Imagino a Pablo Iglesias sentado a la sombra de una higuera en cualquier rincón de la Alpujarra, la silla de paja, el cayado nudoso de olivo entre las piernas, el palillo entre los dientes y la boina hasta las cejas. Está muy quieto. Solo muy de vez en cuando agita una mano para espantar una mosca o un abejorro. Callado. Sumergido en el silencio.
La corleoniana imagen me vino a mientes estos días, después de rebuscar en nuestros periódicos tradicionales y en las teles alguna reseña a la presentación del libro Medios y cloacas del ex vicepresidente (editado por Escritos Contextatarios/CTXT). Salvo por las Dinas y otras fantasías judiciales de ayer y hoy, Pablo Iglesias ya no está en los medios. Ni por sus hechos ni por sus obras. Lo han desterrado a la higuera de la Alpujarra a dormitar despierto. A un dolce far niente irremediable por mucho que haga.
Pensaba escribir este Repartidor de Periódicos sobre las, previsiblemente furibundas, reacciones mediáticas a este acontecimiento editorial. Y me encontré la nada. La sombra de la higuera en la Alpujarra. Un lo demás es silencio horaciano. Indiferencia total. Vacío y éter. Algunos incluso nos atreveríamos a llamarlo censura, si no viviéramos en una democracia plena.
Lo primero, porque un libro del ex vicepresidente de Gobierno, de cualquier ex vicepresidente de Gobierno, es noticia por obligación. No se le pueden hurtar al ciudadano las reflexiones, saberes, anécdotas o chorradas que haya escrito una de las personas que, durante años, han regido sus destinos. Eclipsarlo es un atentado contra el conocimiento de la Historia (Pablo Iglesias es YA Historia nuestra, como Aznar y Rajoy) y contra la deontología periodística. No está en juego la libertad de expresión de Pablo Iglesias, sino nuestro derecho ciudadano a la información.
Si cualquier ex vicepresidente de cualquier gobierno español publicara ahora un libro, cualquier libro, andaría de gira por todos los medios españoles hasta el agotamiento, recibido por directores y sanedrines de redactores jefes en agotadoras mesas redondas con café y pastas y sin whiskies (ah, viejos tiempos).
Me vienen a la cabeza las presentaciones de los cuentecillos babosos de Ana Botella, o las memorias de José Bono, un compendio de autocomplacencias, tergiversaciones y ocultaciones por las que cobró de Planeta 800.000 euros de adelanto, cantidad que ni hubieran soñado Javier Marías, Vargas-Llosa, el añorado Vázquez Montalbán ni nadie. El libraco de Bono, por supuesto, no solo no fue un best-seller, sino que no le interesó absolutamente a nadie, como era previsible. Supongo que la planetaria editorial, inserta en el grupo Atresmedia, sabía a quién y por qué pagaba esa ruinosa millonada. Pero el libro tuvo tan fastuoso y cansino recorrido mediático como el dorado ataúd de Isabel II. Lo mismo que los botelleros cuentecitos machistas de la aletrada alcaldesa del spa. Era un no parar de entrevistas y dobles y triples páginas. A Pablo Iglesias, el tío que mejor conoce las entretelas del primer gobierno de coalición de nuestra democracia, no lo han llamado ni para insultarlo, con lo que antes les ponía.
Rebusco en la red y no creáis que nuestros muy autoproclamados progresistas periódicos digitales se han volcado, tampoco, en difundir el libro. La conclusión que yo saco es que el título Medios y cloacas es más que acertado, y que ya hay más cloacas que medios.
No dudéis de que este panfletillo rojo de mierda, si sacaran mañana libro el ex vicepresidente Rodrigo Rato o incluso el melifluo y muy caduco Pablo Casado, correríamos a la librería a comprarlo, leerlo y analizarlo, y solicitaríamos una entrevista que el autor no nos concedería. Porque es nuestro deber. Son personas que, en sí, son noticia. Por mucho que nos desagraden.
¿Y si en lugar de Pablo Iglesias fuera Vox, me preguntarán mis queridos y desquiciados trolls? Si alcanzaran cotas de gobierno capaces de influir en el timón de España, por supuesto que sí. De momento, solo son muletas peligrosamente cojas para enfascistar el paso del neoliberalismo pepero. Y, además, son ellos los que no quieren vernos ni en ruedas de prensa.
Como muestra, nunca tuve reparo en conversar con el fascista confeso Manuel Fraga, a quien pude extraer declaraciones pero nunca una entrevista (jamás me la concedió). Hasta en una ocasión cené a su vera, por un premio de guion que me dieron cuando él era presidente de la Xunta. Hasta los postres no se me pasó el agobio, porque en todo momento pensaba que el postre iba a ser yo.
Sinceramente, no sé si Ferreras/Florentino han tenido el poder de orquestar esta sinfonía de silencios a derecha e izquierda (que sería grave), o si ya somos todos tan sucios que no merecemos el calificativo de periodistas (que sería peor), y preferimos no meternos en charcos que evidencien que calzamos pies de barro. Yo me llevo mis pies de barro a pisar charcos con Pablo Iglesias, y con quien haga falta, después de estos trágicos silencios. Y, si hay sequía, ya pondré yo los charcos con lágrimas por mi profesión.