El príncipe Enrique publica un libro demoledor; Constantino II muere y Grecia aún es una república; Gustavo de Suecia considera una «injusticia» que su hijo varón no reine; y España, la única restaurada en el siglo XX, tiene un rey huido.
Hasta hace un par de generaciones, los príncipes herederos –sin poder político en Europa, a diferencia de las monarquías árabes, asiáticas o déspotas– debían casarse con princesas. Un inconveniente del oficio, compensado con una vida a cuerpo de rey, ajena a la inflación, la precariedad laboral y todo aquello que afecta a la mayoría de los ciudadanos. A día de hoy, los herederos europeos han conseguido prescindir de la pega marital y mantener los privilegios y el poder político convertido en influencia nebulosa y económica.
Esta semana ha sido movida para algunas de las ocho monarquías supervivientes en Europa. La más veterana (milenaria) e internacional (pasado imperial), la británica, ha sufrido una de sus sacudidas habituales, en las que se suele mezclar el culebrón con el papel institucional que encarna la familia real, que recibe una asignación oficial de 85 millones de euros y tiene un coste estimado de 380 millones, según el informe Royal Expenses the cost of the Monarchy.
Un 30% de los británicos cuestiona el derecho hereditario o «la gracia de Dios», tal como lo definió Carlos III en su proclamación como rey el pasado mes de septiembre. Sabido es que a Dios no se le reta, pero eso no parece impresionar al príncipe Enrique, quien protagoniza el último escándalo que afecta a la monarquía británica con una serie en Netflix y dos entrevistas para promocionar su libro En la sombra (Spare en la edición inglesa) en las que culpa a los tabloides ingleses de crear buenos y malos en la familia a base de filtraciones de los buenos (Carlos y Camila, Guillermo y Kate) contra los malos (Enrique y Meghan). Unos casados en la meritocracia inglesa; el otro, con una actriz americana mestiza.
La algarabía provocada por Enrique no se veía desde 1995, cuando su madre, Diana, reveló en una famosa entrevista en la BBC que en su matrimonio con el actual rey Carlos III eran tres, «una multitud». El foco de atención se puso entonces en quién había cometido adulterio primero: si Carlos o Diana. Ahora el culebrón se centra en si Kate estaba celosa de Meghan, si Guillermo tiró al suelo a Enrique –que se golpeó con el cuenco del perro (menos mal que no era el del caballo)–, si Meghan maltrataba a los sirvientes y otros nimios detalles que día a día van captando el interés de la audiencia británica e internacional y construyendo una imagen determinada de los personajes.
Los tabloides disfrutan con el culebrón de buenos y malos y entretienen a la mayoría de las 67 millones de británicos con el lío familiar. Algunos columnistas van más allá del sentimentalismo irradiado por En la sombra, libro sobre el que una conocida columnista, Yasmin Alibhai-Brown, escribe lo siguiente: «Enrique, como su madre, es un ardiente monárquico, da por sentada su heredada posición y su indescriptible privilegiado estilo de vida. Aunque le preocupan los pobres, desprecia a los pijos y se define como rebelde, él es de la realeza, el resto somos nosotros. Las contradicciones y la miopía del libro no son de fiar; son fastidios, reales y fascinantes. En contraste, sus prédicas sobre el racismo y los sesgos inconscientes suenan a lecciones aprendidas a toda prisa, sin asumir plenamente».
La gritería mediática provocada por Enrique ha generado silencio sepulcral en la familia. ¿Asistirá Enrique a la coronación de su padre el día 6 de mayo? Nada se sabe por ahora. De momento, la primera aparición (después vendrá la segunda) de reyes y príncipes en las publicitadas visitas a hospitales tras la publicación del libro llenan páginas de sonrisas, saludos, baños de masas, armonías matrimoniales y aquí no ha pasado nada. En la sombra consiguió un récord de ventas con 1,4 millones de ejemplares en un solo día. Y Enrique dice que tiene material para un segundo.
Las encuestas, sin embargo, recomiendan apostar por la discreción: el porcentaje de británicos «avergonzados» por la monarquía ha pasado del 15% en septiembre a 21% esta semana, según una investigación de YouGov. El matrimonio de tres le fue favorable a Diana en los sondeos de opinión, pero la publicación de En la sombra ha bajado la popularidad de Enrique, incluso por debajo de la del príncipe Andrés, otro tipo en la sombra, acusado de pedófilo.
Un 41% de los preguntados creen que Enrique ha escrito el libro por dinero (nadie confirma si la cifra cobrada en millones de dólares es de dos o tres dígitos), y sólo un 21% le cree cuando asegura haberlo escrito para contar su versión de la historia. Por edades, los jóvenes son más indiferentes al barullo familiar e institucional. Un 25% de personas entre 18 y 24 años tienen una opinión «muy negativa» de Enrique y su esposa, mientras que en la franja de mayores de 65 años el porcentaje de esas opiniones negativas aumenta hasta el 69% en el caso de él y el 73% en el de ella. Un día la mala era Camila y ahora es Meghan.
Constantino, un rey sin apellido
La sacudida en la monarquía británica ha coincidido con la muerte en Atenas del último rey de Grecia, Constantino (Glücksburg, según el republicano Estado griego, y II, según los medios cortesanos). Un monarca sin corona ni trono que siempre defendió su condición y sus privilegios. Una anécdota refleja esa creencia: en 1994 el Gobierno griego le retiró la nacionalidad porque el último rey se negó a aceptar un pasaporte del país con el nombre de Constantino Glücksburg. Constantino convocó entonces una rueda de prensa en Londres para dejar claro que él era «Constantino de Grecia» y que no tenía apellido «porque así figuraba en todos los documentos». Explicó que viajaba con pasaporte danés porque era príncipe danés por matrimonio. Ana María, su esposa danesa, se mostró como una mujer profundamente emocional en aquella rueda de prensa. Su voz se cortó en la primera frase que intentó pronunciar sobre lo que ambos como una injusticia.
El título de rey de Grecia o de los griegos fue abolido por referéndum en 1974 con la formación de la Tercera República Griega o Helena. Grecia, como legítimo Estado soberano y democrático, no reconoce títulos nobiliarios. Sin embargo, Constantino insistió hasta el último día en llamarse rey de Grecia. La retirada de la nacionalidad griega y la incautación de sus bienes marcó el momento de mayor tensión entre los gobiernos griegos y su último rey. Después, le fue devuelta la nacionalidad y en 2013 regresó a su país, donde ha fallecido a los 82 años de edad. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos falló a favor de él en 2002 por la incautación. Será enterrado este lunes como ciudadano privado en Tatoi, a las afueras de Atenas, tras un funeral en la catedral de la capital griega.
La proclamación de la Tercera República Griega es de las más recientes y modernas en Europa. Si las monarquías se arrastran intentando modernizarse por continuidad histórica o tradición (Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, y la española, históricamente de quita y pon), la República griega se dibujó al estilo de la alemana: sus presidentes carecen de poder político, son elegidos por los Parlamentos, representan la unidad del Estado y encabezan las fuerzas armadas con funciones ceremoniosas. Cuestan una décima parte de las asignaciones otorgadas a las monarquías y están sometidas a control democrático y transparente. La presidencia es de perfil bajo, pero también de bajo coste ¿Quién sabe el nombre de la presidenta la de República griega?
La historia de Grecia presenta varios paralelismos con la de España, en donde la República ha sido establecida en dos ocasiones, alternada con golpes de Estado militares. Hasta los matrimonios han (des)unido ambas monarquías a tenor de la vida que llevan Juan Carlos y Sofía, hermana de Constantino. En Grecia, a la tercera ha ido la vencida, con continuidad desde 1974. En España, la Segunda Restauración (la primera abarca de 1874 a 1923) de la monarquía de quita y pon se inició en 1975 (o 1978), y en abril de 1977 el rey Juan Carlos ya pedía, y recibía presuntamente, del Sha de Persia 10 millones de dólares para atenuar un posible triunfo socialista saltándose de esta manera las normas más básicas de neutralidad de las monarquías europeas y constitucionales. Desde el primer presunto abuso político conocido, de 1977, el ex jefe de Estado no cesó en cumplir su agenda personal, mientras los valientes medios españoles han goteado durante 40 años campechanismo monárquico.
Junto al verso suelto que escriben los Borbones estos días, el rey Gustavo de Suecia ha desentonado al decir que considera una «injusticia» que su hijo varón no pueda reinar porque la primogenitura recae en la princesa Victoria. ¿Habrá sido un desliz de lengua o el monarca sueco se olvida de la época en la que vive?