especialmente desde comienzos del siglo XX. Los segundos entenderían que en las logias se podía hacer también un trabajo importante, codo a codo con otros sectores sociales más o menos progresistas y alejados del integrismo y fanatismo religioso, además de partir de concepciones filosóficas íntimas que no entrarían en contradicción con su militancia política.
Acto de Masonería grabado por un miembro en el anonimáto