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De todas las teorías ‘conspiranoicas’, una de las más persistentes en el tiempo y afortunada en cuanto al número de personas que la defienden es la de la entrada masiva de heroina en el País Vasco a principios de los ochenta para adormecer «a la juventud combativa». Una tesis que se ha sostenido sin grandes argumentos durante décadas y ha tenido un notable éxito entre los simpatizantes de la izquierda más escorada a los márgenes del sistema. Desde principios del siglo XXI, Juan Carlos Usó, con diversos artículos y varios libros (en especial ‘¿Nos matan con heroína?’, Libros Crudos, 2015), ha rebatido esta creencia. Pero, precisamente, la aparición de sus análisis ha hecho que surja un potente ‘contraataque’ que tomó cuerpo en forma de libro en 2016: ‘A los pies del caballo: narcotráfico, heroína y contrainsurgencia en Euskal Herria’ (Txalaparta, 2016), de Justo Arriola, una especie de biblia documental que resume todas y cada una de las patas en las que se sustenta esta extendida creencia.
Me sorprende que gente potente, como Usó o Escohotado, lo nieguen. Es muy gratuito que digan que todo es un cuento chinoArriola está ahora intentando aparcar en el concurrido (y complicado desde el punto de vista vial) barrio de Lavapiés. Cuando lo consigue, atiende a El Confidencial por teléfono para explicar el por qué de su publicación. El autor, operario en una fábrica de Elgoibar (Guipúzcoa), llevaba participando, con el seudónimo Txus, en diversos foros de Internet desde 2014 que discutían (en ocasiones de forma muy acalorada aunque fuera por escrito) sobre la realidad o mito de que el Estado introdujo las drogas duras en Euskadi para neutralizar a unos jóvenes demasiado rebeldes. La participación de Arriola, un discutidor apasionado, le llevó a ir recopilando datos que avalasen su convicción: «Lo que hemos vivido en Euskal Herria todos lo hemos visto con nuestros propios ojos«. Así, a base de ir preparando material de guerra dialéctico para rebatir a quienes no estaban de acuerdo con él (casi todos los demás participantes en el foro), fue acumulando documentación diversa. De hecho, la espoleta definitiva para escribir el libro fue la continua invitación a ello de los discrepantes.
El autor, nacido en 1966, lo tiene todo muy claro a estas alturas. Nada de ‘conspiranoia’, es todo puro sentido común. «Lo que me sorprende es que gente académicamente potente, como Juan Carlos Usó o Escohotado lo nieguen. Me parece muy gratuito que digan que todo es un cuento chino«, se lamenta el guipuzcoano, que considera que hay argumentos «y sólidos» para seguir manteniendo la tesis que el propio Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, ha verbalizado en alguna ocasión (con grandes críticas, e incluso chanzas, por cierto).
Indicios y pruebas
Pero vayamos a los argumentos sólidos: «Está el caso de la policía de Deba, por ejemplo», dice Arriola. Se refiere a una declaración del jefe de los agentes locales de esa población, que aseguró que guardias civiles ofrecían droga gratuita, heroína para ser más precisos. La policía local siguió a los camellos-guardias en varias ocasiones y su destino de regreso final fueron los cuarteles de Intxaurrondo o La Salve. También recurre al célebre «informe Navajas», un documento que denuncia varias tramas de narcotráfico relacionados con las fuerzas de seguridad. Y otro de los puntales es la declaración de un narco turco que aseguró que la Guardia Civil le escoltaba y facilitaba 15 kilos de heroína cada semana para introducirlos en el País Vasco. Hay más argumentos, pero esos son los más concretos.
El libro de Arriola, muy extenso, se detiene en muchos otros casos en los que las drogas se han usado como instrumento de control (o descontrol) de una población. Es decir, que no niega que eso haya sucedido en otras partes y en otros tiempos. «Yo suelo hacer un paralelismo con la tortura: claro que ha existido siempre y en todas partes, pero en algunos lugares el poder lo ha implementado de manera más intensa, aunque sea un fenómeno global», comenta el autor al respecto. La idea del libro es partir de lo más alejado y general a dedicar un capítulo a su propio pueblo, Elgoibar, que ciertamente muestra unas cifras de fallecidos por SIDA verdaderamente anómalas y difíciles de explicar desde la lógica.
En la lucha sucia contra ETA también hubo quien se lucró con los fondos reservados, aunque el motivo de fondo no fuera el interés económico
Sobre la objeción de Usó y otros poco crédulos de esta hipótesis que señalan a que la intervención de las fuerzas de seguridad en muchas partes del país se debió a que las mafias necesitan la connivencia de esta y la corrompen con facilidad, Arriola no lo niega, pero piensa que no es excluyente: «Por un lado entiendo que había interés por parte de los cuerpos de seguridad de participar en el reparto de una ganancia económica, pero también se combina con motivos políticos. Puede haber un interés de lucro, pero no solo. Coexisten ambos motivos». A ese respecto también recuerda que en la lucha sucia contra ETA también hubo quien se lucró con los fondos reservados, aunque el motivo de fondo no fuera el interés económico.
Otro punto débil de sus tesis, el hecho de que al mismo tiempo que profileraban los ‘yonquis’ en Euskadi también lo hacían en casi cualqueir otra zona desindustrializada de la península en aquellos años (Madrid y la cuenca minera asturiana, principalmente), tampoco desanima a Arriola, que en este caso sí aporta un argumento algo distintivo: la conspiración no fue solo contra Euskadi, aunque es en lo que él se centra por proximidad geográfica y sentimental. «Yo no niego que también haya pasado en otros sitios, por ejemplo, la permisividad en ciertos barrios obreros de Madrid, pero pudo ser por la misma causa, por desmovilizar a gente incómoda».
Perder interés por la bronca
Ahora bien, el autor tiene respuestas para casi cualquier situación en la que se señale un punto débil. Por ejemplo, si se le pregunta si consiguieron su objetivo, si realmente el estado se salió con la suya y si no fuera por esa trapacera maniobra hubiese habido una revolución, Arriola replica: «Pues en parte sí consiguieron su objetivo. Los que cayeron era gente que iba a las manifas, protestaban y luego perdieron interés por la bronca con el consumo de las drogas. Si eran 10.000 chavales podían haber sido muchos de ellos parte de la insurgencia. Y otros no, claro. Algunos entraron tan jóvenes, como el caso de un chaval de 13 años, que no se sabe…».
En cualquier caso, Arriola ha hecho un trabajo extenso que no cierra el asunto, pero puede dar más leña al fuego de una polémica que parece que aún sigue viva.