Una publicación del CSIC analiza la situación de escasez hídrica de Almería y cómo la agricultura intensiva ha llevado al colapso a la mayoría de las masas de agua subterránea.
Almería es la zona más árida de Europa y, paradójicamente, se ha convertido en la huerta del viejo continente. La expansión de los cultivos industriales, sin embargo, está acelerando el desgaste de la tierra y abocando a la región a la escasez en un momento en el que los periodos de sequías se vuelven cada vez más recurrentes.
«Hay una degradación cuantitativa y cualitativa de los recursos hídricos. Los niveles de los acuíferos son bajos y se están agotando y, luego, hay un problema de vertidos de pesticidas y nitratos que deterioran la calidad del agua», expone Jaime Martínez Valderrama, investigador del CSIC que lidera una publicación en la revista académica Water Resources Management sobre los problemas hídricos del campo almeriense.
En la actualidad, los datos del Ministerio para la Transición Ecológica revelan que los embalses de Almería están por debajo del 10% de su capacidad. Aunque la agroindustria sí se nutre de estas reservas, la sequía es la causa principal de esta situación de crisis. Donde la agricultura intensiva sí está provocando problemas es en las masas de agua subterránea que nutren a la mayoría de tierras de cultivo que, a vista de satélite, se ven como un mar de plástico. La capacidad natural de recarga de los acuíferos es inferior a la velocidad de extracción llevando a los recursos hídricos al borde del colapso.
En el campo de Dalías, la extracción de agua es un 158% superior a la velocidad natural de recarga del acuífero (el tiempo en el que las lluvias y otros procesos consiguen llenar los pozos). En Níjar, el bombeo de agua para regadío es un 250% superior a la capacidad de recuperación de las masas de agua subterránea y en el Medio-Bajo Andarax el uso de agua es un 149% superior al ritmo en el que los pozos se terminan de llenar.
En Almería, además, buena parte de los acuíferos son costeros. «Hay un equilibrio natural entre el agua salada del mar que entra y el agua dulce. Si este equilibrio de altera, aumenta la salinidad y esto es lo que está ocurriendo, que hay menos agua y la que queda es salada, no en su totalidad, pero inservible para regar. El acuífero de Níjar esta completamente salinizado desde los años 90, por ejemplo», expone Martínez Valderrama.
A ello se suman las filtraciones de herbicidas y la contaminación de plásticos y microplásticos de un modelo agrario basado en los cultivos en invernaderos. La investigación del CSIC revela que sólo en la zona occidental de Almería se abandonan unas 30.000 toneladas de materiales plásticos derivados de residuos agrarios.
Desaladoras, CO2 y eficiencia que no reduce el consumo
La alternativa al colapso no pasa por un cambio en el modelo agrario, sino en la intensificación de los medios de producción. Las desaladoras se han convertido en el aliado de la agroindustria y ello requiere del uso de motores que funcionan, en su mayoría con combustibles fósiles. La planta de desalinización de Carboneras, la segunda más grande del mundo, depende de una planta térmica térmica alimentada por carbón, actualmente en desmantelamiento, que ha dejado una huella de dióxido de carbono asociada de hasta 1,48 kg de CO/m3.
«Luego están las emisiones de CO2 asociadas al transporte de mercancías, porque se trata de una producción muy destinada a la exportación hacia Europa», agrega el investigador del CSIC. Aproximadamente se despliegan entre 1.500 y 2.000 camiones de frutas y hortalizas al día, según las estimaciones realizadas por los expertos. En cómputo, la huerta de Almería emite 6.982 toneladas de CO2 diarias.
La otra alternativa complementaria es la de la modernización del regadío. El Ministerio de Agricultura ya ha lanzado este año un plan de inversión público-privada de 745 millones de euros para mejorar la eficiencia de los sistemas de regadío. Esta medida, sin embargo, tampoco es la solución a los problemas de Almería y del resto de territorios de España amenazados por la desertificación de sus ecosistemas.
«Es la solución más intuitiva, pero no arregla el problema. A nivel de parcela si puede servir, el problema es que si en una parcela ahorramos 50 litros, esa cantidad se termina invirtiendo en crear una nueva parcela de riego. Es lo que se denomina paradoja de Jevons; a medida que aumentas la eficiencia, aumentas el consumo», zanja Martínez Valderrama.