Pero la guerra en Ucrania ha puesto fin a décadas de discurso pacifista. Cuando todavía no resonaban los tambores de guerra, en Bruselas ya se inició el debate –muy poco maduro y factible a día de hoy- para poner en marcha un Ejército europeo. Y se creó, de hecho, el Fondo Europeo para la Paz, destinado a estabilizar regiones como el Sahel, pero que hoy canaliza las armas para Ucrania.
La UE es el mayor donante de ayuda humanitaria del mundo, pero ha asistido impotente a las crisis que se agolpaban en su vecindad desde Siria a Libia. La capital comunitaria quedó engullida en una ristra de comunicados que solo se limitaban a repetir el «altamente preocupados» y «condenamos en los términos más enérgicos». Y el soft power en un mundo cada vez más volátil, impredecible y caótico comenzó poco a poco a perder su atractivo. Así, se impuso el apetito para hacer de la Unión un actor más asertivo y determinante en el tablero de ajedrez global se ha transformado en un fervor bélico sin precedentes.
Victoria rusa, ¿bajo qué términos?
«Rusia no puede ni debe ganar esta guerra contra Ucrania», ha afirmado este viernes Emmanuel Macron, presidente francés. Al inicio de la invasión rusa, el mandatario galo era una de las pocas voces que discernían de la postura generalizada, azuzada por los países bálticos y nórdicos, de arrinconar a Vladimir Putin hasta las últimas consecuencias. Macron instaba a evitar la «humillación». Pero un año después, en Bruselas solo se acepta y se apuesta por un escenario: la victoria total de Ucrania. Aunque nadie esgrime cuáles son los términos geográficos sobre los que este triunfo sería aceptable.
«Daremos a Ucrania las mejores armas«, señalaba Borrell la primera semana de guerra. La postura y el tono belicista del español ha sido aplaudido y bienvenido en la mayoría de capitales europeas, pero criticado entre las fuerzas de izquierda. La UE, hasta la fecha, había exportado la noción de que las guerras no se ganan sobre el campo de batalla. Y esto ya ha cambiado. «No soy un war-monger. Je ne suis pas un va-t-en-guerre. No tengo ningún ardor guerrero. No me gusta la guerra. Claro, prefiero la paz [pero] es de una extraordinaria ingenuidad pedir que se pare la ayuda militar a Ucrania para que la guerra sea más corta y para que se construya más pronto la paz. Y digo ingenuidad, por no utilizar una palabra más fuerte. No, se pueden hacer las dos cosas», se defendía esta semana desde la tribuna del Pleno de Estrasburgo.
Las cifras de la guerra
Los Tratados europeos protegen el ADN de la UE como proyecto pacifista: no permiten enviar armamento a un país en guerra con presupuesto comunitario. Por ello, la ayuda armamentística a Ucrania se está canalizando a través del paradójicamente llamado Fondo Europeo para la Paz, una herramienta ad hoc que financia la guerra con las partidas que aportan los países.
El mecanismo nació con el propósito de apoyar a los Ejércitos de naciones y regiones desestabilizadas por el terrorismo o por las milicias. Pero la guerra de Ucrania lo ha capitalizado todo. Los europeos han destinado a través de esta herramienta 3.600 millones de euros para trasladar material bélico a las filas de Volodimir Zelenski en tan solo un año. El Fondo Europeo tiene una cuantía total de 7.000 millones para los próximos cuatro años. Pero a este ritmo, se quedaría seco este año. Por ello, los europeos buscan fórmulas «creativas» para continuar engordándolo. Pero el hito ya se ha cumplido: es la primera vez que la UE paga y coordina el envío de armas a un país bajo las bombas.
Europa ha enviado unos 67.000 millones de euros a Ucrania
No obstante, la ayuda militar que la Unión ha destinado hasta la fecha a Kiev es mucho mayor. Si se tiene en cuenta el presupuesto aportado de forma individual por los Gobiernos nacionales, el monto asciende hasta los 12.000 millones de euros. Europa saca pecho y se exhibe como el actor que más ha ayudado financieramente a Ucrania –por delante de Estados Unidos- con un total de 67.000 millones que cubren desde el campo humanitario hasta el económico, humanitario o militar.
Energía, la joya de la corona
Este apoyo a Ucrania ha ido materializándose en paralelo a las sanciones contra Rusia. Los europeos tienen previsto anunciar el próximo 24 de febrero, primer aniversario de la guerra, el décimo paquete de medidas punitivas contra el Kremlin, cuyo impacto cuantifican en 11.000 millones de euros. La maquinaria punitiva más feroz de la historia de la UE no ha tenido el efecto demoledor que se esperaba. La economía rusa no ha colapsado, el rublo mantiene el tipo y la tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) es más elevada de lo esperado.
En el lado europeo ha ocurrido el escenario inverso. Las sanciones y el desenganche de la energía rusa está sacudiendo los bolsillos de los ciudadanos más de lo previsto. La tasa de inflación escaló en el último trimestre del año por encima del 10% en la Eurozona. Y el precio de la energía se multiplicó por diez. En Bruselas defienden, sin embargo, que la guerra será larga y que su impacto se dejará notar en las arcas rusas en el largo plazo. Lo ven como una carrera de fondo. Moscú vende ya el barril a 40 dólares, la mitad del precio del Brent y el mercado chino está demasiado lejos y no es tan jugoso como el europeo. Pero los europeos también afrontan un desafío brutal para encontrar mercados alternativos que puedan reemplazar los hidrocarburos rusos.
Para Europa, la victoria en Ucrania es ya una victoria personal. Sus implicaciones en la contienda han sido tales que Occidente difícilmente se puede permitir ahora dar pasos más tibios. En Bruselas se impone la idea de que una victoria rusa significaría una amenaza para la seguridad europea, una afrenta a los derechos fundamentales y a la soberanía territorial de los pueblos y una llamada a los líderes autoritarios del mundo para que empleen el uso de la fuerza en sus ambiciones expansionistas.
La guerra cumple su primer año. Y todo hace anticipar que todavía no hemos visto su peor cara. La UE ganó en 2012 el premio Nobel de la Paz. «El arma secreta de la Unión Europea es que cuenta con una forma inigualable de vincular sus intereses tan estrechamente para que la guerra se vuelve materialmente imposible. A través de negociaciones constantes, sobre cada vez más tema y entre cada vez más países. Es la regla de oro de Jean Monnet: ‘Mejor luchar alrededor de una mesa que en un campo de batalla'», señaló Herman van Rompuy, entonces presidente del Consejo Europeo, al recoger el galardón. Pero a día de hoy, la batalla solo gira en torno a la segunda variable de la ecuación.