Hace poco descubrí que la historia de los relatos es un relato en sí misma que casi siempre mejora o, al menos, complementa lo que se relata. Me di cuenta de que la mejor manera de que un artículo no parezca un sermón es narrar porqué una llega a pensar lo que piensa, con sus certezas y con sus dudas.
Muchas veces los pensamientos son fortuitos, fruto de conexiones arbitrarias, la suma de azares, tiempos e ideas propias y ajenas. Todo ese periplo prueba que casi ninguna idea es solo nuestra sino el fruto de un momento concreto de la historia.
Reconocer esa autoría universal resta soberbia a cualquier tribuna. Verse en los hombros de los gigantes, tanto de los que nos precedieron como de todos los que nos rodean, es ubicarse en el mundo.
Esta semana he cavilado sobre Begoña Villacís, la vicealcaldesa de Madrid, que se ha hecho fotos en desmantelamientos de chabolas sacando pecho por terminar con estos «okupas». Como era de esperar, en redes y en alguna tertulia la han puesto de vuelta y media.
Yo, al principio, no daba crédito. Pensé que era un meme. Luego la vi en una entrevista en televisión, donde llegó a alardear de llevar ya 597 chabolas derruidas. Dijo que lo hacen «teniendo cuidado» para «sacarles de la calle», que primero va el Samur Social y que si no aceptan la alternativa habitacional que les ofrecen es por motivos «en los que no vamos a entrar ahora».
La pregunta no respondida es: ¿Tiene el Samur Social el número de exchabolistas que han sacado de las calles gracias a estas maniobras demoledoras?
Lo único documentado hasta ahora es que vuelven a empezar, en cuanto se van las excavadoras.
Lo razonable sería mejorar los servicios sociales que invitan a salir de esas infraviviendas, preguntarse por qué no quieren ir a los refugios previstos para gente sin hogar. Reconocer que no se puede obligar a vivir de determinada manera, que se pueden destruir chabolas, pero no impedir que vuelvan a intentar construir hogares propios a pesar de su miseria.
Entre la frivolidad y la conmiseración con la que solemos mirar a esta realidad porque no es la nuestra, mientras no podía evitar fijarme también en el outfit de la demoledora, me vinieron dudas jurídicas: ¿Es legal destruir hogares cuando la Constitución blinda el derecho a la vivienda? Estamos en un país en el que solo tenemos un 1% de vivienda social, a pesar de tantos gobiernos socialistas. En Madrid, como en la mayoría de las comunidades, no hay viviendas sociales para todos los chabolistas. Entonces, ¿con qué derecho irrumpen y destruyen esas casas? ¿Por qué legalmente no se puede echar a alguien necesitado de una morada okupada sin darle alternativa real y sí se puede destruir la de alguien que ha tenido el coraje de construir algo sin apropiarse de nada? ¿Será que no hay abogados valientes y desinteresados dispuestos a poner en aprietos a Villacís y su pandilla devastadora? ¿Podría abrir causa de oficio la Fiscalía? ¿Será que los derechos solo se aplican a partir de determinada renta?
En las chabolas, mayoritariamente, viven familias. Allí disfrutan de cierta intimidad, de normas propias, de la libertad mínima que parecen no entender los nuevos adalides de la libertad castiza.
Superada mi sorpresa porque la escena fuera cierta, me acordé de un viaje en tren en 2017 que nos reunió en su cafetería andante con otras mujeres de su partido que ya no están. Entonces Begoña no parecía tan esclava de su imagen y podía pasar por ser de centro. Todavía su líder no había roto el hechizo con el que convenció a más de 4 millones de votantes en 2019: podemos pactar a derecha y a izquierda. Entre cafés y chascarrillos comentamos la caída en desgracia de Tania Sánchez. Reconocieron que era una pérdida importante porque era una gran política, rememorando algunos de sus intercambios dialécticos con ella. Un buen contrincante es un buen contrincante y mejora ambos discursos. Les recordé que en política caes si te confundes de líder. Tania eligió a Errejón en el Vistalegre que entregó el destino de Podemos en exclusiva a Pablo Iglesias.
Se hizo un silencio después de mi frase. Probablemente, hoy lo recuerdo más largo de lo que fue. Poco después de aquello, cayeron las señoras de aquel tren que no tenían poder electo o que se confundieron de jefe, jefa en este caso.
Visto desde aquí, recordando su silencio, pareciera que Villacís no está dispuesta a equivocarse de bando y por eso juega a varios. Si alguien pensaba que su futuro inmediato, después de perder el escaño en mayo –como prevén todas las encuestas y las elecciones anteriores desde su desvelamiento–, estaba en las filas azules, ahora tendrá que admitir que a las verdes lo mismo tampoco les hace ascos.
¡Qué pena, Begoña! ¡Qué desperdicio!
Tus hechos: ¿no parecen más dignos de un partido de ultraderecha que de uno que se llamaba así mismo progresista? ¿No será que en realidad estás ya haciendo campaña ultra?