Cuando aterrizó en Madrid hace poco menos de un año para suceder a Pablo Casado, Feijóo era la gran esperanza del PP. Cargaba en su mochila sus cuatro mayorías absolutas en Galicia y una sólida imagen de político honesto, moderado y competente que lo convertía en el candidato ideal de la derecha. Hasta la progresía mediática simpatizaba con él. Era algo así como ese cuñado de derechas que cualquiera querría tener si no le queda más remedio que tener un cuñado de derechas.
El efecto cuñado de Feijóo ha ido de más a menos y el globo se ha desinflado en apenas doce meses. Las encuestas siguen dándole un buen resultado en unas elecciones generales, pero la idea de ganarlas por mayoría absoluta que el PP acariciaba el año pasado se aleja sondeo a sondeo. Los errores recurrentes de su discurso, las evidencias de que el currículum de buen gestor que se labró en Galicia tiene mucho de impostado, su falta de firmeza para posicionar a su partido en temas clave para la ciudadanía y su ambigüedad ante Vox, que según las encuestas mantiene casi intacto su caladero de votos, han desgastado su liderazgo, cuya fragilidad se pone de manifiesto cada vez que Isabel Díaz Ayuso se lo propone.
¿Buen gestor?
Durante los trece años en los que presidió la Xunta, apenas trascendió fuera de Galicia información alguna que justificara la imagen de buen gestor de la que gozaba. Tampoco ninguna de las que la contradicen: bajo su mandato se triplicó la deuda pública, se destruyó empleo, se recortaron, privatizaron y degradaron la sanidad y los servicios sociales, se ninguneó a la educación pública, desapareció el sistema financiero gallego, se deslocalizaron industrias clave del tejido industrial, se promovió un modelo de desarrollo basado en el eucalipto y la producción de energía con enormes costes medioambientales, y el gallego perdió hablantes como nunca en su historia.
¿Honesto?
Al margen de las fotos con Marcial Dorado, la marcha de Feijóo a Madrid puso la lupa sobre actuaciones polémicas del expresidente del PP que pocas veces habían pasado de la pequeña y escasa prensa independiente de Galicia. En el último año se supo que contaba con un patrimonio exageradamente alto para el salario que recibía como presidente de la Xunta; que había entregado contratos millonarios a la empresa que dirige su hermana en Galicia; que había colocado a su prima médica en puestos relevantes de la gestión sanitaria, y a otros amigos y afines en cargos bien pagados que fueron nombrados a dedo para dirigir chiringuitos y empresas públicas; incluso se supo que, siendo ya presidente del PP, se había dejado invitar en zona VIP junto a su sucesor, Alfonso Rueda, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, y sus respectivas parejas, a un concierto organizado por la Xunta en Pontevedra.
También se extendió la idea de que Feijóo se había labrado su imagen en Galicia mediante la manipulación a su favor de la televisión y la radio públicas y de las ayudas millonarias entregadas a los medios privados de comunicación de la comunidad, que recibieron 45 millones en sus trece años de mandato. De hecho, hasta empleó sus últimos días en la Xunta para allanar su aterrizaje en Madrid con subvenciones a dedo difíciles de justificar a los grandes medios privados de ámbito estatal con sede en la capital del Estado.
¿Estadista?
La derecha mediática acogió al expresidente gallego con los titulares abiertos. Pero para presidir el Consejo de Ministros no basta con tener fama de funcionario eficiente, y a Feijóo le está costando mucho dar argumentos que permitan a los medios afines glosarle con ese aura de estadista capacitado sin la que parece imposible ganar elecciones generales. Al contrario. Ha cometido en público algunos errores que pisan la estrecha línea que separa el acto fallido del ridículo intelectual, como afirmar que Orwell escribió 1984 en 1984; creer que Picasso era catalán; situar la Costa Dorada en València y los Óscar en Sevilla; declarar que su lectura favorita es Poemas galegos, algo poco creíble si se tiene en cuenta que lo que escribió Rosalía de Castro fue Cantares galegos; preguntarse por qué las vacas sólo llevan nombres femeninos o creerse que las merluzas que se pescan en el Gran Sol, frente a Irlanda, pueden llegar a atacar a los bañistas de las playas gallegas si los pescadores no las capturan.
No todas esas afirmaciones se realizaron este último año, pero las redes más maledicentes las han recuperado y rebotado hasta la saciedad. Y más allá de esas patadas verbales más o menos hilarantes, lo cierto es que sí son recientes algunas muestras de preocupante ignorancia sobre asuntos sobre los que se le presupone conocimiento de sobra: que no fue el Gobierno socialista de Sánchez, sino el de Rajoy, de su propio partido, el que retiró la rebaja de impuestos por la compra de vivienda; que Podemos no tiene senadores -a Feijóo le extrañó su ausencia en un debate en el Senado, donde él sí ocupa un escaño-, o que las pensiones no dependen de los presupuestos generales del Estado y no computan, por tanto, a la hora establecer el techo de gasto de éstos.
Hace unos días, en uno de los medios que más le miman, el digital El Debate, la periodista que le entrevistaba le preguntó si había empezado a aprender inglés. Feijóo respondió restándole méritos a quienes, a diferencia de él, dominan ese idioma, alegando que cuando uno está representando a España ha de tener tanto cuidado con «el tiempo del verbo» y la elección del «sustantivo adecuado» que casi es mejor dejarlo en manos de un intérprete.
¿Moderado?
Durante sus años en Galicia, Feijóo presumía de que Vox no tenía presencia en la comunidad. Probablemente fue eso lo que más entusiasmó de su perfil al aparato de un PP que aún no ha averiguado cómo taponar la cañería que desagua hacia el partido de Abascal los votos que los populares consideran propios. Sin embargo, lejos de mantener una estrategia de confrontación con la ultraderecha, Feijóo ha insinuado que si le hace falta contará con Vox para gobernar, noticia recibida con estupor en el Partido Popular Europeo; ha bendecido su acceso al Gobierno de Castilla y León y se ha mostrado tibio y seguidista en el planteamiento y la conducción de algunos debates públicos.
¿Dialogante?
Gracias a sus mayorías absolutas, Feijóo nunca necesitó pactar en Galicia. Y desde que llegó a Madrid ha dado muestras de que ahora tampoco dialoga si no le conviene. Su negativa a acordar en las Cortes la renovación del Consejo General del Poder Judicial, como establece la Constitución, incumpliendo el pacto al que había llegado con el PSOE y dando por inválidos los acuerdos previos de su propio partido, pusieron en duda el valor de su palabra y de manifiesto la fragilidad de su liderazgo.
Porque lo que trascendió fue que tomó la decisión de romper las negociaciones presionado por un whatsapp que le envió Isabel Díaz Ayuso. Semanas después, el PP recurrió ante el Tribunal Constitucional, con mayoría caducada de magistrados afines a su formación, para evitar que se tramitara una ley para desbloquear su renovación, lo que derivó en una de las crisis institucionales más graves de la historia de la democracia española. Feijóo no tuvo que aprender a dialogar durante sus trece años en Galicia, y tampoco a ser un buen orador parlamentario, lo que, a la postre, también le está desdibujando en sus debates con Sánchez en el Senado.
¿Previsible?
El pasado 23 de enero, el equipo de Feijóo montó una perfomance en el oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz, donde se firmó la Constitución de 1812, para que el líder popular apareciera suscribiendo un solemne contrato con la ciudadanía que él jura cumplir, si gana las elecciones previstas para el próximo otoño, en sus primeros cien días de mandato. El montaje y el mensaje eran clavaditos a otro acto que representó en Santiago poco antes de las elecciones autonómicas gallegas de 2009, donde anunció otro pacto de regeneración democrática que luego incumplió durante sus trece años al frente de la Xunta.
El de ahora también contiene muchas y buenas palabras, que colisionan de frente con su acción política. Como proponer, a pocos meses de las elecciones municipales, que sea nombrado alcalde el cabeza de la lista más votada. Si Feijóo fuera previsible y predicara con el ejemplo, al menos habría impedido o impediría que en Ourense, donde las elecciones anteriores las ganó el PSOE, siguiera gobernando Gonzalo Pérez Jácome con tres de los 27 concejales del pleno.
¿Coherente?
Feijóo se ha metido últimamente en varios jardines, y uno de los más espesos le atrapó hace días cuando aseguró que la legislación española sobre el aborto que su propio partido había recurrido ante el Tribunal Constitucional era «correcta». Los portavoces de la Iglesia Católica le tildaron de traidor, y en las sedes del PP se han cansado de recibir llamadas de militantes católicos sorprendidos por el repentino cambio de postura de su partido.
Feijóo, que presidió hasta hace nada una comunidad donde el 78% de los abortos se realizan en la sanidad privada ante las dificultades para hacerlo en la pública, se apresuró a decir «digo» donde había dicho «Diego», pero sin aclarar si considera el aborto un derecho de la mujer ni explicar por qué desde que accedió al liderazgo del PP estatal no había procedido a retirar el recurso ante esa norma que considera correcta. El pasado viernes anunció que el PP no va a recurrir ante el Constitucional la nueva ley de interrupción voluntaria del embarazo, y tampoco explicó por qué, a pesar de que su partido se ha cansado de repetir que uno de los preceptos de la norma, el que permite el aborto de las menores de 16 a 18 años sin el consentimiento de sus padres, es inconstitucional.