Un carrusel de tres crisis deja a la quinta parte de las familias en una situación económica precaria

A los efectos de la devaluación salarial y la precarización laboral provocada por las reformas laborales tras el empobrecimiento que generó el estallido de la burbuja inmobiliaria se les ha sumado un endurecimiento de las dificultades de acceso al empleo por la tecnificación, acelerada por la pandemia antes de haber superado la anterior recesión y de que se superpusiera a ese escenario una inflación que dificulta más si cabe la cobertura de las necesidades básicas a los hogares de menor renta.

Un hombre ve la de televisión en una sala de un albergue para personas sin hogar, en Madrid. E.P./Ricardo Rubio Un hombre ve la de televisión en una sala de un albergue para personas sin hogar, en Madrid. — Ricardo Rubio / EUROPA PRESS ZARAGOZA28/03/2022 17:01 ACTUALIZADO: 29/03/2022 07:41

«Los factores de empobrecimiento parecen competir entre ellos», señala Daniel Sorando, sociólogo de la Universidad de Zaragoza especializado en estructura social, segregación residencial y políticas urbanas, para referirse a las consecuencias de la acumulación de las tres crisis que, en todos los casos antes de haber superado la anterior, se han superpuesto en los últimos tres lustros: la posterior al estallido de la burbuja, la provocada por la pandemia y el parón la actividad económica y comercial y, tras ellas, la causada por una escalada de precios de productos básicos como los alimentos y la energía desatada por la especulación financiera con el pretexto de la guerra de Ucrania.

Un carrusel de datos indica, a falta de comenzar a conocer las valoraciones de 2021, cómo ese carrusel de crisis está teniendo como consecuencia conjunta una cronificación de las situaciones de pobreza en amplios sectores de la población española, distintos en función de cuál sea el indicador que se observe pero que en la mayoría de los casos apuntan que la afección alcanza a entre la quinta y la cuarta parte de los hogares y/o de las personas.

Varios de esos registros se encuentran en la Encuesta de Condiciones de Vida del INE (Instituto Nacional de Estadística), que situaba al 19,7% de los ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza en 2020, una tasa que empeora tanto la de 2008 como la de 2013, en el estallido de la burbuja y cuando se tocó fondo en esa crisis, y que corta de plano una tendencia de mejora de tres años tras dos de relativa estabilidad.

El umbral de pobreza se sitúa, según explica el propio INE, en «el 60% de la mediana de los ingresos anuales por unidad de consumo», es decir, en ese porcentaje de los cobros mínimos que reciben la mitad de los españoles.

El hecho de que ese repunte se diera en un año de en el que las rentas sufrieron un claro desplome por el parón de la actividad da idea de la intensidad con la que la crisis pandémica azotó a las familias, algo que ocurrió en vísperas de una escalada de precios que está aumentando las estrecheces de esa parte de la población en especial.

Esos indicadores de la pobreza suelen ser, como la mayoría de los índices, relativos. Aunque en este caso se ven reforzados por otros como el que observa los problemas que las familias tienen para llegar a fin de mes: según los datos del INE, más de la tercera parte de las familias carece de capacidad para afrontar un gasto extraordinario de 750 euros, una situación que alcanza al 56% de los hogares monoparentales, al 44% de los que incluyen menores o jóvenes de menos de 24 años que aun no trabajan y al 41% de los formados por una única persona, jubilados y pensionistas en la mayoría de los casos.

La estimación del INE sobre qué grado de dificultades tienen los hogares para llegar a fin de mes apunta en una dirección similar a la del umbral de la pobreza, con un 22,1% de las familias pasando apuros y de nuevo con un aumento de ese grupo en vísperas de la escalada inflacionista.

La tasa, que al mismo tiempo resulta algo más de ocho y de catorce puntos inferior a las de 2008 y 2013, respectivamente, aporta una pista sobre las diferencias en las afecciones que provocó el comienzo la crisis pandémica, ya que el aumento del número de hogares con dificultades coincidió con otro, mayor, de quienes no las sufren, aunque por motivos bien distintos: insuficiencia de rentas en el primer caso y reducción de oportunidades de consumo en el segundo.

Esas tendencias conviven con otra que revela una reducción del margen de maniobra de los hogares para hacer frente a imprevistos, lo que en realidad significa que su liquidez va a la baja; de manera más acusada cuanto menor es el nivel de renta, pero al mismo tiempo con una creciente presencia de ese factor en los estratos más pudientes.

Eso remite a los fenómenos de desclasización que comenzaron a proliferar con el estallido de la burbuja: amplias capas de la población descubrían con estupor que no formaban parte de la clase media sino que eran pobres, a menudo entonces con una losa de deuda que alejaba los horizontes de prosperidad y con frecuencia ahora descubriendo que al sueldo cada vez le sobra más mes por el encarecimiento de la parte básica de la cesta de la compra.

«La vivienda y la situación económica condicionaron mucho la manera en la que cada uno vivió la pandemia», apunta Sorando, que recuerda cómo la debilidad del mercado laboral español, centrado en prestaciones de servicios que generan escaso valor añadido, y la devaluación salarial iniciada la pasada década se encuentra, junto con la precariedad laboral, en la base de «otro de los fenómenos que ha venido para caracterizar nuestra sociedad, que es el del trabajador pobre al que el empleo no le garantiza un nivel de vida holgado. Esa figura es un indicador de la sociedad que está quedando después de estas crisis, aunque algunos indicadores están mejorando como consecuencia de las subidas del salario mínimo«.

Ese fenómeno, que coincide con otro creciente de empobrecimiento de los pensionistas, afecta ya a casi uno de cada ocho ocupados, alrededor de dos millones y medio de personas, cuyas economías se encuentran por debajo del umbral de la pobreza.

En este sentido, resultan significativos los datos de la Agencia Tributaria sobre las fuentes de ingresos de los españoles, que reducen a quince millones el número de los que en 2019 vivieron todo el año solo con su salario mientras la cifra de 3,3 que compaginaban el sueldo y la prestación de desempleo a lo largo del año repuntaba de nuevo para encaminarse de nuevo hacia la horquilla de 3,5 a 3,8 que caracterizó la fase dura de la crisis posterior a 2008.

Son una parte del precariado, la que alterna el trabajo inestable con las ayudas públicas cuando sus breves e irregulares carreras de cotización les permiten la segunda opción cuando falla la primera.

“La mayoría social se ha empobrecido”

La situación, en cualquier caso, no es nueva ni, aunque sí se ha visto intensificada con el carrusel de crisis, tampoco tiene su origen en el estallido de la burbuja. La cosa ya venía fraguándose.

«Antes de la gran recesión había ya un caldo de cultivo que se manifestaba, se estaba viendo que el sistema económico se mantenía sobre grandes dosis de precariedad y que había dificultades para el acceso a la vivienda, aunque el crédito lo amortiguaba», explica Sorando.

A partir de ahí, primero cayó el empleo precario y vinculado a la construcción mientras la espiral de deuda crecía. «Después vino el reinicio de ciclo económico, pero con una devaluación del sistema salarial y con recortes de servicios públicos tras las dos reformas laborales«, señala el sociólogo, que recuerda cómo, junto con esos factores el alquiler comenzaba a actuar como «n mecanismo de empobrecimiento» por sus elevados niveles y subidas.

En el cambio de década, «cuando empezábamos a remontar y se dada un contexto en el que se podían asentar factores de estabilidad llegó la pandemia, que provocó una nueva pérdida de empleo pese a los mecanismos de protección social» y tras la que comenzaron a acelerarse los incipientes procesos de digitalización y de robotización, que han tenido como consecuencia la exclusión de amplios grupos de trabajadores de baja formación y edad avanzada, entre los que se está cronificando el paro de larga duración.

«El riesgo de reemplazo de un trabajador por la digitalización y la robotización es mayor en los sectores de mayor edad y, dentro de estos, entre los estratos sociales más bajos», anota Sorando, que recuerda cómo, tras esa combinación de crisis y de vectores de precarización y empobrecimiento, «la inflación ha cortado de nuevo la incipiente recuperación» en una sociedad en la que, quince años después, «la mayoría social se ha empobrecido».