ANA PARDO DE VERA
Más allá de unos buenos resultados electorales el próximo 23 de julio, que permitan reeditar el primer Gobierno de coalición postfranquista o que, incluso, la lleven a ser la primera mujer presidenta del Ejecutivo en España, para lo que dice Yolanda Díaz que se presenta, la candidata de Sumar tiene en su mochila -muy cargada- una responsabilidad que estoy segura de que a muchas gallegas y gallegos, como esta plumilla, se nos ha venido a la cabeza estos días. A quien no es gallego/a militante, le dará igual lo que voy a recordar (o no), pero a mí se me antoja todo un desafío -otro- el que tiene por delante la presidenciable de Sumar.
La cuestión nos la han puesto delante de las narices cuando, decididos los y la candidata de los cuatro partidos nacionales a la Presidencia del Gobierno (PSOE, PP, Vox y Sumar), se ha constatado que el 50% de estos cuatro aspirantes son gallegos. Alberto Núñez Feijóo, presidente del PP, es el sucesor de Mariano Rajoy, otro gallego cuyo reemplazo tuvo un accidente sin importancia apenas, o eso dicen, llamado Pablo Casado, ejecutado políticamente en la plaza pública en una tragedia que superó, incluso, a la de Pedro Sánchez el 1 de octubre de 2016, cuando fue expulsado (sic) de la sede nacional del PSOE. Yolanda Díaz es la otra candidata a la Presidencia del Gobierno natural de Galicia, como a estas alturas, todos y todas sabrán.
La cuestión no tendría mayor importancia si no fuera porque los gallegos (ellos) que han alcanzado las más altas cotas de poder en España lo hicieron desde las instancias más conservadoras y autoritarias posibles, y me refiero sobre todo a cinco hombres que condicionaron la Historia de España, sin contar a Feijóo, que está por ver aún en qué queda su paso intento de marcar también los anales de este país: Francisco Franco, Manuel Fraga, Antonio María Rouco Varela, Francisco González y el ya citado Rajoy. Me dejo al también expresidente Leopoldo Calvo-Sotelo porque, aunque fue marqués de la Ría de Ribadeo por esas cosas de un agradecido Juan Carlos I, el hábito no hace al monje, y los gallegos eran sus abuelos.
De Franco (1892-1975), poco puedo decir que no se sepa, porque para hacer un resumen de su crueldad y miseria y quedarme corta, prefiero no decir más que lo obvio: nació en Ferrol, como Díaz, y fue un perfecto monstruo de cuya larguísima dictadura aún no nos hemos recuperado del todo. Fraga fue ministro de ese régimen genocida, nació en Vilalba (Lugo), y además parió la Constitución (1978) sin la colaboración de ninguna mujer y sí junto a otros señores de variado pelaje en la época de la Transición. Fraga fundó Alianza Popular (AP) y la nutrió económicamente con la inestimable colaboración de narcotraficantes gallegos, unos instalados en cargos públicos del territorio y otros, que paseaban en yate con el Feijóo que hoy puede formar parte de este grupo gallego, trascendental para unos y vergonzante para otras.
Monseñor Rouco Varela -que, como Fraga, nació en la localidad lucense de Vilalba- es uno de los históricos influyentes del poder eclesiástico en España durante muchos años: intrigante, ultra-ultra-conservador y muy crítico con el Papa Francisco, ha mandado sin disimulos en España -y mucho- durante los gobiernos de José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. Rouco, que fue también arzobispo de Madrid y casó a los reyes actuales, Felipe VI y Letizia, en 2004, ha sido un animal político mucho más activo que cientos de dirigentes públicos; famosos fueron, de hecho, sus llamamientos a salir a la calle contra el aborto, las leyes igualitarias o por la asignatura obligatoria de Religión, encabezando él mismo manifestaciones. No sujetaba la pancarta porque estos líderes de poderes fácticos están acostumbrados a que sean otros/as quien carguen con el trabajo duro (o sucio).
Francisco González, lo conocen, también es lucense (y van tres), de Chantada, y tras ser el banquero más influyente en España como presidente del BBVA, compartiendo posición de poder (mucho) con Emilio Botín (Santander), se enfrenta actualmente a uno de los muchos casos de poderes fácticos enmarañados con las cloacas del comisario Villarejo, en este caso, por haberle encargado presuntamente operaciones de espionaje a otras grandes empresas. Una joya (gallega). Lo último que sabríamos es que ha pedido al juez que lo deje en paz de una vez y cierre su causa, ya que además de declararse inocente, sus delitos, de serlo, habrían prescrito.
De Rajoy (Santiago de Compostela, A Coruña, 1955), nuestros lectores y lectoras lo saben todo gracias a Público, salvo quién es el inquietante «M. Rajoy», el receptor de dinero negro al que se asocia siempre con el expresidente del Gobierno, sucesor de Aznar que dio con sus huesos fuera de la política por la primera moción de censura exitosa de la democracia en 2018. La corrupción puso el punto final a la dilatada carrera política del gallego y que está quedando como un intelectual de gran oratoria gracias a su delfín Feijóo, que aspira ahora a ocupar el mismo lugar que él en la Historia.
Yolanda Díaz tiene tarea, y aparte de ganar las elecciones o, como mínimo, ser decisiva (mucho, ya no basta un poco) para reeditar la coalición progresista en el Poder Ejecutivo, podría ser la mujer que rompiese ese maldito meigallo de próceres del retroceso, «que sólo conciben una patria artificial, puesta al servicio de sus intereses» (Castelao).