Estamos ante una crisis sanitaria mundial nunca vista en los 75 años de historia de las Naciones Unidas, que está propagando el sufrimiento humano, infectando la economía mundial y trastocando la vida de la gente.
Es casi seguro que se produzca una recesión mundial, quizás también sin precedentes.
La Organización Internacional del Trabajo acaba de informar de que, para finales de este año, los trabajadores de todo el mundo podrían perder hasta 3,4 billones de dólares de los Estados Unidos en ingresos.
Se trata, sobre todo, de una crisis humana que requiere solidaridad.
Nuestra familia humana está estresada y el tejido social se está rasgando. La gente está sufriendo, enferma y asustada.
Las respuestas actuales a nivel nacional no tienen en cuenta la escala mundial ni la complejidad de la crisis.
Lo que se necesita en este momento es la acción política coordinada, decisiva e innovadora de las principales economías del mundo. Debemos reconocer que los más afectados serán los países más pobres y los más vulnerables, especialmente las mujeres.
Celebro la decisión de los líderes del G20 de convocar una cumbre de emergencia la semana próxima para responder a las colosales dificultades que plantea la pandemia de COVID-19, y espero con interés participar en ella.
La idea central que quiero transmitir es clara: estamos en una situación sin precedentes y ya no se aplican las reglas de siempre. No podemos recurrir a las herramientas usuales en tiempos tan inusuales.
La creatividad de la respuesta debe estar a la altura de la naturaleza única de la crisis, y la magnitud de la respuesta debe estar a la altura de su escala.
Nuestro mundo se enfrenta a un enemigo común: estamos en guerra con un virus.
La COVID-19 está matando gente, además de atacar el núcleo de la economía real: el comercio, las cadenas de suministro, los negocios, los puestos de trabajo. Hay ciudades y países enteros en confinamiento. Se están cerrando fronteras. Las empresas están tratando a duras penas de seguir abiertas, y las familias, de mantenerse a flote.
Pero, en la gestión de esta crisis también tenemos una oportunidad única.
Si se gestiona bien la crisis, podemos hacer que la recuperación tome una dirección más sostenible e inclusiva. Por el contrario, la mala coordinación de las políticas podría fijar —e incluso empeorar— desigualdades que ya son insostenibles, lo que anularía los logros del desarrollo y la reducción de la pobreza que tanto costó alcanzar.
Estamos en una situación sin precedentes y ya no se aplican las reglas de siempre. No podemos recurrir a las herramientas usuales en tiempos tan inusuales.
Llamo a los líderes mundiales a que aúnen esfuerzos y den una respuesta urgente y coordinada a esta crisis mundial.
Veo tres áreas decisivas para la acción:
En primer lugar, hacer frente a la emergencia sanitaria.
Muchos países ya no tienen capacidad para atender siquiera los casos más leves en centros de salud especializados, y muchos de ellos no pueden responder a las enormes necesidades de las personas mayores.
Ni siquiera en los países más ricos dan abasto los sistemas de salud, debido a la presión a la que se han visto sometidos.
El gasto en salud debe incrementarse de inmediato para satisfacer las necesidades urgentes y el aumento de la demanda —ampliar la cobertura de las pruebas de detección, reforzar las instalaciones, retribuir a los trabajadores de la salud y garantizar la suficiencia de suministros—, respetando plenamente los derechos humanos y evitando el estigma.
Se ha demostrado que es posible contener el virus, y es imperioso hacerlo.
Si dejásemos que se propagara como reguero de pólvora, sobre todo en las regiones más vulnerables del mundo, mataría a millones de personas.
Y sin más demora tenemos que dejar de adoptar estrategias sanitarias a escala nacional, cada país por su cuenta, y en cambio garantizar, con total transparencia, una respuesta mundial coordinada, en la que también se ayude a los países menos preparados para hacer frente a la crisis.
Los Gobiernos deben dar el más firme apoyo a la labor multilateral contra el virus, encabezada por la Organización Mundial de la Salud, cuyos llamamientos deben cumplirse sin excepciones.
La catástrofe sanitaria demuestra que somos igual de fuertes que el sistema de salud más débil.
La solidaridad mundial no es solo un imperativo moral: es por el bien de todos.
En segundo lugar, debemos centrarnos en el impacto social y en la respuesta y la recuparación económicas.
A diferencia de lo que ocurrió en la crisis financiera de 2008, la respuesta en este caso no radica en inyectar capital solamente en el sector financiero. Esta vez no se trata de una crisis bancaria; y de hecho, los bancos deben ser parte de la solución.
Tampoco se trata de una sacudida habitual en la oferta y la demanda: se trata de una conmoción para la sociedad en su conjunto.
Hay que garantizar la liquidez del sistema financiero, y los bancos deben aprovechar su resiliencia para brindar apoyo a sus clientes.
No nos olvidemos de que esencialmente estamos ante una crisis humana.
La solidaridad mundial no es solo un imperativo moral: es por el bien de todos.
Lo más importante es que nos centremos en la gente: los trabajadores que perciben salarios bajos, las pequeñas y medianas empresas y los más vulnerables.
Eso significa que hay que dar apoyo salarial, seguro y protección social, para prevenir las quiebras y la pérdida de puestos de trabajo.
También significa que hay que idear respuestas fiscales y monetarias para que el peso no recaiga en quienes menos recursos tienen.
La recuperación no debe darse a expensas de los más pobres, y no podemos crear una legión de nuevos pobres.
Tenemos que hacer llegar los recursos directamente a la gente. Varios países están adoptando iniciativas de protección social, como las transferencias en efectivo y el ingreso universal.
Tenemos que dar un paso más y asegurarnos de que el apoyo llegue a quienes dependen totalmente de la economía informal y a los países que tienen menos capacidad de responder.
Las remesas son vitales en el mundo en desarrollo, especialmente ahora. Algunos países ya se han comprometido a reducir las comisiones de las remesas al 3 %, muy por debajo de los niveles medios actuales. La crisis exige que vayamos más allá y nos acerquemos lo más posible a cero.
Además, los líderes del G20 han tomado medidas para proteger a la ciudadanía y la economía de sus respectivos países renunciando al cobro de intereses. Debemos aplicar esa misma lógica a los países más vulnerables de nuestra aldea global y aliviar la carga de su deuda.
En general, es preciso que se garanticen servicios financieros adecuados para ayudar a los países en dificultades. El FMI, el Banco Mundial y otras instituciones financieras internacionales tienen un papel clave en este sentido. El sector privado es esencial para la búsqueda de oportunidades creativas de inversión y la protección de puestos de trabajo.
Y no debemos ceder a la tentación de recurrir al proteccionismo. Ahora es cuando tenemos que derribar las barreras comerciales y restablecer las cadenas de suministro.
Si miramos el panorama más amplio, las disrupciones en la sociedad están teniendo un impacto profundo.
Debemos responder a los efectos que tiene esta crisis en las mujeres. Las mujeres del mundo llevan la carga de manera desproporcionada en el hogar y en la economía en general.
Los niños también están pagando un precio caro. En este momento, más de 800 millones de niños no están yendo a la escuela, que es donde muchos de ellos reciben la única comida del día. Debemos asegurarnos de que todos los niños tengan alimentos y acceso la enseñanza en condiciones de igualdad, reduciendo la brecha digital y los costos de la conectividad.
Ahora que las personas tienen que aislarse y su vida se trastorna y se vuelve caótica, debemos evitar que esta pandemia se convierta en una crisis de salud mental. Y los jóvenes serán los que corran más riesgo.
El mundo tiene que seguir prestando apoyo básico a los programas para los más vulnerables, por ejemplo a través de los planes de respuesta humanitaria y para refugiados que coordinan las Naciones Unidas. No deben sacrificarse las necesidades humanitarias.
En tercer y último lugar, tenemos la responsabilidad de «recuperarnos mejor».
La crisis financiera de 2008 demostró sin lugar a dudas que los países cuyos sistemas de protección social eran sólidos fueron los que menos consecuencias padecieron y los que se recuperaron más rápidamente.
Debemos asegurarnos de que se aprendan las lecciones y de que esta crisis sea un hito en lo que respecta a la preparación para las emergencias sanitarias y a la inversión en los servicios públicos esenciales del siglo XXI y la provisión efectiva de bienes públicos mundiales.
Tenemos un marco de acción para eso: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre el cambio climático. Debemos cumplir nuestras promesas por la gente y el planeta.
Las Naciones Unidas, y nuestra red mundial de oficinas en los países, apoyarán a todos los Gobiernos para que la economía mundial y las personas para las que trabajamos salgan fortalecidas de esta crisis. Esa es la lógica del Decenio de Acción para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El mundo tiene que seguir prestando apoyo básico a los programas para los más vulnerables, por ejemplo a través de los planes de respuesta humanitaria y para refugiados que coordinan las Naciones Unidas. No deben sacrificarse las necesidades humanitarias.
Hoy más que nunca necesitamos solidaridad, esperanza y voluntad política para superar esta crisis juntos.
Muchas gracias.