Desde el día en que Pablo Iglesias anunció que se presentaba a la presidencia de la Comunidad de Madrid, la derecha y la ultraderecha no se han repuesto aún de la indigestión. Si pensaban que su presencia en la política derivaría en el consabido apego a los cargos se llevaron un buen chasco el día que renunció a la vicepresidencia del gobierno.
Desde que Podemos apareció en el horizonte hace siete años con Iglesias como cabeza visible, lo que más preocupó a sus adversarios fue la solvencia intelectual de buena parte de sus promotores. A esa capacidad Pablo añadía otra: su disposición para dar siempre la cara, sabiendo de antemano que harían todo lo posible por partírsela en mil pedazos. De momento no han podido, aunque tanto él como prácticamente todos los responsables de Podemos llevan siete años resistiendo envites y embates del más grueso calibre.
No solo no han conseguido ahogarlos, sino que a día de hoy cuentan con cuatro ministerios y una vicepresidencia en el actual Gobierno de coalición. La marcha de Iglesias de esa vicepresidencia y su apuesta como candidato madrileño desconcertó a sus adversarios y también sorprendió a sus afines. Solo él sabe por qué se la juega hasta tal punto, pero parece evidente que los efectos de la apuesta se notan. Ayuso ha incrementado su porcentaje de desafueros y toda la ultraderecha está que trina con sus altavoces mediáticos, que cada vez asustan a menos gente por mucho que chillen y mientan. Llevan tanto tiempo pasándose tantos pueblos… que ya no cuela.
En la primavera del 19, tras el permiso de paternidad, el regreso de Iglesias a los ruedos se tradujo inmediatamente en un aumento de las expectativas de voto para Unidas Podemos en las elecciones generales de Junio. Los resultados las confirmaron. El siguiente episodio fue ese mismo verano, cuando Sánchez intentó usarlo como excusa para no pactar argumentando que no dormiría por las noches con él de vicepresidente. No pasa nada, me hago a un lado, replicó Iglesias inmediatamente. El órdago dejó en evidencia a Sánchez que optó por unas nuevas elecciones cuyo resultado le obligó a aceptar el pacto de coalición que hasta entonces había intentado rehuir.
Ahora, en las elecciones madrileñas del 4 de mayo, Iglesias vuelve a la carga contra todo tipo de circunstancias y predicciones adversas. En los cuarteles generales de sus adversarios políticos pasan las noches sin dormir reorientando estrategias porque ninguna parece surtirles efecto. No pueden con Unidas Podemos ni con su líder, por mucho que injurien o arremetan contra vestimentas o maneras de ser.
Nunca lo reconocerán, pero tienen miedo, de ahí la resistencia a celebrar debates electorales. Al final no les ha quedado otra y han tenido que dar su brazo a torcer. Los inmisericordes ataques que Unidas Podemos recibe a diario demuestran que en la derecha y la ultraderecha están muy nerviosos. Quienes pensaron que la campaña madrileña iba a ser un paseo militar, nunca mejor dicho lo de militar, han descubierto que esta se ha convertido en un serio desafío, en un reto que les ha obligado a ponerse las pilas mucho más de lo que jamás hubieran imaginado.
Madrid se les va a escapar por fin a los fascistas quienes, para intentar evitarlo, están recurriendo a todo tipo de métodos, morales o no, legítimos o no y lo más grave, a mancillar el término “libertad” que en sus labios y en sus pancartas rechina con tintes pornográficos cada vez que lo pronuncian o lo escriben.
Tienen la derecha y la ultraderecha madrileñas sobrados motivos para temer por su futuro porque el trabajo del equipo de la candidatura de Unidas Podemos es como los pasos del elefante, lento pero rotundo. Todo eso la gente lo detecta y sus adversarios políticos lo saben por mucho que se empeñen en esconder los sondeos adversos. Porque les están siendo adversos.
Como afirma Yolanda Díaz Unidas Podemos, con Iglesias a la cabeza, rompió esquemas, acabó con el bipartidismo y conseguirá cambiar la historia de nuestro país. Ahora toca Madrid. Así que a ganarles en las urnas. A por ellos, que son pocos y cobardes.