Cuando apareció Belén nada tenía que ver con ese lugar idílico imaginado: era una ciudad cercada por un muro coronado por torretas de vigilancia
Esta frase del encabezamiento podría parecer un sarcasmo, pronunciada en el próspero Occidente, pero en Belén no cantan los ángeles como en el conocido villancico, y en Beith Sahur el ángel no se aparece a los pastores sino más bien anuncia la inquietante llegada de alguna patrulla para detener de nuevo a la cooperante española de los Comités de Salud.
Belén, al igual que toda Palestina es una localidad maltratada por la ocupación del sionismo israelí. Y la música que a veces se escucha, no es la de ángeles cantores sino el zumbido de algún dron israelí vigilando a sus habitantes y, en su caso, lanzarles su mortífera carga.
A medias de escribir este artículo me encontraba en el centro de la ciudad para comprar los regalos habituales de estas fechas; era mediodía y, para marcar la hora, el carillón de una entidad bancaria, entonó la melodía del conocido villancico “Noche de Paz”; en ese momento experimenté una conmoción ¡Qué noche de paz les espera a los palestinos de la zona de Belén, pendientes en todo momento de la detención de alguno de los suyos! ¡Qué ”dulce navidad”, como dice otro villancico, pasarán los miles de prisioneros palestinos encarcelados, muchos de ellos niños, por ejercer el derecho a resistir la ocupación!
Mientras en la ciudad de Belén donde nació Jesús habita el temor, por el contrario, en nuestra Arcadia feliz, los poderes municipales, la mayoría ajenos al asesinato en el presente año de más de doscientos palestinos, pujan por quien tiene la ciudad más engalanada y el abeto más alto y luminoso y, como es costumbre, masas de población, anestesiadas por el consumismo, recorriendo los establecimientos comerciales tras el señuelo de la “elegancia social del regalo”. En las ceremonias religiosas se habla de Belén, del Niño Dios, de la cueva y el pesebre, de la adoración de los pastores, de los Magos, pero pasan de largo ante el drama en que vive la población de Belén y por extensión de toda Palestina, en especial de Gaza, la más maltratada.
Pero para mejor conocer la realidad de quienes viven en Belén y por extensión en la tierra palestina, nada mejor que el viaje que hicimos a esa tierra, con los sentidos bien abiertos para ver lo que allí se cocía.
Un aperitivo comenzó en el aeropuerto de Barajas, con los interrogatorios de agentes del Mosad sobre el motivo de nuestro viaje y otras lindezas similares. Y a la llegada, en el aeropuerto Ben Gurión, más de lo mismo, en este caso de un agente que hablaba español con acento sudamericano.
Las molestias prosiguieron al dirigirnos a Belén teniendo que pasar por puestos y más puestos de control; y al final cuando apareció Belén, nada que ver con ese lugar idílico imaginado: era una ciudad cercada por un muro coronado por torretas de vigilancia.
En compañía de nuestra amiga Maha, presidenta de los Comités de Mujeres, asistimos a la misa de la Natividad, en la impresionante basílica de base romana y fábrica bizantina. La ceremonia fue la habitual de la iglesia ortodoxa con todo el boato de sus coronas, nubes de incienso y la interminable salmodia de su liturgia; una ceremonia a la que no faltó como es costumbre la máxima Autoridad Nacional Palestina.
Los días sucesivos estuvimos recorriendo Palestina en compañía de nuestra amiga Tahrir; a lo largo de aquel periplo, pocos episodios más impactantes que la mirada triste de los niños. Nos afectó sobremanera un grupo de muchachos que posaron ante nuestra cámara con una bandera palestina; fue cuando el mayor de ellos señalando al más pequeño comentó con tristeza: “¡su padre está en la cárcel! También estuvimos en casa de Imán una mujer que iba a pasar estas fiestas con la única compañía de sus tres niños porque su marido estaba en prisión administrativa. Durante el recorrido por Palestina, en que visitamos gran parte de Cisjordania, nuestro vehículo tuvo que marchar en ocasiones campo a través entre olivares para sortear a las patrullas israelíes, y soportar los desagradables “check points”. Estuvimos en los territorios limítrofes con Israel donde los palestinos nos relataron que los colonos de los asentamientos disparaban contra ellos durante la recolección de la aceituna.
Aquellos hombres y mujeres no nos hablaron de fiestas, sino de ocupación, de humillaciones permanentes, de los cortes de agua y de electricidad, de las mujeres que tuvieron que parir en un control. Y lo peor de todo: los asesinatos selectivos y masivos; nos quedó grabada sobre todo una frase de Tahrir: “No te toparás a un palestino que no tenga familiares, conocidos asesinados, encarcelados o que hayan sido expulsados teniendo que malvivir en los campos de refugiados.
En compañía de Maha tambien estuvimos visitando las escuelas infantiles de la red Ghasan Kanafani, donde se imparte educación laica y amor a Palestina, y conocer la labor de empoderamiento que los Comités desarrollan con las mujeres; tampoco faltaron las visitas institucionales al alcalde de Belén y al arzobispo Teodosios Attala Hanna, defensores de los derechos de su pueblo.
A la hora del regreso, en el aeropuerto, registros e interrogatorios por parte de los agentes sionistas. Antes de tomar el avión, no pude por menos que recordar esa bella parábola del Buen Samaritano, con tanto simbolismo, sólo que en este caso el malhechor es el sionismo israelí, la víctima a quien han maltratado y expoliado es el pueblo palestino y el sacerdote y el levita que pasan de largo, los jerarcas, indiferentes ante este drama.
Israel justifica su codicia con el argumento falaz de que Palestina era una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra; si era una tierra vacía ¿por qué en 1948, mediante el terror, expulsaron a 750.000 palestinos, y les arrebataron sus bienes? Y en este momento insisten en la ocupación con el argumento religioso de que Yavéh les concedió ese territorio. Pero ¿acaso han podido mostrarnos la firma del Supremo Hacedor en registro alguno de la propiedad? todo lo contrario que los palestinos con las escrituras de sus bienes arrebatados.
Pasados unos años de aquel viaje memorable, observo con indignación el doble rasero con que los países occidentales y la mayoría de los musulmanes tratan la ocupación de Palestina si la comparamos con la de Ucrania. En este caso no aplican sanciones contra el ocupante, incluso tienen con Israel acuerdos preferenciales, y, tampoco apoyan a los palestinos para que ejerzan su derecho a resistir.
Israel ha ignorado las sucesivas resoluciones de la ONU exigiendo el retorno de los refugiados y la devolución o compensación por los bienes arrebatados ni la obligación de retirarse de los territorios ocupados. Ha hecho caso omiso de la resolución de la Corte Internacional de Justicia declarando ilegal el Muro del Apartheid y tampoco parece disuadirlos las manifestaciones de Amnistía Internacional calificando la ocupación de ”Cruel sistema de dominación y crimen de lesa humanidad”.
Al contar con el apoyo de los mandarines de la Tierra, se sienten impunes; llegan al extremo de criminalizar la cooperación que está aliviando la existencia de los palestinos incluso han asesinado a periodistas como Shireen, en un intento de silenciar lo que allí sucede.
Martin Luther King observando las maldades que se estaban cometiendo, no pudo por menos de exclamar: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”.