La sociedad cada vez se parece más a Twitter. En tiempos de blancos o negros, las opiniones contrarias no son bien recibidas y se niegan, independientemente de que reflejen la realidad o no. Por no hablar de los grises, que directamente no existen.
Así ha sucedido con un informe de Amnistía Internacional, una organización que ha demostrado en otras ocasiones su independencia de los Estados, denunciando, por ejemplo, torturas en las cárceles de países considerados democracias plenas. Esto ya no vale para nuestros tiempos y su último informe, que habla sobre prácticas por parte de las tropas ucranianas que ponen en riesgo a la población civil, ha sido tan atacado y vilipendiado que hasta la propia organización, en contra de su práctica habitual, ha pedido disculpas por el “daño causado por el mismo”, cuando nunca lo hizo ante las quejas que recibió.
Esto no es nuevo: cuando ha denunciado torturas en las cárceles, se le ha acusado de repetir el discurso de las organizaciones terroristas. Ahora se le acusa de repetir el de Rusia y al contrario que en aquellas otras ocasiones, en esta Amnistía ha reculado.
Poco importa que esas tácticas sean más o menos comunes en diferentes guerras y que en ningún caso se diga que las bombas que van a matar a esos civiles sean precisamente de Ucrania. En la guerra por el relato todo vale y aquí no puede haber coincidencias con el enemigo… ni siquiera si esas coincidencias se dan en la defensa de los derechos humanos de la población ucraniana