PUBLICADO EL 05 DE ABRIL DE 2023
Estamos en Semana Santa y el alcalde de Madrid, Jose Luis Martínez-Almeida, ha sido bendecido por un juez de instrucción de Madrid como víctima de dos presuntos estafadores, Alberto Luceño y Luis Medina, a los que el juez ha confirmado que va a sentar en el banquillo.
Luis Medina, hijo del duque de Feria y habitual de la prensa rosa por sus orígenes aristocráticos, fue el contacto de la operación con el Ayuntamiento en plena pandemia y en los momentos de mayor emergencia sanitaria; entiéndanme, cuando moría cientos de ciudadanos y ciudadanas en España y carecíamos de material para proteger, curar y paliar el sufrimiento.
Luis Medina es lo que se dice un noble en el concepto más absurdo de la palabra: él y mucha gente que quiere ser como él se consideran de una clase superior por ser hijo y, ahora, hermano de duques, aunque su padre fuera condenado por pederastia. Era duque. Como Juan Carlos de Borbón, que sigue siendo rey, pese a habernos estafado a todas durante su Jefatura de Estado. ¡Ah, pero le viene de cuna!
Luis Medina ha sido procesado por presunta estafa millonaria con mascarillas de pésima calidad vendidas al Ayuntamiento de Madrid. ¿Y qué culpa tiene el pobre alcalde, cuyo equipo solo hizo un ejercicio de fe en un noble de España que sale en las revistas, por aristócrata y por guapo, ya que no se le conocen otros oficios? ¿Acaso sería de buen gusto cuestionar la buena fe de un señor hijo y hermano de duques, como en su día no se cuestionó la de un tal Iñaki Urdangarín por ser el yerno de Juan Carlos emérito?
Nadie, ni empresas ni particulares de buena fe, tuvieron la oportunidad de Medina de acceder directamente a la venta de las mascarillas al consistorio de Almeida por un precio desorbitado y sin control alguno, como sí reconoce el juez que ha procesado a Medina y Luceño.
Una vez más, los idiotas son los ciudadanos y ciudadanas de Madrid, que ni recuperarán su dinero ni verán incrementados los controles para evitar esta corrupción criminal.
Y dicen que Almeida y su equipo son víctimas, no responsables de ser, por lo menos, unos incompetentes. Porque los nobles, nobles son y a esos ni se les pregunta, ni se les controla: se les abre la puerta sin más, como hizo Almeida, “un admirador, un esclavo, un siervo”.