El líder progresista obtiene un 48,4% de los votos frente al 43,2% del mandatario ultraderechista en unas elecciones cruciales para la democracia en Brasil.
El ajustado triunfo del líder progresista Luiz Inácio Lula da Silva frente al mandatario ultraderechista Jair Bolsonaro en los comicios de este domingo conduce a Brasil a una segunda vuelta electoral el 30 de octubre, dado que ningún candidato ha logrado traspasar el umbral del 50% de los votos. Lula se ha impuesto a Bolsonaro por un estrecho margen (48,4%-43,2%) con el 100% de los sufragios escrutados. Una victoria agridulce ante un rival con más fortaleza de la que apuntaban las encuestas y que arroja muchas incertidumbres sobre la posibilidad de que Lula acceda a un tercer mandato presidencial.
Según la consultora Datafolha, Lula, candidato del Partido de los Trabajadores (PT), ganaría con el 54% de los votos en la segunda vuelta, pero las encuestas no han acertado en la primera vuelta al haber apostado por un triunfo más amplio del líder progresista. Es probable que haya una transferencia de votos del centroizquierda hacia la candidatura del expresidente (2003-2010). Pero Ciro Gomes, el candidato de ese espacio, apenas ha logrado un 3% de los votos. Bolsonaro, del ultraderechista Partido Liberal (PL), podría arañar apoyos entre los votantes de derecha. Su candidata, Simone Tebet (del Movimiento Democrático Brasileño) ha obtenido un 4,3% de los sufragios.
El bolsonarismo todavía está muy vivo en Brasil y seguirá así incluso con una hipotética derrota de su líder dentro de cuatro semanas. El apoyo de los evangélicos ha sido decisivo para el mandatario. En el país con más católicos del mundo, un tercio de los brasileños se declara evangélico. De ellos, la mitad se decantaba abiertamente por Bolsonaro en una encuesta, mientras que solo el 30% se mostraba a favor de Lula. El poder de este lobby religioso no ha dejado de crecer en Brasil en los últimos años. Los prebostes de estas iglesias poseen muchos intereses en el mundo empresarial, los medios de comunicación y la política. El modelo autoritario, nacionalista y ultrarreligioso que ha implantado Bolsonaro en Brasil ha contado también con el apoyo de los grandes empresarios del agronegocio y un sector de las Fuerzas Armadas nostálgico de la dictadura militar (1964-1985).
Su discurso xenófobo, machista y militarista ha prendido en un amplio segmento de la sociedad brasileña. Durante su mandato, la venta de armas se ha multiplicado y las milicias paramilitares han recuperado el protagonismo de antaño. El antiabortismo, la descalificación del feminismo, la negación de los derechos a los colectivos LGTBI y una exacerbación del nacionalismo han sido los ejes de un discurso del odio que invade las conversaciones de los brasileños en las redes sociales día tras día. Con casi 30 años de trayectoria como diputado en el Congreso, el excapitán del Ejército se presentó a sí mismo como un outsider de la política y el adalid del combate a la corrupción. Contó con el beneplácito de la derecha tradicional, a la que ha fagocitado ahora.
Bolsonaro deja en estos cuatro años de mandato un país más desigual, con un aumento de la pobreza, una economía hundida, una inflación de dos dígitos y una salvaje depredación de la selva amazónica. Su gestión de la pandemia fue catastrófica. Cerró filas con los negacionistas antivacunas y miró para otro lado mientras en el país morían cerca de 700.000 personas por la covid. Para contrarrestar las críticas, el mandatario suele mencionar el programa social aprobado en el último tramo de su mandato y que protege, según el Gobierno, a unos 20 millones de brasileños.
El Brasil de Lula
La agenda de Lula para los próximos cuatro años pasa por relanzar y ampliar el exitoso programa Bolsa Familia, uno de los planes sociales que el expresidente aprobó en su primer mandato y que a la postre sacarían de la pobreza a más de 30 millones de brasileños. Ha prometido también un aumento del salario mínimo (que hoy no llega a los 240 dólares mensuales) para restaurar el poder adquisitivo de las clases trabajadoras, aumentar los impuestos a los ricos y apostar por la industrialización del país.
Mientras cumplía una condena de 12 años en la cárcel de Curitiba, Lula maquinaba ya cómo sería su regreso a la primera línea de la política. Una vez que el Supremo Tribunal Federal anuló las condenas por fallos procesales, Lula anunció su candidatura presidencial y recorrió el país de punta a cabo para reconstruir el tejido político del PT, muy debilitado tras el auge de la derecha. Lula ya había intentado presentarse a una nueva reelección en 2018 pero la Justicia y una serie de intereses políticos y económicos se lo impidieron. Fue imputado sin pruebas concluyentes por haber aceptado supuestamente unos sobornos inmobiliarios por parte de una constructora favorecida por la empresa estatal Petrobras en el marco de la denominada Operación Lava Jato, en la que estaban involucrados empresarios y políticos de distinto signo.
La campaña electoral ha estado marcada por una violencia inusitada, principalmente dirigida hacia los seguidores de Lula. Uno de ellos fue asesinado a tiros por un simpatizante de Bolsonaro. El mandatario, cuyo programa electoral podría resumirse en tres palabras -Dios, patria y familia-, puso en marcha una potente maquinaria de desprestigio de su principal rival en las urnas a través de la difusión de bulos en las redes sociales, como ya hiciera hace cuatro años para batir al entonces candidato del PT Fernando Haddad.
Además de la elección presidencial, este domingo se renovaba en Brasil toda la Cámara de Diputados (513 miembros) y un tercio del Senado, y se elegían a los gobernadores de los 27 estados federativos y sus respectivas asambleas legislativas. La derecha y la ultraderecha iban con ventaja en los estados más poblados, como São Paulo y Río de Janeiro. La composición del nuevo Congreso será determinante para la gobernabilidad del país con un Parlamento tradicionalmente muy fragmentado.