En el periodismo tenemos pendiente un 15M que nos obligue a reflexionar sobre cómo es posible que el oficio de comunicar esté tan desacreditado en este momento que resulte muy complicado ser optimistas sobre su futuro. Empezaré esta reflexión recordando cómo era el periodismo en España durante los años llamados “de la Transición”, una época en la que los papeles estaban mezclados y, en consecuencia, algo confundidos. Cuando trabajaban codo con codo los políticos que luchaban por las libertades y los periodistas que intentaban hacer una prensa que llevara a la ciudadanía las inquietudes de ese momento, lo que en un principio podía ser un trabajo conjunto y de complicidad mutua acabó derivando con el paso de los años en puro “compadreo”.
Algunos lo llamábamos el periodismo de “Casa Manolo”. Durante aquellos años, en aquel bar ubicado a espaldas de las Cortes, se producían buena parte de las confraternizaciones y conspiraciones entre los políticos recién llegados al Congreso y los periodistas que empezaban a ser corresponsales parlamentarios en los diarios que estaban adquiriendo otro tono distinto al del periodismo franquista practicando hasta entonces.
De tanto confraternizar, de tanto comer juntos, de tanto tomar gin-tonics juntos… llegó un momento donde se confundieron los papeles. ¿Cuándo empezó a notarse más esa confusión? Cuando el PSOE llega al poder en el años 1982 y buena parte de los periodistas que eran amigos de políticos socialistas que ocuparon poltronas empezaron a abrigar esperanzas de compartir con ellos el poder. Muchos estaban convencidos de que sus “amigos” les debían algo. Y algo así en cierta forma acabó ocurriendo: buena parte de los ministerios de los primeros gobiernos socialistas tuvieron como jefes de prensa o de gabinete a periodistas que habían estado en periódicos, la mayoría de ellos procedían de El País, y así este periódico consiguió convertirse en imprescindible: había que leerlo entre otras cosas porque allí era donde primero llegaba todo el material que estaba trabajándose en los despachos socialistas.
El problema fue que no había puestos para todos, algunos que pensaban que se merecían pasar al otro lado del mostrador no lo consiguieron y empezó a sonar el consabido “qué hay de lo mío”. Ese intercambio de papeles, en esos momentos, entre quienes eran los periodistas que tenían entre 30 y 40 años, la misma edad de los políticos recién llegados al poder, esa gente aún hoy día están ahí, la mayor parte de los políticos han desaparecido o están jubilados, pero ellos siguen ahí: Miguel Ángel Aguilar, Pablo Sebastián, Pedro Jota, que empezó a dirigir un periódico con 29 años… Una serie de gente que en algún momento debió olvidar que sencillamente eran los testigos privilegiados de lo que estaba sucediendo para contárselo a todo el que no podía estar allí, y que su obligación era contarlo sin implicarse en ello y de la manera más objetiva posible. Pues no: dejaron de sentirse testigos privilegiados para creerse tan coprotagonistas de lo que estaba sucediendo como los propios políticos. En esta confusión de papeles de los primeros tiempos de la democracia radican casi todos los vicios posteriores adquiridos a medida que se ha ido deteriorando la situación del periodismo en España.
También es verdad que la mayor parte de los medios de comunicación privados estaban en manos de empresarios que tenían vocación de editores periodísticos: eran editores profesionales. Querían ganar dinero, qué duda cabe, pero eran capaces de tener a alguien investigando un tema sin publicar nada durante dos meses, algo absolutamente impensable hoy día.
Los tres fundamentales empresarios de prensa de aquella época fueron el presidente del Grupo 16, Juan Tomás de Salas; el presidente del Grupo Prisa, Jesús de Polanco y el presidente del Grupo Zeta, Antonio Asensio. Eran gestores con poder absoluto ejecutivo y periodístico y en mi caso, que he tenido la suerte a lo largo de mis años profesionales de trabajar en las tres empresas he de decir que a mí no me llegó nunca por parte de ninguno de ellos ninguna otra instrucción que no fuera “haz las cosas como mejor sepas”.
Eso, hoy por hoy es impensable, el Grupo 16 ya no existe, en El País desde la muerte de Polanco la empresa empezó a desmembrarse y el consejo de administración acabó troceado y repartido entre bancos, fondos de inversión y fondo cataríes donde la familia Polanco apenas conserva un diez por ciento de las acciones y Zeta prácticamente tampoco existe. Es decir, de un modelo de empresario periodístico vocacional que le gustaba lo que hacía y se sentía útil en el mundo de la comunicación (por supuesto no eran altruistas ninguno) se pasó a la política del beneficio puro y duro y a cómo influir a través de los consejos de administración en los contenidos para defender los intereses de sus miembros y de la empresas a las que estos representan.
Ese tipo de cambio de papeles explica en buena parte la situación en la que nos encontramos ahora. Sería uno de los factores a los que yo atribuiría el deterioro. Lo que no entiendo y sigo sin entender, pensando sobre todo en aquellos profesionales treintañeros de entonces que hoy todavía se resisten a dejar de influir, es cómo se pudo producir ese cambio en la manera de pensar de según qué profesionales. Tú miras un periódico de los años 70 u 80 con informaciones firmadas por alguno de los periodistas que he nombrado antes y no tienen nada que ver con el papel que juegan ahora mismo en el panorama de los medios. ¿Dónde está el Miguel Ángel Aguilar de aquel entonces, donde el Fernando Jáuregui, dónde el Jesús Cacho? En este momento dirigen medios digitales absolutamente ultramontanos cuya financiación no sé vosotros pero yo en la mayor parte de los casos la desconozco. El caso es que ahí están, y están influyendo: Periodista Digital, con Alfonso Rojo al frente, Libertad Digital, con Jiménez Losantos, Ok Diario… Es un panorama de gente que en otros tiempos hicieron un tipo de información bastante presentable y se han decantado directamente hacia el periodismo más militante y proultraderecha que se pueda elaborar.
Al principio, cuando el fenómeno del 15M y tras la aparición de Podemos, se podía pensar que la intención era solo cómo conseguir que el nuevo partido no tuviera una relevancia que estaba claro que la tenía en la sociedad, pero se trataba de que no consiguiera tanta proyección pública como para que su mensaje calara y acabara convertido en votos. Pero a estas alturas no es solo eso: parece existir una apuesta clara porque los gobiernos de izquierdas no sean posibles y porque la derecha ultra y la ultraderecha continúen acreciendo en este país.
¿Por qué ha pasado esto, por qué da la impresión de que nadie sabe cómo ponerle solución? No ha ayudado mucho el overbooking que ha generado el exceso de facultades de Ciencias de la Información. Las facultades de Ciencias de la Información son uno de los mayores fraudes en materia educativa de este país. La mayor parte de la gente que llega a esas facultades lo hacen engañados. Hay más de sesenta facultades de periodismo que sacan al mercado varios miles de licenciados cada año en el mes de junio. No hay capacidad de absorber eso. Quienes inventaron las facultades de periodismo tal como existen hoy día o se engañaron o estaban dispuestos a engañar. La necesidad de periodistas es mucho menor ¿En qué repercute que salga tanto licenciado a la calle? Fundamentalmente en que la carne de periodista se abarata, porque cada vez hay más gente dispuesta a trabajar gratis, cada vez hay más gente dispuesta a hacer prácticas como sea y alargar el período de prácticas y de hacer méritos el tiempo que sea necesario. Y lo que descubren a la larga es que han sido engañados, pero ya demasiado tarde. Salvo que entren en la dinámica de las reglas del juego que en estos momentos parece que no hay manera de evitar. Que es: la única manera que tengo de mantenerme en este oficio, de prosperar, y de no ganar una miseria de sueldo es probablemente demostrarle a los que tengo por encima que soy tan eficaz y tan buen soldado para la causa como ellos.
Y así surgen los nuevos fenómenos del periodismo en la mayor parte de los medios actuales. ¿Quién se ha abierto paso últimamente en el diario El Mundo, en el ABC, quién se ha abierto paso en las tertulias? No sé, me lavaré la boca después de pronunciarlos, pero nombres como Javier Negre o como Jorge Bustos, que es lo que la mayor parte de la gente ahora parece ser que quieren ser. Hemos llegado a una situación donde hacer periodismo, contar las cosas que pasan y explicárselas a la gente, seguir teniendo conciencia de lo que es la esencia fundamental del oficio que es, como decíamos al principio, ser testigo de las cosas que ocurren y contarlas lo mejor posible ya no es la prioridad. Ahora mienten como bellacos y no pasa nada.
No es la prioridad en la prensa de papel, pero el problema es que todavía ha llegado a ser mucho peor en el mundo audiovisual. El papel que juegan la mayor parte de las radios de este país queda muy por debajo de las expectativas y de las necesidades de información cabal, justa y objetiva que necesita el ciudadano en estos momentos. Ocurre algo similar en las televisiones privadas, que las sufrimos todos los días, y lo más lamentable de todo es que cada vez es peor también en las televisiones públicas. El asesinato del último intento de hacer algo digno con Telemadrid lo hemos vivido en directo sin que nadie se preocupe excesivamente, sin que nadie se queje. Estamos viviendo una marcha atrás que tiene difícil solución.
Las televisiones públicas en este país contribuyen a empeorar el panorama de la información decente a la que nos debemos. Lo que se quiere contar en las televisiones públicas no tiene nada que ver con el interés de los espectadores, tiene que ver con el interés de quienes se creen propietarios de esas televisiones. Lo somos nosotros, pero en la práctica lo son cada gobierno autonómico o el gobierno de la nación. Piensan que tener el dominio de la comunicación a través de la televisión pública forma parte del kit de haber ganado unas elecciones igual que lo es el tener el Boletín Oficial del Estado o de la autonomía en sus manos.
Tampoco ha ayudado mucho la deriva de las redes sociales y su papel en la difusión de bulos, fakes y demás perversiones que han infectado el fenómeno de la comunicación política.. Como me hacen indicaciones para que termine, lo haré señalando que no ha habido un interés serio, ni un compromiso, ni una decisión en el mundo del periodismo que se proponga buscar la manera de reconvertir, de reivindicar la posibilidad de que lo que ocurre en el mundo de la comunicación no esté solo en manos de los que en un momento dado gobiernan una institución, ni tampoco en los bancos y grandes fondos que dominan los consejos de administración. En el mundo del periodismo, como se propuso en el 15M para la política, igual sería bueno funcionar de abajo arriba, existen proyectos e iniciativas en que se ha intentado, pero continúa siendo algo que tenemos pendiente, ya sea por miedo, o por inseguridad, o por necesidades de supervivencia. O por mentalidad práctica, no sé, pero el caso es que no se ha acometido ninguna incitativa para poner pie en pared a todo esto.
Si en el periodismo no se le da una vuelta que podía empezar por el cierre de las facultades. No es necesario ser licenciado para ejercer, basta con tener otra carrera y al acabar cursar un máster de un año; los becarios que he tenido conmigo, lo primero que me han dicho siempre es que donde verdaderamente aprendían era en la redacción, que en la facultad ni les habían hablado de nada de lo que se encontraban cuando tenían que ponerse a trabajar. La solución, pues, empieza por la educación, continúa por la necesidad de luchar por los derechos, luego por denunciar las irregularidades y acaba por resistirse a aceptar como irremediable que las cosas sean como son.